El desalojamiento del Parque Gezi en Estambul y la represión en Río de Janeiro tienen en común lo mismo que la mayoría de las manifestaciones de 2013, sea por la violación de una persona en India, por reclamos estudiantiles en Chile o laborales en México o contra la austeridad en Europa: el gas lacrimógeno. En el presupuesto de España, una de las escasas excepciones al recorte de las partidas ha sido el del material antidisturbio. Mientras bajaba el gasto en salud, educación y seguridad social, el gasto en material antidisturbios se disparó de unos 173 mil euros a más de tres millones en 2013. En el Medio Oriente, la Primavera Arabe ha resultado una panacea para la industria de la seguridad: el año pasado el mercado de la seguridad interna alcanzó los seis mil millones de euros, un incremento del 18 por ciento.
Es un mercado de paradojas y dobles discursos. En momentos en que Estados Unidos aprobó el suministro de armas a los rebeldes en Siria por haber sido atacados con armas químicas, nadie recuerda que el gas lacrimógeno es considerado un arma química por la ONU y que las compañías estadounidenses son dominantes en el mercado, con la creciente competencia de firmas chinas y de la brasileña Condor Non-Lethal Technologies. El mismo Departamento de Estado defiende abiertamente su uso diciendo que es un arma “no letal” que “salva vidas y protege la propiedad”. Página/12 dialogó sobre el tema con Anna Feigenbaum, que investiga la historia política del gas lacrimógeno en la Universidad de Bournemouth en el Reino Unido.
–La historia del gas lacrimógeno parece haber sido reescrita en las últimas décadas. ¿Es un arma química o no lo es? ¿Es un arma letal o no?
–En los protocolos de guerra de la ONU es un arma química. Lo que pasa es que al final de la Primera Guerra Mundial varios países, en especial Estados Unidos, se embarcaron en una ofensiva para mantener su producción en tiempos de paz. Estados Unidos lanzó una estrategia específica de “marketing” con la policía, la guardia nacional y hasta realizando exhibiciones especiales en la Casa Blanca para demostrar su utilidad. Así crearon la demanda por el producto. Por el lado de la oferta, es decir de la producción, la industria del gas lacrimógeno modernizó el complejo industrial-militar que se había empezado a desarrollar a principios de siglo aceitando la cooperación entre químicos de la universidad, militares, la burocracia estatal y las corporaciones privadas.
–Pero hoy además se ha rebautizado el producto. No se habla de “arma química” como en la Primera Guerra Mundial. Eso causaría horror. Lo que tenemos es un arma “no letal”.
–Este juego con el lenguaje se ha dado desde el principio. Por un lado se ofrecía el gas lacrimógeno como un arma multiuso, para atacar y defenderse, que en un principio tuvo como principal aplicación la ruptura de huelgas. Al mismo tiempo se enfatizaba que no era “tóxica” y que no producía ningún daño duradero. Fue una gran movida de relaciones públicas puesta al desnudo por una investigación en 1939.
–¿En qué momento se “universaliza” el uso del gas lacrimógeno para lo que se llama control de multitudes?
–En los ’30 se empieza a exportar a colonias y países periféricos, Estados Unidos lo usa en Filipinas y Panamá, el gobierno británico en India. También en el Medio Oriente en la época, aunque hay cierto disenso al respecto entre los historiadores.
–Para la década del ’60 eran una parte habitual del paisaje de las manifestaciones latinoamericanas.
–Es una de las cosas más peligrosas que han sucedido porque se ha naturalizado el uso de gas lacrimógeno cuando en realidad se trata de un veneno que médicamente ocasiona una serie de daños comprobables mucho más serios de lo que se admite a nivel oficial, particularmente peligroso para gente que tiene problemas respiratorios o con problemas epilépticos o gente mayor. Y a nivel político es también muy peligroso, porque se está naturalizando un tipo de respuesta represiva sobre el derecho de libre expresión y reunión.
–El argumento de la industria y los gobiernos es que es preferible a las armas para el control de manifestaciones y disturbios. Las llaman no letales y el Departamento de Estado ha dicho que “salvan vidas”.
–En Turquía, en Egipto, en Bahrein, el gas lacrimógeno está siendo utilizado como si fuera un arma, es decir, se lo usa en lugares cerrados y a veces como munición que se dispara contra alguien. La idea de que es mejor que otro tipo de armas, como armas de fuego, tiene dos problemas básicos. Primero es que, desde el punto de vista de los derechos civiles, se plantea que la alternativa: es o un arma de fuego o el gas lacrimógeno, en vez de concentrarse en la posibilidad de mediación, diálogo y solución de los problemas que motivaron la protesta. La opción pasa a ser: los ametrallamos o los envenenamos con gas lacrimógeno. El segundo problema es que el gas lacrimógeno se usa normalmente con otras formas de control de masas como los carros hidrantes o las balas de goma. Esto forma parte de su origen militar. En la Primera Guerra Mundial el gas lacrimógeno fue diseñado como un precursor de otras formas de ataque, ya que obligaba a los soldados a salir de sus trincheras y los exponía a otras armas más letales. Algo similar sucede en las manifestaciones. El gas lacrimógeno crea caos, impide que la gente pueda ponerse a resguardo y los expone a otras formas de ataque.
–Usted tiene un mapa del uso a nivel mundial de gas lacrimógeno en 2013. Es notable que en la Europa de la austeridad hay varios países que lo han usado, desde Alemania y Bélgica hasta España y Grecia.
–Ha habido un aumento de las protestas desde el estallido financiero de 2008 y otro desde que empezaron las medidas de austeridad. Paralelo a esto hemos visto una respuesta cada vez más violenta a la protesta. En esta protesta se ha visto un mayor uso de gas lacrimógeno, balas de goma y el resto del material antidisturbios. También estamos viendo un nuevo deslizamiento semántico con la creciente importancia de la industria antiterrorista desde 2001. En los últimos años ha habido una confluencia entre la industria antiterrorista y los métodos para lidiar con protestas. Recientemente una especialista israelí en políticas policiales me comentó que se estaba usando contra los militantes israelíes la tecnología, el tipo de entrenamiento y de fuerzas que se utilizan para casos de terrorismo. Es el uso de tácticas militares para el entrenamiento de la policía. Esto también forma parte de la naturalización de los métodos de represión.
http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-222582-2013-06-19.html