Tamara Bulacio tiene 20 años, dos hijos y el recuerdo siempre presente de su hermano, Walter Bulacio, cuya muerte el 26 de abril de 1991 lo convirtió en un emblema de la lucha contra la violencia institucional. Tamara dialogó con Página/12 a días del comienzo del juicio contra el comisario jubilado Miguel Angel Espósito, imputado por la privación ilegítima de la libertad de Walter, quien fue detenido el 19 de abril y murió siete días después a consecuencia de los golpes recibidos en la comisaría 35ª. Lo detuvieron por “averiguación de antecedentes”. Tamara nació dos años después de la muerte de Walter –son hijos del mismo padre–, pero lleva su recuerdo impreso en cuerpo y alma: “Es un dolor que llevamos todos en la familia porque siempre nos preguntamos: ¿Qué hizo Walter para que lo detuvieran? El sólo quería ir a un recital de rock” de los Redonditos de Ricota, en Obras Sanitarias. “El juicio, aunque no se está juzgando a Espósito por la muerte de Walter, nos sirve al menos para que nos den un poco de justicia. Alguien tiene que pagar por lo que pasó, por Walter, por mi viejo, por la madre de Walter, por todos nosotros.”
Tamara, que participó desde los seis años en las marchas pidiendo justicia por la muerte de su hermano, quiere agradecer “a María del Carmen Verdú (abogada de Correpi y de la familia Bulacio), a todos los que nos acompañaron en todos estos años, a los estudiantes que muchas veces me llaman porque quieren hacer un trabajo sobre lo que le pasó a Walter, a los que se acuerdan del caso después de 22 años y a los que se van a seguir acordando cuando hayan pasado 40 años”.
Afirma que “lo único” que esperan es “un poco de justicia, porque hasta ahora nadie se hizo cargo de nada. Queremos justicia por nosotros y para alentar a esos padres que están pasando por lo mismo para que sigan luchando hasta que llegue la justicia; tarda, pero llega”.
Tamara nació en 1993, dos años después de la muerte de Walter Bulacio, el 26 de abril de 1991. Una semana antes había sido detenido por la Policía Federal, junto con otros 73 jóvenes, cuando intentaban ingresar al estadio Obras. Son hijos del mismo padre, Víctor Bulacio, igual que el menor de la familia, Matías, que ahora tiene 18 años.
La mayor es Lorena Bulacio, quien igual que Walter es hija del primer matrimonio de Víctor con Graciela Scavone, que será la testigo inicial cuando comience el juicio oral, el 24 de este mes.
Desde muy chica, Tamara iba a las marchas en las que se pedía justicia para Walter. Lo hacía para acompañar a su abuela, María Ramona Armas (84), cuya salud es frágil, al punto de que hasta ahora no le dijeron que empieza el juicio oral contra el comisario Espósito. “Se lo vamos a decir, pero más cerca de la fecha. Seguro que se va a enojar porque no se lo dijimos antes, pero también se va a poner muy contenta, porque ella fue una de las personas que más lucharon para que este juicio se hiciera, aunque no es lo que esperábamos, porque nadie va a ser acusado por la muerte de Walter, sólo por la privación ilegal de la libertad.”
“La primera vez que fui a una marcha tenía seis años. Siempre iba de la mano de Carmen (María del Carmen Verdú, abogada de la familia), porque la abuela siempre iba para todos lados, a protestar, y no daba que yo, con seis años, anduviera de la mano de ella”, rememora Tamara con una sonrisa. “El otro día estuve mirando las fotos de esa época, cuando era toda cachetona, más que ahora, prendida a la mano de Carmen.”
“Lo que pasó con Walter me duele sentimentalmente, porque es mi hermano, aunque no lo haya conocido. Siempre tuve conciencia de que le arrancaron la vida cuando tenía 17 años. Con eso, nos cagaron la vida a todos los que integramos la familia”, dice Tamara mientras conversa con Página/12 en el Burger Club, en Vélez Sarsfield y Boulogne Sur Mer, en Tapiales, partido de La Matanza. “Las que más sufren son mi abuela y la mamá de Walter, que vive en la cama, con una depresión terrible.”
Tamara y Matías quedaron huérfanos siendo niños, porque su padre, Víctor, murió en abril de 2000. La madre de los dos ya se había ido, los había abandonado. A Tamara la crió su abuela María Ramona Armas, quien “después de 22 años, todavía sigue llorando por las noches recordando a Walter. Ahora está enferma porque tuvo un edema pulmonar y no se acuerda de algunas cosas, pero de Walter no se olvida nunca, ni un solo día”.
