El ministro de Justicia y Seguridad bonaerense, Ricardo Casal, es como un empresario del espectáculo con varias obras al mismo tiempo en cartel.
Entre los hitos de su carrera resalta la comedia Extraños en un tren –sobre un simpático grupo de policías que urde el falso saqueo de una formación ferroviaria en José León Suárez, para así encubrir un doble crimen en la modalidad del gatillo fácil–, y también El hombre de la bolsa –una ficción que describe las desventuras en Argentina de un jefe de Los Zetas, al ser capturado por una valiente patrulla de la Bonaerense–, entre otros éxitos teatrales. Pero si algo lo catapultó a la fama fue su miniserie televisiva del caso Candela, en la cual él pasa revista a sus obsesiones predilectas: un guión laboriosamente cincelado con datos imaginarios, intérpretes de identidad reservada, pruebas plantadas y la detención de personas inocentes.
Ahora acaba de estrenar una producción, en donde aborda de manera tangencial la temática de los derechos humanos; su argumento: la dramática historia de una quinceañera, quien con dos vecinitos decide asaltar la casa de una Madre de Plaza de Mayo.
La noche de los visitantes. El rostro herido de Nora Centeno, de 78 años, fue profusamente mostrado por el periodismo tras el atraco que sufrió en su hogar de Villa Castels, La Plata, durante el anochecer del 10 de marzo.
No menos conocida es su versión de aquellas circunstancias: dos sombras que irrumpieron por los fondos, su familia –compuesta por una nuera, su pareja y una bisnieta– encerrada en el baño del quincho y ella, en el piso, con un cordel estrujándole el cuello. Ya se sabe que el castigo fue impiadoso. Y que sus victimarios –dos adultos de contextura atlética que camuflaron sus rasgos con gorritas y bufandas– alternaban el ataque físico con preguntas y amenazas pronunciadas con una helada corrección. También se sabe que éstos, al ser anoticiados sobre su militancia en Madres, se ofuscaron de manera notable. “No era gente marginal”, diría después ella, una y otra vez.
Repitió el martes aquellas mismas cuatro palabras, al atender una comunicación telefónica efectuada desde el Ministerio de Justicia y Seguridad. La respuesta de Casal, entonces, fue categórica: “Vamos a ir hasta el fondo”.
En su momento, la celeridad de Casal impresionó gratamente a la opinión pública. “La investigación está muy avanzada”, anticipó con humildad, apenas unas horas más tarde. En paralelo, un flash de la señal C5N anunciaba en exclusiva un allanamiento. “Están secuestrando importantes elementos vinculados a la causa”, consignaba el boletín. A esa altura, una adolecente de 15 años –identificada en el expediente como GNV– y dos hermanos de 18 y 19 años –Vicente y Sergio Morales– ya languidecían en los calabozos de la comisaría 13ª de Gonnet. El fiscal de La Plata, Marcelo Romero, supervisaba la pesquisa.
Una nueva obra maestra de la dramaturgia bonaerense estaba en marcha. Tal acontecimiento artístico fue oportunamente mencionado en algunos medios gráficos, como Tiempo Argentino, Página 12 yMiradas al Sur. Así fue como su estructura narrativa dejó de ser un secreto.
En resumidas cuentas, los responsables de la puesta en escena habían exhibido nuevamente su apego por el clasicismo: una introducción basada en causas anteriores –a GNV se la vinculaba con un robo y a los hermanos, con una violación de domicilio y amenazas– desembocaría en un cúmulo de enredos. En esas circunstancias, al desafortunado trío les fue ofrecido el hacerse cargo del robo a Nora Centeno. El resto: la declaración de un policía –el oficial de la comisaría 13ª de Gonnet Carlos Omar Abalos–, quien sostiene haber resuelto el caso en base a los dichos de “vecinos de la zona”, junto al infaltable aporte de los testigos de identidad reservada y, por último, la siempre milagrosa aparición de alguna prueba previamente plantada. Todo de manual. Salvo por un detalle: el curioso empeño de los investigadores por dejar constancia de su actuación. Tanto es así que los propios uniformados aportaron al juzgado una filmación de seis horas. Allí se la ve a GNV golpeada y desnuda, entre tres o cuatro policías en actitud poco amigable. “¡Negra sucia! ¡Ahora vas a ver lo que es una buena paliza!”, le grita uno, al mostrarse ella remisa a firmar una confesión.
En lo formal, los investigadores exhibieron a los damnificados algunos objetos presuntamente robados en la casa de Villa Castels. Nora Centeno y sus familiares no los reconocieron como suyos.
Ello no estaba en el libreto.
Y motivó un segundo reconocimiento de objetos; en la ocasión, los sabuesos aportaron una cámara digital Minolta y un LCD de 32 pulgadas. Esta vez el trámite dio positivo; los aparatos eran de Centeno.
La versión oficial atribuía su recuperación a dichos de “vecinos de la zona”; entre ellos, nada menos que los compradores de buena fe. Todos son testigos de identidad reservada. O sea, personas jurídicas imprecisables en circunstancias fácticas inciertas. Algo menos que la nada.
Esa nada, precisamente, podría propiciar un estrepitoso salto al vacío para semejante construcción argumental. Porque conduce a un interrogante: ¿si los acusados son inocentes y los testigos no confiables, como fue que los dos objetos robados a Centeno llegaron a los policías de Gonnet? Y ello lleva a otra pregunta: ¿cuál es el vínculo de éstos con el robo de Villa Castels?
Cuestiones que tal vez se les pasaron por alto a los autores del guión. Y que, seguramente, aún no han sido tomadas en cuenta por el puntilloso ojo del fiscal. Cuestiones, en definitiva, de embarazosas consecuencias.
Casal, el teatral. De acuerdo a informe dado a conocer en 2011 por el Ministerio de Justicia y Seguridad bonaerense, del total de las personas privadas de su libertad en la provincia, unos cinco mil serán excarcelados antes o durante sus respectivos juicios, debido a que están en prisión por pruebas insostenibles o testimonios dudosos. En buen romance, a la mayoría le armaron una causa.
Es de dominio público que, desde tiempos inmemoriables, los expedientes fabricados con fines inculpatorios dan forma a una pujante industria argentina, la llamada industria del garrón. En ella intervienen funcionarios judiciales, abogados y, desde luego, policías. Todos con un amplio abanico de motivaciones: simple incompetencia, urgencias estadísticas, extorsiones varias y hasta alguna venganza. Todo, generalmente, en un formato penal de baja intensidad, pero lo suficientemente incordioso como para malograr por un tiempo la vida del perjudicado.
Sin embargo, el vasto territorio bonaerense asiste ahora a un salto cualitativo en el asunto. Es que al ejercicio clásico del garrón se le suma otra variante: investigaciones de fantasía para encrucijadas mediáticas y resonantes. Prueba de ello es Candela. Prueba de ello es el cuádruple crimen de La Plata. Prueba de ello es también el niño Gastón Bustamante, entre tantos otros. Prueba de ellos son también los ADN que no están, la mancha de tomate confundida con una huella de sangre. El dato del soplón. Y personajes como Burlando.
La cara amoratada de una Madre de Plaza de Mayo no es un hecho menor. El ataque a Nora Centeno es, entre otras cosas, un signo y un mensaje. Un mensaje de impunidad. Y también un intento de crear una ilusoria sensación de eficacia a través del uso de tácticas policiales propias del terrorismo de Estado. Una afrenta hacia la madre de un detenido desaparecido.
Una afrenta para todos.
Fuente: http://sur.infonews.com/notas/la-brigada-de-simulaciones-varias