Lo primero que hace un ser humano que es privado de su libertad y encerrado es abrir bien los ojos, dormir con uno de esos ojos abierto y esperar de qué va todo.

Uno, encerrado, entra a un mundo nuevo que, con el paso de los días, podrá advertir que si bien tiene otras costumbres y hasta distintos códigos, no cambia demasiado al mundo exterior. Pero es un mundo de encierro.

En esta provincia, algo que no difiere del resto del país, la llamada pirámide social carcelaria ha sufrido algunos cambios: «Ya no es como antes», explica un agente penitenciario con dos años como jubilado.

Según tratados de sociólogos, los cambios se dieron básicamente en la punta de la pirámide y por ahí tienen que ver con cambios que también ocurrieron en la sociedad como tal: donde viven los llamados honestos.

NARCOS

En las cárceles de la provincia no hay grandes narcos detenidos («no hay un Pablo Escobar», como indica un preso) sino desde pequeños hasta medianos comerciantes de estupefacientes que están en la línea media del negocio.

Antes de que el narcotráfico se instalara en Argentina (los especialistas colocan a la presidencia de Menem como la que abrió las puertas a los narcos), este tipo de detenidos no la pasaba bien en los penales.

Los presos comunes los veían como presuntos «envenenadores» de quien podría ser su hijo. Cuando los penales fueron llenándose de vendedores de droga, fueron más aceptados y, de ese modo, ascendieron en la pirámide social tumbera.

Es considerado un «preso piola» que normalmente no ocasiona inconvenientes y espera salir en libertad sin meterse en problemas.

Muchos de ellos son novatos en el delito, como los camioneros que son sorprendidos con drogas en sus vehículos o las mulas, que son gente que normalmente no tiene experiencia carcelaria. Algunos narcos, además, tienen delitos contra la propiedad en sus legajos.

«En la parte alta de la estructura hoy no aparecen -o al menos no aparecen solos- los ‘genios’ del delito -aquellos románticos atracadores de bancos que se llevaban millones sin lastimar a nadie-, sino que aparecieron los pocos narcos con mucho dinero que habitan los penales de la provincia».

«Hace dos décadas, el narco era mal visto: el preso común razonaba que esa persona detenida por vender droga podría haber sido vendedor de un familiar suyo, entonces lo marginaban. Hoy, con la droga más instalada, el narco pequeño no es molestado, pero el poderoso es respetado porque tiene dinero». Yamil, preso en la década del 80.

ASESINOS

Los detenidos por matar gente también se subdividen y esa fracción tiene que ver con quién fue su víctima y en el momento en que cometieron el hecho: por caso, matar durante un asalto suma puntos en cuanto al grado de temor que genera el detenido. Siempre fue bien visto el que ultimó a un policía o a otro agente de la Ley.

Quienes mataron a sus mujeres (les llaman mata-conchas) son ignorados o menospreciados. Muy mal lo pasan los que están acusados de matar a sus hijos (el caso más emblemático es el padre del Yoryi Godoy, el niño asesinado en 1996 por su padre quien está condenado a perpetua).

Tal como sucede con los narcos, también están los homicidas ocasionales (por caso quienes mataron a un familiar durante una discusión), quienes tampoco tienen experiencia carcelaria: estos a veces son protegidos por las autoridades y, en la medida de lo posible, pueden terminar aislados de los presos consuetudinarios.

«Obvio que existen clases sociales en las cárceles. Pero en Mendoza, desde hace al menos tres años y lo puedo asegurar, no hay privilegios para nadie. No hay presos VIP como ocurría antes. Lo que veo es que la situación económica de los familiares de un detenido sí tiene que ver con la vida que lleva el preso encerrado. Hay casos en que los familiares de esos reos llegan al penal en camionetas importadas y les traen ropas y mercaderías caras, como es el caso de Marcelo Araya. Él (por Araya) puede tener ese tipo de lujos pero eso no obedece a que sea un preso VIP, por dar un ejemplo». Sebastián Sarmiento, director del Servicio Penitenciario.

LADRONES

Constituyen por lejos la franja más importante de detenidos (el 80 por ciento de la población penal está presa por robo), pero a su vez también cuenta con subgéneros. Ya no es lo mismo un atracador de camión de caudales que un ratero que roba zapatillas o bicicletas.

Hasta hace dos décadas, los ladrones más sofisticados estaban en la cima de la pirámide social: eran los más escuchados y respetados (hasta por las autoridades penitenciarias), pero hoy no ocurre lo mismo. Los detenidos que tengan como respaldo un buen pasar económico (normalmente se trata de los narcos importantes) les han copado la parada.

«A poco de haber llegado a prisión me di cuenta de que no iba a ser fácil. Nunca había estado preso y tenía 35 años. Mi política fue no meterme con nadie pero tampoco dejar que me avanzaran. Tuve suerte porque me pusieron con presos de mi estilo; otros no la tienen y la pasan mal. En el encierro hay reglas de presos que hay que respetar. Lo que yo recomiendo es hablar poco y hacer conducta para tratar de salir lo más rápido posible». Federico, detenido 3 años por narcotráfico.

VIOLADORES

A nadie escapa que los acusados por delitos sexuales son los que peor la pasan en los presidios (de hecho, figuran en lo más alto en los porcentajes de los suicidios que ocurren tras las rejas).

En este sentido, el razonamiento del preso común se posa en que así como «este hombre violó a tal o cual persona, esa persona podría haber sido mi hijo, mi hermana?», entonces le dan de su misma medicina.

En los más de los casos, los llamados ‘violines’ son objeto de todo tipo de humillaciones -al menos lo que los presos consideran situaciones humillantes- como dedicarse a tareas que históricamente corresponden a mujeres, como limpiar y atender a los ‘capos’ de los grupos.

Los ‘violines’ tratan de que nadie se entere el por qué de su detención y son los mismos guardiacárceles los que los delatan. Esta subespecie está en la base de pirámide social tumbera desde siempre y difícilmente salga de allí alguna vez.

«Hablar poco, no llamar la atención y no meterse en líos: eso es lo que hay que hacer para no pasarla tan mal encerrado. Claro que a veces hay situaciones que te sobrepasan como peleas entre internos y motines. Yo siempre tuve una actitud conciliatoria durante las crisis; es decir que no tomaba partido. La cárcel ha cambiado y la gran cantidad de presos jóvenes vienen como en el colegio: no respetan a los mayores (los presos viejos) y se llevan el mundo por delante desde su ignorancia». Juan, preso 7 años por robo agravado.

BUCHONES

Ser delator no es un delito penal por el que uno es condenado y llega a la cárcel: el buche o buchón, puede ser un asesino, un ladrón, un narco o cualquier clase de preso. Se convierte en delator cuando la parte gruesa de la población penal tiene para sí que ha delatado a sus compañeros.

Así, por caso, ‘vender’ un túnel a los penitenciarios (que es avisar a las autoridades de un intento de fuga) a cambio de obtener beneficios, está, obviamente, muy mal visto. No la pasan tan mal como los abusadores sexuales pero están entre los más maltratados.

 

fuente: http://www.losandes.com.ar/notas/2012/6/24/quien-quien-tras-rejas-650632.asp