Dice que Walter era “su nieto preferido, para ella y para la madre era la vida. La madre sufre mucho también, pero lo tomó de otra manera, por su religión (es evangelista) y por la manera que tiene de ver las cosas, pero igual está mal. Por más que pasen cuarenta años, el dolor siempre queda”.
Afirma que la pregunta que sigue atormentándolos es “qué fue lo que hizo Walter para que le arrancaran la vida, para que se la robaran de una manera tan injusta”. Preguntada sobre cómo fueron los últimos años de Víctor, su padre, recuerda que todavía lo ve “con el pelo largo, la barba crecida y muchas veces sin querer salir de la casa”. Después confiesa que, en una ocasión, se “enojó mucho” con Víctor.
Cuando ya habían sido abandonados, ella y Matías, por su mamá, Víctor “se fue a vivir con otra mujer y me dejó con mi abuela. Después él cayó enfermo, lo internaron, y del único que se acordaba era de Walter. De nosotros ni se acordaba. Eso me siguió doliendo mucho tiempo después de su muerte, hasta que lo comprendí. Al él también le sacaron a su hijo, el primer varón, y todo fue muy complicado”, admite Tamara, por primera vez con la voz entrecortada por los recuerdos.
–A veces los padres y las madres se creen superhéroes que tienen la obligación de salvarles la vida a sus hijos, pase lo que pase.
–Sí, es así, tanto el padre como la madre sienten esa responsabilidad y mi papá lo sentía así. Los dos se sentían culpables por lo que le pasó a Walter –responde Tamara, que tiene dos hijos, Alma, de tres años, y Máximo, de un año y medio.
Tamara espera que el juicio oral y una eventual condena del comisario Miguel Angel Espósito sirvan para “aliviar en algo tanto dolor”. Se ríe cuando dice que María del Carmen Verdú ya le dijo que si no va al juicio, “el juicio no empieza, que tengo que estar ahí para acompañar a la madre de Walter, que va a declarar como testigo”. Matías, su otro hermano, vive desde chico con Graciela, la mamá de Walter. Está contenta porque “por fin llegó el juicio, nosotros ya pensábamos que nunca iba a llegar”.
Tamara dice que quiere verlo cara a cara a Espósito. “Ojalá que vaya al juicio, porque se dice que tal vez lo siga por videoconferencia, dado que está enfermo, según dicen.” En ese punto vuelve a recordar las marchas en las que estuvo, de chica, y que al principio le “daban miedo, sobre todo una en la que fuimos a Plaza de Mayo y algunos de los grupos de manifestantes que nos acompañaba empezaron a hacer ruido con los bombos, los insultos y esos petardos que hacen mucho lío. Estaba muy asustada”.
Otra manifestación que la “puso mal” fue en la que se le hizo un “escrache” al comisario Espósito, en su domicilio. “Yo me puse a llorar cuando vi a mi abuela llorando, agarrada de las rejas, y lo reputeaba al comisario. Me acuerdo que yo también tiré huevos contra la casa. Fue la marcha que más me movilizó sentimentalmente, porque me dio mucho dolor ver a mi abuela tan golpeada. Ella ya tenía más de setenta años y era muy feo verla sufrir de esa manera.”
Tamara vivió con su abuela desde los cuatro años y siempre la acompañó. Aunque no son directos, porque no se conocieron, tiene recuerdos “muy presentes” de Walter, a través de su abuela: “Ella me contó que era muy juguetón, que le gustaba hacer bromas. Era un chico muy respetuoso y tenía muchas ganas de estudiar, porque quería ser profesor de historia. Cuando murió estaba en el último año de la secundaria. Se llevaba muy bien con mi papá, creo que debe haber sido una época muy linda entre ellos dos. Creo que para mi papá fue el mejor momento de su vida”.
Tan fuerte fue esa relación que Víctor, cuando tuvo un hijo con su última pareja, le puso de nombre Walter. Tamara no tiene relación con ese hermano suyo, que no lleva el apellido Bulacio, porque Víctor falleció poco después de su nacimiento.
Walter, el primer Walter, está siempre presente. “Mi abuela, en la casa, tiene 50 fotos de Walter y una o dos de mis hijos. A mi nena siempre le muestra las fotos y le pregunta: ¿Quién es? Y Alma le dice: ‘Es el tío Walter que está en el cielo’, porque mi abuela siempre le dice que está en el cielo.” Por eso dudan en cuándo decirle que se hace el juicio: “Se va a enojar porque no se lo dijimos antes, pero ella no está bien, le sube la presión, no se mueve por sus propios medios. No está para ir a un juicio, pero hay qué ver qué pasa cuando se entere”.
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