Reflexiones del profesor en historia, mediador y abogado, director de Mediación y Conciliación Penal del Ministerio Público de la provincia del Neuquén, acerca del primer juicio por jurados.
Pasó que un día se encontraron.
Era una mañana gris y nublada. “Con lloviznas intermitentes” anunció por la radio un locutor.
Allí estaban: de un lado ellos, un grupo de individuos que el mismo locutor si fuera malintencionado podría llamar de patota, turba u horda; y frente a ellos, solo, el asesino.
Los unos conformaban un grupo –doce, los conté- bastante heterogéneo, como que se habían juntado al azar. Había entre ellos obreros, estudiantes, amas de casa, y alguno que otro técnico o profesional. El otro, el asesino, era un muchacho que había matado de un puntazo con un cuchillo a un joven en una pelea afuera del boliche.
Había una marcada incomodidad. “el aire se corta con una tijera”, “hay una tensa calma”, podía continuar recitando el movilero que ahora se acercó al lugar.
Las miradas se cruzaron y por sus cabezas habrán pasado cientos de imágenes y por sus cuerpos miles de sensaciones. Alguno repasó su vida, rescatando recuerdos y trayendo al presente vaya a saber qué palabras o momentos. Otros pensaron solamente que estaban cumpliendo con algún deber o realizando un destino ya marcado.
Y ocurrió lo que tenía que pasar, lo inevitable. Lo que todos esperaban.
Cuando alguien dio la señal se produjo un murmullo y movimiento, y uno del grupo se adelantó.
Era una mujer. Se acercó al frente, tomó el micrófono y con voz decidida dijo: “Lo encontramos culpable de homicidio”.
Tal cual. Cuando “todos” esperaban un acto de vandalismo y violencia, de esos que la “opinión publicada” decidió denominar “linchamiento”, esto no ocurrió.
La escena descripta transcurrió en una sala de audiencias de Cutral Có, en la meseta petrolera del Neuquén la semana pasada. Era la primera vez en la Argentina que un jurado integrado completamente por personas de la comunidad decidía la suerte de un acusado por homicidio. Estas 12 personas fueron protagonistas de un hecho histórico.
Histórico por la siguiente razón: si bien en nuestro país hace tiempo que existen experiencias de este tipo, nunca un jurado auténticamente popular y sin integración técnica había participado y decidido en un juicio.
Como ejemplo de construcción de ciudadanía en estos momentos en que desde algunos lugares se cuestiona y se pone en duda precisamente la capacidad y la responsabilidad de la comunidad para resolver la cuestión criminal, es todo un modelo a observar y seguir.
Una amiga concluía que una de las enseñanzas que nos había dejado esta experiencia es que no había perdedores. Sin embargo no estoy tan seguro. Creo que sí hubo perdedores.
Perdieron aquellos que vienen promoviendo el castigo y la violencia como modo de resolver los conflictos. Perdieron los sectores que tras el discurso de mano dura, endurecimiento de penas, encarcelamiento generalizado, etc. ocultan espurios intereses económicos y de clase. Perdieron los grandes monopolios de la comunicación que pregonan el caos y la disgregación social, llenando páginas y éter con una campaña sucia que coloca al “linchamiento” como una práctica urbana, naturalizando así la violencia y simplificando la cuestión. Una verdadera ofensa a nuestra inteligencia.
Y también tenemos ganadores. Ganó la gente y su trayectoria democrática. Ganó el sistema republicano y el pueblo protagonizando su soberanía y legitimando modos participativos de hacer justicia. Ganamos todos, hasta el joven que fue
condenado, ya que aquí no hubo oscuras elucubraciones, trámites ocultos, ni circuitos perversos o aberrantes. Hubo inmediatez, publicidad, celeridad, transparencia y humanización de los procedimientos.
Y sobretodo palabras, miradas, gestos, lágrimas, dudas y certezas. Voces firmes y entrecortadas, nerviosismo y alivio, preguntas y respuestas, angustia y tranquilidad.
Otro triunfo del hombre y su cultura.