En noviembre de 2016 me invitaron a hacer la conferencia inaugural de la Cumbre de Mercociudades (ciudades de los países afiliados al Mercosur), que se hizo en la ciudad de Santa Fe, Argentina. Ese encuentro tenía como título: “Construyendo sociedades resilientes en el marco de la integración regional”. Un título que me pareció perfecto por el significado de cada una de esas palabras pero que también me generó desconfianza: no siempre las ciudades son capaces de pasar de las palabras a los hechos. Decidí, entonces, basado en ese título y en mi desconfianza, hacer una ponencia centrada en las palabras que se requieren para transformar una sociedad. Aquí está ese ejercicio, revisado después de la conferencia para que tenga sentido en otros lugares y espacios.
Las palabras con las que nombramos a los gobiernos, a los gobernantes, a los políticos.
En el actual momento de Colombia, donde el post conflicto debería servir para construirnos como sociedad, tenemos que ser capaces de pensar y decidir las palabras para la política, para la gestión pública, para la transformación de las sociedades, para nuestra participación en esa transformación.
¿Qué pasaría si hiciéramos un ejercicio, un juego, y nos preguntáramos con qué palabras definiríamos a nuestros gobernantes, a nuestros gobiernos, a los políticos, a sus partidos? ¿Qué palabras saldrían, cuáles serían las más pronunciadas por la gente para calificarlos?
¿Con cuáles de estas palabras los identificaríamos o con cuáles de esas palabras incluso calificarían ustedes mismos la gestión pública en general?
Confianza o desconfianza
Inclusión o exclusión
Equidad o inequidad
Avance o estancamiento
Seguridad o inseguridad
Cohesión o fragmentación
Integralidad o desintegración
Integración o aislamiento
Articulación o “cada uno con su chacrita”
Transparencia o corrupción
Transformación o “todo sigue igual o peor”
Esperanza o desesperanza, incertidumbre
De eso se trata la gestión pública, simplemente: de elegir con cuáles palabras queremos ser nombrados en el futuro, con cuáles palabras queremos que la gente nombre la gestión pública y califique los gobiernos, con qué palabras queremos que se identifiquen nuestras ciudades y sociedades; definir las palabras y trabajar para que esas palabras sean realidad es la tarea desde y para lo público.
Las tres palabras de la política:
Esperanza, hechos y símbolos. Esas son las 3 palabras de la Política, con mayúsculas.
Digo Política y no politiquería, que es lo que hacen muchos de los que se dedican a la política y que se caracterizan, fundamentalmente, por convertir lo público en parte de sus propios intereses privados (la privatización de lo público) y por convertir los derechos en favores y privilegios, mediante todo tipo de artimañas y de redes mafiosas, incluyendo la relación clientelar con personas claves en los barrios de mayor vulnerabilidad.
Mientras la política tiene su mayor desafío en la pobreza, para la politiquería, para los politiqueros, la pobreza es su riqueza porque de la vulnerabilidad de la gente más pobre derivan su poder mafioso. Como a las iglesias, que alaban viven de bienaventurar la pobreza, a muchos políticos de nuestro entorno en Latinoamérica les conviene la pobreza. Viven de ella. Se enriquecen por ella.
La política tiene que poder producir esperanza. Si no genera esperanza, pierde su sentido. La política tiene que tener visión de futuro, tiene que pensar en mañana y en dentro de 15 y 30 años, no solo quedarse atascada en resolver los problemas de hoy y, peor, de ayer. Hay que lograr que la política sirva para que los niñas y niñas que hoy están naciendo en cada una de nuestras ciudades tengan mejores y mayores oportunidades para una calidad de vida plena.
Esa esperanza tiene que traducirse en hechos, en realidades, en acciones concretas, que generen evidencia permanente. La mejor pedagogía de la esperanza son los hechos, las realizaciones, las evidencias de que es posible.
Y, si una buena parte de esos hechos tiene un alto contenido simbólico, ya no solo se están transformando unas realidades físicas sino que, fundamentalmente, se están construyendo nuevos escenarios sociales, se producen cambios culturales, se construye una nueva sociedad, una nueva ciudadanía. La diferencia entre una acción sin trascendencia y una acción trascendental, desde la política, está en su carácter simbólico.
Las 4 palabras de la gestión pública:
Conocer, reconocer, valorar y potenciar. De eso se trata en buena parte la gestión de una ciudad, de una provincia, de un país: conocer, reconocer, valorar y potenciar lo que ya existe, lo que ha existido sin nosotros, a pesar de nosotros e incluso contra nosotros.
