La prisión de Whatton en Nottinghamshire, en el centro de Inglaterra, no se parece a las demás.
Cada uno de sus 840 reclusos ha cometido un delito sexual y el 70% son pedófilos.
Este centro de rehabilitación es el más grande de Europa en su tipo. Sólo aquellos que han aceptado someterse a un tratamiento son admitidos en esta cárcel, aunque para ello deban esperar hasta tres años.
La mayoría de los programas para tratar a los culpables de delitos sexuales recurren a terapias psicológicas grupales. Pero en esta cárcel se está probando algo distinto: el uso de fármacos para inhibir los pensamientos y las urgencias sexuales.
Lynn Saunders, directora de la prisión, trabaja con este tipo de criminales desde hace 20 años y adora su trabajo. Según explica, la evaluación inicial de este programa piloto con drogas para refrenar la libido -que comenzó en agosto de 2009- muestra que está funcionando.
El programa se encuentra recién es su primera fase y el número de presos que participan es bajo -cerca de 60-, pero los gráficos muestran que el deseo sexual o el tiempo que los presos hablan sobre sexo ha disminuido.
El Ministerio de Justicia está satisfecho con estos resultados y continuará ofreciendo el programa a los reclusos que corren más riesgo de volver a incurrir en los mismos crímenes y que han respondido positivamente al tratamiento.
«Los resultados son esperanzadores», dice Saunders, «y lo más importante es que es un esquema voluntario». «Esto no le garantiza al preso su libertad, es parte de una serie de iniciativas que tenemos que implementar para que los presos puedan demostrar que ya no representan un peligro tan grande», añade.
El caso de David
Los expertos están experimentado aquí con dos clases de drogas: inhibidores selectivos de la recaptura de la serotonina (ISRS), más conocidos como antidepresivos y antiandrógenos.
«Uno de estos grupos de fármacos actúan en el cerebro, bajando el volumen de los pensamientos sexuales. El otro deprime la testosterona. Al hacerlo, reduce el nivel de excitación sexual’, le dijo a la BBC Adarsh Kaul, director clínico de Salud de Nottinghamshire.
David (cuyo nombre -y el de los otros presos que figuran aquí- fue cambiado para proteger su identidad) tiene treinta y pico de años. Fue declarado culpable por haber mantenido conversaciones de índole sexual con una niña de 14 años.
«No puedo imaginarme lo difícil que fue para ella», dice David, quien reconoce que su falta puede afectar a su víctima por el resto de su vida. Él me cuenta cómo solía fantasear con adolescentes. Ahora, está tomando antidepresivos por su propia voluntad. Dice que su preocupación por el sexo se redujo significativamente.
«Quiero asegurarme de no cometer más delitos. Entiendo que la comunidad me perciba como un malvado, pero creo que lo que hice es malvado, no yo».
Derecho a la rehabilitación
«Lo que descubrimos con este programa y con la medicación es que los hombres pueden cambiar y asumir la responsabilidad de controlar su conducta’, señala Kerensa Hocken, psicóloga forense de la cárcel.
Robert, otro recluso que se encuentra allí por haber violado a niñas jóvenes durante varios años, también está tomando antidepresivos.
Se propuso como voluntario porque quería que lo ayudasen a eliminar sus pensamientos sobre el sexo que lo acosaban 24 horas al día. «Es un infierno», dice. ‘No puedes realmente pensar en otro cosa’.
Aunque a muchos les gustaría ver a personas como él encerradas para siempre, Robert considera que tiene derecho a la rehabilitación. «Somos seres humanos. Es cierto que hemos cometido errores sustanciales en nuestras vidas, pero merecemos la oportunidad de rehabilitarnos, como cualquier otro preso.
Pero Peter Saunders, director de una ONG que da apoyo a los sobrevivientes de abuso sexual en la infancia y víctima de esta clase de abusos cuando fue niño, no está de acuerdo.
«Los crímenes contra los niños son únicos, no se parecen a ningún otro delito. Alguien que destruye la inocencia, que lastima y viola a un niño tiene que aceptar que pone sus propios derechos humanos en peligro».
«Los niños tienen sólo una oportunidad de ser niños. Y tienen que vivir con las consecuencias de lo que pasó por el resto de sus vidas’, arguye Saunders.
Miedo
Si bien el programa piloto está dando buenos resultados, no hay que perder de vista que su implementación se hace dentro de un ambiente controlado. Hocken acepta que las tentaciones fuera de la cárcel pueden ser muy diferentes.
¿Qué pasaría si un pederasta vuelve a ver o a estar en contacto con niños a diario?
‘Pasamos mucho tiempo practicando cómo actuar en esas situaciones, como reaccionarían cuando ven un niño por primera vez, a quién pedir ayuda’, explica Hocken.
Cuando le preguntamos a Mike, un pedófilo con cientos de víctimas, cómo se siente ante la idea de reintegrarse en la comunidad, admite que eso le preocupa. «Honestamente, me asusta’, dice.
«Pero espero que para cuando consideren que no represento un peligro pueda contar con ayuda y con gente a la que pueda recurrir si siento que me estoy yendo por la vieja senda. Yo ya no quiero crear nuevas víctimas’.