Cuando Mirtha llegó a Buenos Aires desde Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, le avisaron que tenía que ir a un hotel en Liniers. Siempre la llamaban de un número desconocido. Seguía las órdenes de una voz anónima. En el aeropuerto de Ezeiza tomó un taxi. Dijo “Liniers” y el taxista le advirtió que era un lugar peligroso. Así que optó por buscar alojamiento en la zona de Congreso. Recibió otro llamado: “Anda para donde te dijimos”, le ordenaron. Llegó al hotel indicado y en la habitación contigua a la suya estaba su “monitor”, un hombre que la guiaría antes de hacer la ingesta de drogas. Mirtha había optado por ser mula: su hija más chica tenía un problema en un oído y necesitaba plata para operarla. Cuando la mujer vio las cápsulas tuvo miedo y dijo que estaba arrepentida. “De esto no se sale”, le advirtió el hombre que la guiaba. Antes de tomar su vuelo a Madrid la detuvieron: tenía una cápsula con cocaína en la vagina y otras en una faja en su abdomen. Fue condenada a 4 años y 6 meses de prisión. Su historia forma parte de la estadística criminal: el 56 por ciento de las mujeres detenidas en Argentina están presas por delitos vinculados al tráfico de drogas.
Así se desprende de un informe elaborado por la Defensoría General de la Nación, “Avon Global Center for Women and Justice” y las facultades de Derecho de las universidades de Cornell y Chicago. El estudio sostiene que el 85 por ciento de las mujeres presas dentro del Sistema Penitenciario Federal fueron condenadas por crímenes vinculados al tráfico de drogas y robos menores. El 75 por ciento de ellas, como en el caso de Mirtha, eran el principal sostén de su hogar. La pena por contrabando de estupefacientes es de 4 y 6 años. Generalmente las mujeres argentinas cumplen con esta condena, mientras que las extranjeras acceden a la posibilidad de extradición con la mitad de la pena cumplida.
Flora tiene 48 años y también es de Santa Cruz de la Sierra. Su hermana murió y Flora quedó a cargo de sus cinco hijos. Junto con los suyos, sumaban diez chicos para criar. La plata no le alcanzaba y decidió con su hija de 18 años llevar cuatro ladrillos de marihuana pegados al cuerpo con cinta adhesiva. No sabían a dónde iban. El pasaje decía Retiro. Cuando cruzaron la frontera argentina, una inspección de Gendarmería descubrió los bultos. Flora y su hija estuvieron dos años y medio presas en la Unidad 22 de Jujuy.
“Existe una división sexual del tráfico de drogas. Las mujeres se encargan del transporte. Son las líneas más bajas del delito”, explicó a Infojus Noticias el abogado Luis Osler, del abogado del Centro de Estudios Cannábicos. Y agregó: “Son personas de muy bajos recursos, generalmente de países limítrofes, que terminan siendo mulas para sobrevivir o por sometimiento. No hacen negocio con esto. A veces las encuentran con tres kilos de cocaína”.
Las mujeres son elegidas porque se cree que son más “manipulables”. Además se aprovechan de su condición de jefas de hogar, que les plantea necesidades económicas. Generalmente, son mujeres que han atravesado alguna situación trágica y necesitan plata. “Las mulas son las más vulnerables, más visibles y con menos capacidad de defensa. Generan estadísticas pero, así, la política criminal no está atacando al narcotráfico como un delito de alta complejidad”, dijo Osler.
“Muchas veces las situaciones de vulnerabilidad de van superponiendo: condición de mujer, las condiciones económicas, familia numerosa y ser cabeza de hogar. También, algunas pueden ser adictas”, opinó el abogado Alejandro Corda, de la Asociación Civil Intercambios. «Estas mujeres son empujadas a convertirse en mulas y la respuesta del Estado es la cárcel «, agregó.
Luciana Pol, abogada del área de violencia institucional del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) plantea que las redes de narcotráfico muchas veces les sueltan la mano a estas mujeres, empujándolas a la cárcel. “En el norte argentino los guardiacárceles dicen que los narcos mandan con drogas a nueve mujeres y delatan a una. Así, la Gendarmería se muestra activa”, dijo a Infojus Noticias.
Pol también hizo hincapié en las consecuencias psicológicas de estas mujeres. Muchas veces son separadas de sus familias. “Sufren cuadros graves depresivos porque no saben dónde están sus hijos, que se dispersan por ahí”, dijo la abogada del CELS. En 2008, Pol visitó la cárcel de Güemes en Jujuy. En ese entonces, había 89 mujeres detenidas allí. Todas por contrabando de estupefacientes. La mayoría eran bolivianas.
Otro dato que destaca el informe es que el número de prisioneras en las cárceles federales se incrementó un 193 por ciento entre 1990 y 2012, mientras que durante el mismo periodo, la población masculina creció sólo un 111 por ciento.
El trabajo se basó en información recolectada a través de una encuesta que fue respondida por cerca del 30 por ciento del total de la población de mujeres encarceladas en prisiones federales de la Argentina. También la investigación se valió de visitas a dos prisiones argentinas y entrevistas personales con prisioneras, académicos, activistas, jueces.