En nuestros barrios, en nuestras zonas rurales, muchas organizaciones sociales, comunitarias, campesinas, culturales, barriales, juveniles o de todo tipo de colectividades, ya están haciendo, ya están transformando.
Esas organizaciones conocen mejor que nadie sus geografías físicas, sociales y humanas. Se conocen intensa y apasionadamente sus territorios; conocen a cada una de las organizaciones que están allí, conocen a las personas de su entorno, saben sus inquietudes, han escuchado sus reclamos, conocen sus propuestas. Esas organizaciones necesitan que las conozcamos, que las reconozcamos, que las valoremos, que las potenciemos. O mejor: nuestras sociedades necesitan hoy más que nunca de esas organizaciones, de sus conceptos, de sus metodologías, de sus procesos, de sus productos, de sus resultados, de su profundo conocimiento de sus territorios y de sus gentes.
Las 7 palabras para transformar una ciudad, una sociedad:
Hace unos años me llamó un periodista en pleno viernes santo y, al aire, me preguntó cuáles serían mis 7 palabras para la sociedad… haciendo la metáfora con el sermón cristiano de las 7 palabras de esa fecha.
Mi respuesta fue con estas palabras, pensando en lo realizado en Medellín desde hace años: Camino, Transformación, Educación, Cultura, Convivencia, Oportunidades y Transparencia.
Camino, porque Medellín tomó un camino desde principios de los 90, en el que desde la sociedad civil empezamos a hacer de la ciudad un laboratorio social, educativo, cultural y urbano, y a prepararnos colectivamente para enfrentar el duro desafío que suponía tener la tasa de muerte violenta más alta del mundo (la tuvimos por 20 años), con cifras aterradoras: 382 muertes por cada 100.000 habitantes en 1991, que se traducían en la aún más aterradora cifra de 6.700 muertes violentas en ese año (18.3 muertes violentas cada día, la mayoría menores de 26 años, la mayoría muertos a bala). Más de 60.000 muertes violentas en 20 años en Medellín fue el camino doloroso y horroroso que recorrimos.
Ese camino de los 90 fue el que logró que un movimiento cívico, por fuera de los partidos políticos, conformado por personas de todas las tendencias ideológicas y provenientes de las organizaciones barriales, de las ONG, de la academia y de las empresas privadas, ganara la alcaldía durante 8 años y la gobernación de nuestro departamento otros 4 años. El camino emprendido entre 2004 y 2007 por la alcaldía, en cabeza de Sergio Fajardo, tuvo continuidad entre 2008 y 2011 en la alcaldía, con Alonso Salazar como alcalde.
Y luego, a pesar de los cambios políticos, tuvo continuidad en buena parte de ese camino por Aníbal Gaviria (2012 – 2015) y la tiene ahora con Federico Gutiérrez (2016 – 2020), o al menos desde muchos sectores ciudadanos estamos presionando para que tengan continuidad los programas que han mostrado buenos resultados.
Ese camino es el de una gestión pública enfocada en la superación estructural de la pobreza, el camino de la intervención integral del Estado en los barrios y el camino de la política puesta al servicio de los intereses colectivos y no de los beneficios privados. Y ese camino tiene hoy su mayor fortaleza en que es un camino colectivo, de la sociedad, que es la que se encarga en primer lugar de garantizar su continuidad, llegue quien llegue a la alcaldía. Una alta participación de la sociedad en los asuntos públicos, que ha generado un capital social muy importante y que logra que en Medellín se hable más de gobernanza que de gobernabilidad. La sociedad trazó un camino y la sociedad es la encargada de hacer que ese camino sea sostenible en el tiempo.
Transformación, porque pocas ciudades del mundo se han convertido tan rápidamente en ejemplo de cambio, de transformación social, educativa, cultural, urbana. Medellín se ha convertido en referencia, en sitio de visita para quienes quieren ver proyectos innovadores, programas de intervención sobre violencias, resultados concretos. Medellín era la ciudad más violenta (yo diría, violentada) del mundo y hoy no somos ni la más violentada del mundo, ni la más violentada de Latinoamérica ni la más violentada de Colombia. Éramos una ciudad encerrada en sí misma y hoy somos una ciudad de cara al mundo, sede de grandes eventos internacionales. Hoy somos la ciudad con mayor calidad de vida en Colombia, según Planeación Nacional. De ser sinónimo de lo peor, pasamos a ser ejemplo.
