Son tan antiguas como el hombre. En un principio fueron cuevas. Se buscaban lugares para desterrar a los enemigos del Estado. En Grecia y Roma había construcciones que se parecían a las actuales. Las cárceles se construyeron para encerrar a los delincuentes y proteger a los ciudadanos de estos. Con el tiempo, el concepto de encierro tuvo una apertura y giró hacia la reeducación del convicto y a su reinserción social, asignaturas todavía parecen pendientes en el sistema carcelario argentino.

En nuestra edición de ayer, el flamante titular de Institutos Penales, que durante nueve años se desempeñó como subdirector en ese organismo, habló sobre la realidad que se vive a diario en la cárcel de Villa Urquiza. Admitió que el edificio que ocupa 13 hectáreas necesita reparaciones urgentes; su construcción comenzó en 1925 y se inauguró en 1927. “Puedo dar testimonio de personas que se rehabilitaron y de otros que quieren continuar con su vida en el delito. Con estas personas el sistema no puede hacer mucho. Pero hay otras con las que sí, que vienen a parar a la cárcel sin haber tenido otras posibilidades sociales. No tuvieron la posibilidad de ir a la escuela, nunca recibieron asistencia médica, no les enseñaron las normas básicas de convivencia, no fueron a ningún club a practicar algún deporte o estuvieron alejados de la Iglesia”, afirmó el funcionario.

Explicó que en Tucumán no hay superpoblación carcelaria porque trabajan con la capacidad de alojamiento de cada institución para albergar a los internos y cuando el cupo está completo, no se reciben nuevos detenidos y el problema se traslada a las comisarías. “La Policía está desbordada porque tiene que alojar y cumplir funciones para la que no está capacitada, que es el alojamiento de internos”, dijo.

Señaló que es común en una prisión que sucedan peleas por la misma naturaleza de los reclusos y reconoció que uno de los principales problemas es el ingreso de drogas al penal.

En algún momento, hubo propuestas para levantar un nuevo penal fuera de la ciudad, con la idea de mejorar la seguridad y las condiciones de vida de los presos. Sin embargo, el Gobierno ha optado por construir tres unidades en la penitenciaría de Villa Urquiza; la erección de una de ellas se iniciará en abril.

Poco se habla de profundizar el proceso de reeducación y reinserción social de los convictos. En 2010, el Servicio Penitenciario Federal gastaba en todo concepto por cada preso alrededor de U$S 17.862 anuales. De poco o nada sirve esa inversión -o una mayor- que hace la sociedad, si al salir de la cárcel, el preso vuelve a reincidir en el delito.

El ex presidente uruguayo José Mujica que estuvo en la cárcel durante 13 años, anunció en 2010 un nuevo plan de construcción de viviendas, en el que los principales obreros serían los presos de las cárceles locales. “No quiero una sola carpintería en una sola cárcel, quiero que todos los presos hagan algo para solucionar el problema de la vivienda y de yapa el de hacinamiento… Es una manera de que los delincuentes encarcelados dejen de estar amontonados como piojos en costura”, dijo.

Se podría diseñar una política que abordara el sistema carcelario en forma integral, informándose previamente acerca de cómo han resuelto sus problemas otros países o indagando, por ejemplo, cómo resultó la experiencia de Mujica. En ese sentido, se podría consultar expertos de otras geografías, donde haya habido mejoras en el sistema.

Si seguimos repitiendo las mismas fórmulas, los problemas serán los de siempre o se incrementarán. “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”, aconsejaba el físico Albert Einstein.

 

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