Abel Albino es un reconocido médico que, desde su lugar y con su visión, trabaja para combatir la desnutrición. En particular, trabaja como titular, desde su fundación Conin (Cooperadora para la Nutrición Infantil), institución que, entre otras cosas, recibe de parte del Estado derivaciones de casos de niños con desnutrición y los atiende. Este trabajo de Albino lo ha convertido en un ejemplo para muchos y ha recibido muchos premios y distinciones por la iniciativa.
Ahora bien, recientemente, hace unos días, en un acto en el que estuvo incluso el gobernador de Mendoza Francisco Pérez, el médico Albino se animó a decir y dar como cierta una frase sobre la que nos conviene reflexionar:
“El 80 por ciento de los grandes criminales de Mendoza han sido desnutridos de segundo y tercer grado”, dijo el profesional.
Aclaremos en principio que, según publicaciones especializadas, esos grados de desnutrición son de los más severos: incluyen lesiones en células (segundo grado) y funciones celulares y orgánicas muy deterioradas y alto riesgo de muerte (tercer grado).
Volviendo a la frase de Albino, claramente su mensaje apunta a destacar que la gran mayoría de los delincuentes han sido pobres (pues se entiende que casi todos los desnutridos son personas con escasos recursos).
Esto se llama técnicamente criminalizar la pobreza.
Digámosle ya mismo al médico que, de los criminales (reconocidos como tales al ser juzgados y encarcelados) sólo van a parar a la cárcel los fracasados.
Los delincuentes exitosos, los que provocan los más grandes golpes, los que no son pobres, rara, muy rara vez terminan presos. Muy por el contrario, viven, se alimentan y mueren bien y, por lo común, ostentan títulos universitarios.
Seguramente, lejos ha de estar en el espíritu de este hombre relacionar a los delincuentes con los pobres, sin embargo, su concepto es peligrosamente erróneo. Para peor, no ofrece pruebas de su dicho: el dato, deslizó, surge “de un estudio realizado hace nueve años por una ex defensora de Pobres y Ausentes de la provincia”.
Hace nueve años atrás, recordarán, vivíamos una de las peores crisis de la historia argentina y la mayoría de los habitantes del país vivían en la pobreza. Sostener el mismo concepto tantos años después y con el crecimiento general que se ha vivido en Argentina es, por lo menos, desacertado.
Además, agreguemos que, teniendo en cuenta que vivimos en un sistema social que sólo encarcela a los ladrones de gallinas (todos pobres), pues claro que lo erróneo se multiplica.
Siguiendo el mismo argumento y la misma lógica que Albino, podríamos decir, por la contraria, que las personas más ricas, las opulentas, las que comen muy bien jamás cometen delitos y son toda ejemplaridad social.
¿Por qué? ¡Pues porque nunca caen presas y, por eso, nunca llegan a ser catalogadas como delincuentes!
Y no es así: una cosa es ser pobre, otra cosa es ser desnutrido y otra, muy distinta, es convertirse en criminal.
“La consecuencia de un chico desnutrido es que nunca multiplicará ni dividirá, y jamás irá a la universidad”, completa el laureado médico.
No obstante, también digamos que hay que promover la buena nutrición y la buena educación, pero que no hay universidad en el mundo que pueda garantizar que de ella no saldrán delincuentes.
Pongamos un caso: los más grandes actos delictivos de nuestra historia (los de la dictadura militar y el menemismo, por ejemplo) fuero cometidos por personas educadas y bien nutridas. Es así: algunos se roban un par de zapatillas o matan a alguien; otros, se roban un país o aniquilan una generación.
El concepto de nutrición, como cualquier concepto, no puede ser comprendido si no contextualizado debidamente en los procesos sociales.
“Si queremos tener una gran nación, tenemos que preservar el cerebro durante el primer año y después educarlo. Si tenemos el cerebro intacto y ponemos cloacas, agua corriente y energía eléctrica en cada hogar argentino, tenemos un gran potencial a un plazo de treinta años”, dice Albino y tiene razón, claro que sí.
Ahora bien, que un niño no tenga acceso a sus necesidades básicas, no significa que estemos criando un futuro delincuente que afane mochilas o celulares, sino apenas un pobre. Del mismo modo, que estemos criando un médico, un periodista, un abogado, un general, un obispo, un contador o un millonario no significa que estemos garantizando que luego ese niño no se afane veinte millones de dólares, con los cuales se pueden comprar decenas de miles de mochilas o celulares.
Como todo en la vida, nuestra idea del delito responde también a una construcción social: definen lo que es delito los exitosos del sistema, aquellos que difícilmente terminarán presos. Por eso, tampoco ha de sorprendernos que, en una encuesta de nuestro propio diario (un diario digital consumido por personas que tienen acceso a Internet y necesidades básicas presuntamente satisfechas), el 83% de nuestros lectores sostengan que la pobreza genera inseguridad.
Pues humildemente (o sin humildad, como quieran) déjenme sostener que no: la pobreza genera carencia y penuria y activa la solidaridad. Jamás debiéramos pensar que la pobreza deviene criminalidad.
Si nuestros pobres se hartaran de la injusticia social con la que conviven y salieran a delinquir, ni ustedes ni yo, estimado Albino, estimados lectores, duraríamos más que un pelado en la nieve.
Fuente: http://www.mdzol.com/mdz/nota/376565-la-criminalizacion-de-la-pobreza-una-respuesta-al-medicoabel-albino/