En su libro La renovación del Derecho (1946), el pensador alemán Gustav Radbruch decía: “Cuando nosotros, viejos juristas, nos iniciamos, era una rareza que el estudio del Derecho se originara en una inclinación propia. Las más de las veces partía de la tradición familiar o de la falta de una tendencia decidida hacia otra carrera. Después de todo, estaba bien que gente joven difícilmente acometiera el estudio jurídico por propensión natural, pues el Derecho es un asunto de la edad adulta, vinculado con mucha resignación, por ejemplo, con la renuncia a una justicia incondicional, a favor del derecho positivo necesariamente imperfecto. Sin embargo, prosigue Radbruch frente a los jóvenes –hay que imaginar los rostros de esos jóvenes alemanes que quieren aprender Derecho en 1946–, la actual generación se encuentra en relación íntima ampliamente favorable hacia el estudio del Derecho. Colocados en la vida económica y social antes que otras generaciones, pueden también los jóvenes experimentar por sí mismos los entrelazamientos internos del Derecho en todas las relaciones económicas y sociales y obtener con esa experiencia conocimientos e inclinaciones por las materias jurídicas. Igualmente, las tareas que se plantean a la futura generación de juristas son en especial difíciles y precisamente por eso es de particular atracción para todo jurista verdaderamente activo. Pues también el nacionalsocialismo nos ha dejado el Derecho reducido a un campo de ruinas. Los juristas están confrontados a la difícil misión de limpiar los escombros en los sitios destruidos y levantar en ellos la nueva construcción del Derecho”.

Tomemos y hagamos nuestras las palabras de Radbruch. A los jóvenes abogados nos toca la misma misión (también nosotros estamos “confrontados a la difícil misión de limpiar los escombros en los sitios destruidos y levantar en ellos la nueva construcción del Derecho”); la dictadura nos dejó “un Derecho reducido a un campo de ruinas”. Un Derecho hecho cenizas, como dice Radbruch. Los cuerpos son ceniza. Nosotros también tuvimos y tenemos que levantar la “moral de los escombros” del olvido. Tuvimos que ir a buscar los cuerpos enterrados, como los alemanes, la verdad de lo que había sucedido en los campos. Y se quería ocultar. En la ESMA. En los cuerpos de Laura. O de Floreal Avellaneda. Nosotros también –como abogados de la nueva generación– nos vemos confrontados con “la nueva construcción del Derecho”. Este es el nuevo Derecho. El nuevo Derecho necesita jóvenes comprometidos en democracia sin rastros de complicidad ni silencio; un Derecho que tal vez sólo los jóvenes pueden levantar. Una juventud comprometida, abnegada, firme; no la conciencia cómplice, que hace rodeos para camuflarse en democracia, sino la conciencia que reconoce al otro. Esto es lo que está de fondo en la transformación de la Justicia. No se trata tanto de democratizar la Justicia como de democratizar el Derecho. El Derecho necesita encontrar una palabra nueva. Renovada. Muchos, durante muchos años, habían apostado al olvido, al silencio. La no-palabra. (“No hagan bardo” significa literalmente “no hagan poesía”, “no hagan palabra”, no se metan, no tengan ideas ni ideales, tengan miedo.) La memoria evidenció el crimen que habían callado. Los cuerpos invisibles y mudos emergieron. Que muchos querían por siempre silenciar. La memoria es una apuesta por la verdad. Es una apuesta por la búsqueda del otro (reconstruir el Derecho es reconstruir la palabra). Es una paradoja que muchos medios hablen ahora en nombre de una “verdad” que nunca buscaron. Sin esa verdad no hay instituciones, ni República. La verdad es la base de todas las instituciones presentes, pasadas y futuras. La verdad es la base de la democracia. La verdad es la base de todo.

En la Argentina hay un debate político más que jurídico. El debate se resume en la pregunta ¿cuál es el rol que debe desempeñar la Justicia? El debate de fondo se da entre la posición de Law and economics (economicismo, antipolítica, mercado, Estado mínimo, seguridad a los garrotazos) y el modelo de justicia poética. Uno defiende la eficiencia. El otro defiende la dignidad. Uno impone una visión económica homogénea a todos los países (pérdida de soberanía, renuncia a los tribunales, endeudamiento, desempleo, desigualdad, pobreza), el otro, por el contrario, rescata la identidad, la heterogeneidad, la palabra, la historia, la cultura, la poesía, la voz del otro. Su posibilidad de hacer Derecho. Todo el debate se resume en estas dos posiciones. Ellas sirven para entender el presente y el pasado de nuestro Derecho, a través de dos grandes temas: la deuda externa (pérdida de soberanía, perdida de la posibilidad de hacer Derecho, nuestro camino), y por el otro, la memoria, (cara y cruz, la memoria es la posibilidad recuperada de hacer Derecho, palabra, identidad, la memoria es la posibilidad recuperada de hacer justicia). La Argentina de los ’90 era el país de la impunidad, y la renuncia a la soberanía para tomar deuda. Dos caras del no Derecho. No Estado. (La justicia poética rescata el rol igualador del Estado que coopera, que dignifica, un Estado que según Owen Fiss opera o debe operar como un “igualador de voces”.) Argentina en Nueva York también está discutiendo un nuevo modelo de Derecho. Es curioso que nadie haya reclamado por la independencia de la Justicia cuando no se hacían juicios de derechos humanos (salvo que muchos le llamen a la impunidad “independencia”) o cuando el país renunció escandalosamente a su soberanía (es decir, al funcionamiento autónomo de sus tribunales, a la independencia de ese poder que construye un pilar de la democracia) para tomar deuda. Nadie reclamó entonces por la Justicia. La deuda servía para financiar la Convertibilidad. Es decir, el atraso. Pero a nadie le preocupaba la Justicia. La Justicia era un tema menor, en todo sentido. Vendimos el país. Y cerramos nuestros tribunales. Por eso nos hacen juicios en todo el mundo. Porque no éramos un país soberano. No querían que esos juicios por un endeudamiento escandaloso, hecho de espaldas a la sociedad, se dirimiesen en nuestros tribunales. Se prefería discutir intereses bien lejos del país donde la crisis dejó su marca. Esto también es parte del debate que se da hoy por la Justicia.

El Derecho subordinado a la economía es la eficiencia. La economía subordinada al Derecho, decía Juan B. Justo, es la dignidad. No en vano el primer modelo fue de la mano del endeudamiento y la “flexibilización” de los ’90, que en todos los campos fue la década de la pérdida de derechos (DESC, derechos sociales, pérdida de soberanía, arrasar la economía, un país que tuvo que renunciar a sus tribunales, es decir, a su posibilidad de hacer derecho y justicia). Esta es la posibilidad que estamos recuperando. La pérdida de soberanía fue de la mano de la impunidad, una herida abierta en la democracia, que le quitaba legitimidad al Estado. Del otro lado está el modelo de justicia poética, cercano a la identidad de cada persona, como dice Nussbaum, a la palabra. Frente a la impunidad (renuncia de soberanía para traer el “progreso”), estuvo el modelo de la memoria (justicia poética), humanismo, identidad, palabra, que rehizo la legitimidad. Rehizo el Derecho. Y rehizo al Estado. Este segundo modelo nos permitió recuperar la democracia. Este modelo es el que lucha, también en Nueva York, por devolverle la soberanía al país. La memoria reconstruye, entonces, un nuevo Derecho. Una nueva voz. Un nuevo camino. Una nueva palabra.

* Asesor de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.

 

 

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