Les contaron en Resistencia que un lugarteniente de Mate Cosido, el legendario bandido rural, se había enamorado de una maestra de Misiones. La policía dio con la familia de la muchacha y ejerció presión. Atribulada, ella aceptó citarlo para un paseo romántico. El delincuente tenía captura recomendada, pero no pudo resistir la tentación, salió de la clandestinidad y acudió perfumado en su automóvil. El plan de la policía era sencillo: en un lugar predeterminado la novia simularía una brusca indisposición y le pediría apearse un minuto. Las cosas sucedieron tal como habían sido pensadas. La mujer bajó del coche y se apartó, y la partida policial salió de la espesura y abrió fuego. El compinche del bandolero más famoso del norte argentino recibió una tormenta de balas y cayó muerto. Esto había ocurrido a fines de los años 30, y según les aseguraban a estos dos forasteros, uno de los policías que había llevado a cabo la operación y había perseguido sin descanso al Robin Hood del Chaco estaba vivo y retirado: ocupaba un lejano y melancólico rancho en el monte, en las afueras de la ciudad Presidente Roque Sáenz Peña.

Esos forasteros, ávidos de tanta historia antigua, eran dos intelectuales que, en 1968, estaban estudiando la marginalidad en los confines sudamericanos. Uno hablaba perfectamente el castellano, el otro apenas lo chapurreaba. Uno era José Nun, discípulo de Alain Touraine, compañero de Fernando Henrique Cardoso, jefe de Ernesto Laclau y luego uno de los politólogos más eminentes de América latina. El otro era Eric Hobsbawm , nacido en Alejandría, educado en Berlín y consagrado en Londres, reconocido entre los catedráticos de todas las latitudes como uno de los historiadores más importantes del mundo y autor de una trilogía clásica: Historia del siglo XX.

Nun dirigía estas investigaciones sociales en el Instituto Torcuato Di Tella, y era atacado al mismo tiempo por académicos del peronismo y de la derecha. Touraine era miembro del consejo asesor cuando la pesquisa del Proyecto Marginalidad dio comienzo. Pepe viajó a Gran Bretaña para conocer al otro consejero, aquel brillante historiador que vivía en las afueras de Londres. A pesar de su gesto adusto, Hobsbawm era un hombre afable. Rápidamente aceptó la propuesta y acordó que pronto visitaría la Argentina. Nun fue a recibirlo poco después a Ezeiza y lo acompañó hasta el hotel Castelar. Lo paseó por Buenos Aires y lo llevó a escuchar jazz. Tanto le gustaba esa música a Eric que escribía artículos en un influyente periódico inglés con el seudónimo de Frankie Newton. Bajo ese nombre de fantasía estaba cifrado un homenaje al trompetista de Billie Holiday, que era comunista.

Es que para la época en que sucedían aquellas trasnoches porteñas que compartía con Nun, el historiador todavía era miembro del Partido Comunista inglés. Pepe aprovechó esa cercanía para, entre vino y vino, hacerle una pregunta que hoy suena ingenua:

-¿Vos creés realmente que vas a vivir para ver la revolución marxista en Gran Bretaña?

Eric se quedó pensando un largo rato la respuesta. Luego, le dijo:

-Por supuesto que no. Hubo un momento en que creí que la revolución estaba al alcance de la mano. Fue al final de la Segunda Guerra Mundial. Había un nivel de solidaridad impresionante en la sociedad inglesa. Los vecinos te llamaban para decirte: me sobran bonos de racionamiento, ¿no querés uno? En cambio, en esos años, los franceses llenaban ávidamente sus bañeras de todo lo que rapiñaban por ahí. Ese espíritu de solidaridad que había en Inglaterra y que no existía en Francia, se fue perdiendo. Sin ir más lejos, durante estos días en Buenos Aires mi mujer se quedó sola. Pero estoy seguro de que nuestros vecinos velan por ella. Estoy seguro de que una vecina la fue a ver esta tarde para llevarle una cake . Yo creí que ese espíritu iba a desembocar en el socialismo. Pero llegó el Partido Laborista, y a los dos años ya estábamos otra vez en el individualismo capitalista.

Hizo un nuevo silencio y tomó el resto de su copa de vino:

-No, Pepe, no voy a ver la revolución. Está claro. Pero tengo que obrar como si creyera que va a llegar. Porque ésa es la única forma de lograr que alguna vez suceda.