Educación, porque es nuestra principal prioridad, no sólo para el gobierno sino para la sociedad: para las empresas privadas, que se han sumado con plata, hechos, voluntariado y acompañamiento permanente a la gestión de las instituciones de educación pública, en todos los niveles. Para la comunidad, que en sus planes de desarrollo locales, en comunas y corregimientos, tienen como principal prioridad la educación y dedica a la educación los mayores porcentajes del presupuesto participativo. Para el gobierno municipal, por supuesto, porque se ha hecho de la educación el principal sentido, el principal programa, la principal prioridad de nuestras políticas y de nuestros presupuestos. En los últimos 13 años, el presupuesto para la educación pública ha estado siempre entre el 30% y el 40% de todo el presupuesto de la ciudad.
Cultura, porque se ha convertido en símbolo de Medellín. En nuestra ciudad, la cultura es una de las herramientas claves para la transformación. Es la ciudad del país que desde 2004 ha dedicado mayor porcentaje de su presupuesto a cultura, entre el 3.3% y el 5% anual (aunque preocupa que en 2017 ha caído ese porcentaje). Los 9 Parques Biblioteca, visitados cada semana por 110 mil personas. Las 15 mil personas que entran semanalmente a los museos, la mayoría con entrada libre. El Parque Explora, centro de la ciencia para toda la ciudad. El Centro Cultural de Moravia, modelo latinoamericano de gestión y proyección. La Red de Escuelas de Música Sinfónica, con 5.600 niños, niñas y jóvenes. La Casa de la Música. Las escuelas de hip hop y el crecimiento del mundo hoper. Altavoz, con su proyección internacional. Los 32 grupos de teatro con salas propias. La Fiesta de Artes Escénicas, las becas a la creación, la Fiesta del Libro y la Cultura con sus más de 420 mil visitantes cada año, la Feria de las Flores, la programación cultural en barrios, el Festiafro. La Red de Cultura Viva Comunitaria, donde las protagonistas son las organizaciones barriales y rurales que en sus territorios generan transformaciones reales con y desde la cultura. En fin. La cultura como propuesta de vida, permanente, en las calles y barrios de Medellín. Una cultura que asumimos en dos dimensiones: cultura para aprender a apreciar la propia vida y cultura para aprender a vivir con el otro, a convivir. Es la cultura para la convivencia, que es la quinta palabra de esta lista de 7.
Convivencia, porque lo contrario a la inseguridad no es la seguridad, es la convivencia. Aprender a vivir en sociedad, respetar al otro, reconocer la diversidad. Hacer de las diferencias un atributo y no un obstáculo para relacionarnos. Encontrarnos en los espacios públicos, después de años de estar encerrados por las violencias. Hacer de los espacios de participación espacios de deliberación y de construcción colectiva. Hacer acuerdos para superar los desacuerdos. Ser capaces de entender qué somos como sociedad y como ciudad, y hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que seamos mejor ciudad, mejor sociedad. La mejor política de seguridad es la que pone sus mayores énfasis en las inversiones en proyectos sociales, educativos y culturales, que son los que estructuralmente construirán mayor seguridad, es decir, mayor convivencia. Debemos entender que la seguridad la lograremos cuando seamos capaces de oponer a la oferta que los criminales de toda laya hacen en los barrios más vulnerables una oferta mejor y mayor de oportunidades para todos.
Oportunidades, porque una sociedad tan desigual, tan tremendamente inequitativa, debe tener en la palabra oportunidades su norte: que todos y todas tengamos oportunidades, que los derechos no sean privilegios ni favores (recuerden lo que dije arriba de la politiquería, que convierte los derechos en favores y privilegios mediante las relaciones clientelares). Oportunidades, para que lo público –es decir, lo de todos- sea garantía de inclusión y de equidad, y sea también garantía de calidad: lo mejor de una sociedad debe ser lo público: la educación pública, la cultura al acceso de todos, el transporte público, el espacio público, los servicios públicos, el manejo de lo público como generador de confianza. Cerrar las puertas de lo malo y abrir las puertas de las oportunidades es parte de lo que hemos hecho y debemos seguir haciendo en Medellín.
