Por MARTÍN LOZADA

La mejor cárcel es aquella que no existe». Se trata de una afirmación que abriga una fuerte impugnación penitenciaria, que se le atribuye a un anarquista del siglo XIX. Podría tratarse del príncipe Piotr Kropotkin, geógrafo, naturalista y uno de los principales teóricos de aquel movimiento.

El 20 de diciembre de 1877 Kropotkin pronunció un discurso en París, luego publicado bajo el título «Las cárceles y su influencia moral sobre los presos». Ya entonces advirtió que, pese a todas las reformas realizadas, y no obstante los experimentos producidos por los distintos sistemas carcelarios, los resultados con frecuencia resultan ser los mismos.

Sostuvo que sean cuales fueren los cambios introducidos en el régimen carcelario, el problema de la reincidencia no disminuye. Esto es inevitable, así ha de ser, la prisión mata todas las cualidades que permiten al hombre adaptarse mejor a la vida comunitaria.

Se preguntó, además, ¿qué hacer para mejorar el sistema penal? Ante ello afirmó que tan sólo existe una respuesta posible: nada. Y tal cosa por cuanto, «con excepción de unas cuantas mejoras insignificantes, no se puede hacer absolutamente nada más que demolerla».

No sin ironía expresó que los presos «saben de las increíbles estafas perpetradas en el campo de las altas finanzas y del comercio (…) saben que la sed de riquezas, adquiridas por todos los medios posibles, es la esencia misma de la sociedad burguesa».

Tuvo en claro que las mentes más avanzadas e inteligentes de su época proclamaban que es la sociedad en su conjunto la responsable de los actos antisociales que se cometen en ella. Por lo tanto consideró que, igual que participamos de la gloria de nuestros héroes y genios, también nos toca compartir los actos de nuestros asesinos.

Kropotkin supo de los avatares de la cárcel, patrimonio común de militantes y, a la vez, vivero de anarquistas. Y quizá por eso afirmó que «sólo dos correctivos pueden aplicarse ante los comportamientos que conducen al llamado delito: la fraternidad humana y la libertad».

La historia cultural del anarquismo es un yacimiento que todavía puede ser explorado de modo fructífero, de acuerdo a su capacidad de análisis crítico y radical del poder. Otro tanto es posible subrayar respecto de la concepción antropológica que le subyace, la cual cuestiona y pone en crisis el modelo de organización social imperante.

De esa historia cultural se nutrió el pensamiento abolicionista en materia penal y penitenciaria, cuyos años de oro se sucedieron un siglo después de aquel discurso del prominente anarquista.

Tan así es que uno de sus principales exponentes, el noruego Nils Christie, arremetió tanto contra la cárcel como respuesta penal como contra el delito como categoría cognitiva y criminológica.

Christie abogó por la necesidad de preguntarnos acerca de qué tipo de dolor y qué tipo de distribución del sufrimiento resulta aceptable para nuestra sociedad. Y, más concretamente, hasta qué punto podemos admitir el crecimiento de los sistemas penales sin poner en peligro el valor de la solidaridad, el carácter civil de nuestras sociedades y su carácter cohesivo.

El legado de Kropotkin, así como el del profesor noruego, convergen en un mismo punto. Ambos destacan con énfasis que el crecimiento de las instituciones penales representa una seria amenaza para los ideales de la cohesión social y la integración de sus miembros.

 
MARTÍN LOZADA
Juez Penal. Catedrático Unesco en Derechos Humanos, Paz y Democracia