Hobsbawm fue marxista y pagó sus costos bajo la Guerra Fría. Y también, en sentido contrario, cuando criticó con dureza al régimen stalinista y renunció a la doctrina del marxismo leninismo.

Finalmente, Pepe y Eric viajaron juntos a Resistencia, a iniciar su estudio de campo. Nun había leído el otro clásico de Hobsbawm: Rebeldes primitivos. En ese libro, el historiador examinaba cuatro rebeldes precapitalistas: el ladrón noble (un Robin Hood que robaba a los ricos para darles a los pobres), el vengador (como los cangaceiros brasileños del siglo XIX, que atacaban a los explotadores), los guerrilleros húngaros (formación paradigmática de la lucha contra el opresor extranjero) y los bandidos expropiadores (cercanos al anarquismo).  Nun se dio cuenta de que la historia de Mate Cosido no le sería indiferente a su compañero de viaje. El famoso bandolero rural, que en la Argentina fue estudiado magníficamente por Hugo Chumbita, se llamaba David Segundo Peralta. El apodo se debía a una cicatriz que tenía en la cabeza. Autocalificado como «el bandido de los pobres», amado por los lugareños, se había hecho célebre en la zona por sus robos a las empresas Bunge & Born, Dreyfuss y Anderson, Clayton & Co. y La Forestal, y por su asociación con el otro Robin Hood de las pampas: Juan Bautista Vairoleto. Peralta se había perdido para siempre, pero aquel lugarteniente había muerto en Misiones por una emboscada policial, tejida gracias a una historia de amor. La noticia de que existía un sobreviviente de aquella patrulla fascinó a Hobsbawm. Se dirigieron a Presidente Roque Sáenz Peña y averiguaron dónde pasaba su retiro el testigo. Pepe y Eric terminaron encontrándolo en el monte. Era un sargento de apellido Ávalos, que los hizo pasar y les convidó mate y conversación. A Hobsbawm le divertía mucho probar esa rara infusión con bombilla que pasaba de mano en mano.

El sargento les confirmó la historia y comenzó a relatarles cómo operaba la banda de Mate Cosido. En ese momento, Eric le dijo: «Espere, espere, déjeme adivinar». Y se lanzó a narrarle con detalle cómo se organizaban y cómo se movían. El sargento abría los ojos: no podía creerlo. ¿La fama y las correrías de Mate Cosido habían llegado a Londres? «No -le respondió el historiador-. Lo que le estoy describiendo es cómo operaban en Italia los bandidos sociales durante el siglo pasado.»

Luego Hobsbawm le dijo a Nun: «Estoy hecho, Pepe. Tantos años en los archivos europeos y vengo a descubrir aquí, en la vida real, sobre el terreno todo lo que estudié en las bibliotecas. Es el mejor premio que pude haber tenido, la emoción más grande». Parecía un paleontólogo que había tomado contacto con un dinosaurio verdadero. Su teoría, hasta entonces, explicaba el auge de estos bandidos como fruto de un choque entre el capitalismo naciente y las comunidades tradicionales que eran sojuzgadas. La experiencia argentina lo llevó a reelaborar esa teoría en otro artículo académico famoso, que publicó en 1972, donde acepta el híbrido entre el ladrón noble y el anarquista, filiación que Mate Cosido y Vairoleto habían terminado aceptando con orgullo.

Hobsbawm se hizo lector de Borges y vino otras dos veces a Buenos Aires. Y cenó siempre con Nun, en veladas lúcidas donde se discutía de política y de la vida. Cuando Pepe se enteró, hace dos semanas, de que había muerto a los 95 años «el historiador que vivió y describió el siglo XX como nadie», recordó todas estas escenas del pasado. «Me dio una pena, una gran pena -me dijo Pepe-. Te cuento todo esto para que no se pierda en las nieblas del tiempo.»

*Ver el mítico y agotadísimo número especial sobre la marginalidad de la Revista Latinoamericana de Sociología, 1969/2, dirigido por Nun, con artículos de él mismo, de Hobsbawm, de Laclau y de los demás participantes del proyecto.

 

fuente http://www.lanacion.com.ar/1517062-hobsbawmen-busca-de-mate-cosido