Transparencia, porque sin esta palabra nada de lo anterior tiene sentido. La corrupción es uno de los peores males en Colombia y en Latinoamérica. Medellín fue calificada en 2003 como una de las 5 ciudades con mayor corrupción: la Confederación de Cámaras de Comercio nos calificó con 1.95 sobre 5 en transparencia. Desde el 2006, el mismo estudio nos califica siempre con más de 4.6 sobre 5, y resalta a Medellín como una de las 5 ciudades del país con mayor transparencia. Los dineros públicos son sagrados, decimos nosotros; nadie tiene derecho a robarse un peso del presupuesto público. Ese es el principal impuesto que terminan pagando los pobres, la corrupción, porque ahí queda el dinero que debería invertirse en lo estructural. Y la transparencia no debe ser solo el no robarse un peso del presupuesto público: la transparencia debe ser también en el manejo de la información de lo que hacemos. La gente tiene derecho a saber qué hacemos, con quién lo hacemos, con cuánto lo hacemos, cómo la hacemos. Gobernar debe ser también un acto permanente de pedagogía, de ayudar a entender qué, cómo, por qué y para qué. Transparencia es un asunto de Ética y debe ser generadora de Confianza. Ética y Confianza son dos palabras claves para Colombia, y más en este momento en donde todos los días salen nuevas verdades sobre hechos gravísimos de corrupción. ¿Son ustedes éticos? ¿Son ustedes generadores de confianza?
Esas 7 palabras, camino, transformación, educación, cultura, convivencia, oportunidades, transparencia, me hacen pensar en una octava palabra: emoción. La emoción nos define a los de Medellín. Nos emociona, nos apasiona la ciudad y lo que hemos hecho en tan poco tiempo es emocionante. Y la palabra emoción me lleva a una novena palabra: orgullo. Qué orgullo lo que hemos sido capaces de hacer colectivamente. Qué orgullo contar esta ciudad. Qué orgullo poder decirle al mundo que estamos siendo capaces de reinventarnos como sociedad. Nos hemos cambiado la piel, sí, pero en realidad lo que estamos aún intentando hacer, ese enorme reto presente, es cambiarnos el alma. Nos falta mucho, pues aún hoy otras palabras definen también a Medellín: inequidad, pobreza, exclusión, violencias. Pero seguimos en el intento de ese cambio de alma, que es el cambio cultural para ser otra sociedad diferente a la que hemos sido.
Esas 7 palabras que le respondí al periodista se volvieron 9: camino, transformación, educación, cultura, convivencia, oportunidades, transformación, emoción, orgullo. Esas son las palabras de Medellín hoy, que se oponen cada día a las que antes nos definían pero que aún siguen sonando por ahí: narcotráfico, violencia, pabloescobar (así, en minúscula, como el asesino que fue). Unas palabras contra otras. Una realidad contra otra.
Para terminar, unas palabras más: infancia, espacio público, equipamientos culturales, hábitat, desarrollo humano, cohesión social. Dignidad.
Las prioridades de una sociedad deberían empezar por los programas de infancia. Un buen jardín infantil, y me refiero a los que son resultado de políticas y presupuestos públicos, debe ser un centro de oportunidades para las familias de ese lugar, donde educación, equidad, inclusión, calidad, transformación, resiliencia, dejen de ser palabras para convertirse en evidencia.
Un gobernante, un político, a quien se le pregunte por cuáles proyectos va a ser recordado y respondiera que su principal logro es lo que beneficie a la infancia, sería una maravilla. Convertiría a la política en esperanza, en hechos, en símbolos.
Piensen ustedes, cada uno, qué están haciendo hoy sus gobernantes cercanos para que los niños y niñas que están naciendo en este momento en sus ciudades encuentren un mejor futuro. Esa debería ser la responsabilidad de todo gobernante y, diría, de toda la sociedad: que cada día avancemos en mejores condiciones para los niños y niñas que nacen en nuestros territorios.
Pero a los gobernantes tenemos que exigirles también que se ocupen de los espacios públicos de calidad, de los equipamientos culturales, del hábitat, que son estrategias que construyen la integralidad del desarrollo humano y que permiten avanzar en la necesaria cohesión social, en un país marcado por racismos y clasismos y por todo tipo de fragmentaciones.
Y llegamos a la última de las palabras que se requieren para transformar una sociedad, una palabra que debería ser el horizonte de todos nosotros: Dignidad. La necesaria y esperada y urgente DIGNIDAD de nuestras sociedades. Ese es el tremendo reto que hoy tenemos. Pasar de la vulnerabilidad, de la exclusión, de la inequidad, a la DIGNIDAD como palabra y como resultado de una mejor sociedad.
Todo esto es la política. No la política de los partidos políticos, no la política electoral, o al menos no solo eso. La política es lo que hacemos los ciudadanos. O mejor, la política es lo que nos hace ciudadanos.
Voy a terminar, entonces, con una frase que usé para cerrar hace unos años una conferencia que hice en Punta del Este (TEDx Lo que en Medellín aprendimos de los narcotraficantes):
La política tiene que servir,
no para hacer lo posible,
sino para hacer posible lo que hay que hacer.