Paradojalmente, con el cuento de la seguridad, se ha impuesto en la sociedad -le han impuesto- una especie de cultura de la autopérdida de la libertad, como es enrejar todos los huecos visibles de entrada al hogar: puertas, ventanas y todo aquello que facilite la incursión delictiva de personajes que aterrorizan por su irracionalidad en el afán de apoderarse de algunas monedas.
El flagelo de la inseguridad se ha convertido en un problema cotidiano en Mendoza, como en cualquier otro lugar del mundo, aún en el más civilizado. Sin embargo no existen vestigios de resolución dentro del marco del modelo excluyente, y menos aún desde algunas recetas que se barajan tanto desde lo institucional como de foros de todo tipo, y pese a todas las piruetas de la reflexión con tonos academicistas no se acierta con pretendidas soluciones, con un solo objetivo: cómo y hasta dónde penalizar al delincuente, y no tanto del por qué del delito.
La falsedad de la discusión garatismo versus mano dura, es una de las patas en que se apoyan los que visualizan soluciones a tono con las lógicas exigencias de quienes padecen o son víctimas de un tiempo de alta temperatura delictiva, como es el que vivimos.
Hace unos años, en 1985, juristas de nuestra Liga Argentina por los Derechos del Hombre, tales los abogados Salvador María Lozada, Julio Viaggio, Carlos Zamorano y Eduardo Barcesat, escribieron sobre la Doctrina de la «Seguridad Nacional», que fue el basamento ideológico y pretendidamente ajustada a derecho de la dictadura genocida, y que tiene que ver, en mucho, con la realidad actual.
Porque la apelación a la seguridad -entonces «nacional»- en términos de blanco o negro, fue el camino para la implementación del terrorismo de Estado.
El Dr. Lozada dice, en un breve párrafo: «La seguridad, por sí misma, como concepto y como valor, es ambigua. Por un lado, es inherente a la condición humana aspirar a un cierto mínimo de certidumbre y de protección con los riesgos. Por otro lado, la vida humana es radicalmente insegura: la única, la sola seguridad total es la propia muerte, todo lo demás padece diversos grados de inseguridad. Y, además, como decía Heller Keller, la seguridad es, en gran medida, una superstición: no existe en la naturaleza, ni de los hijos de los hombres; la experimentan como totalidad. Evitar el peligro a la larga no es estar más a salvo que exponiéndose.
La vida es una aventura atrevida, o no es nada». En esta línea de pensamiento, podemos decir que «sin riesgos, la vida no tiene sabor». Claro, estos pueden ser conceptos con tufillo a filosófico o sociológico, o de valor para consumo personal, pero vale la pena masticarlos.
Menos derecho…
En la pasada era «cobista» -no la de «mi voto no es positivo”, si no cuando gobernó la provincia de Mendoza-, cuando como ahora arreciaban los delitos y la muerte, el Julio Cobos gobernador afirmaba que «por encima de la libertad, la seguridad» y su entonces ministro de Seguridad, Alfredo Cornejo, muy a tono dijo «actuaremos al filo de la ley».
Al respecto, los sociólogos mendocinos Viviana Demaría y José Figueroa, señalaban: «…sostenemos que las formas con que se activa la tutela penal como ejercicio concreto y cotidiano del poder del Estado y su legitimación, son, en definitiva, facetas de discursos y prácticas sociales que expresan una determinada concepción política de la sociedad y del poder: Indudablemente, ésta puede ser democrática o autoritaria”.
«Lo deplorable es constatar que, de este modo, se está instituyendo un proyecto despótico de sociedad usando el miedo como chantaje. El poder, entonces, ofrece la ilusión de más seguridad a cambio de mayor concentración, de mayor discrecionalidad. Menos limitación al poder y menos Estado de Derecho” -reciente Ley Antiterrorista-.
“Se introduce así un régimen basado en el Estado de Excepción, monstruosidad a la que la Ilustración llamó Leviatán, lo que en esencia es un germen del facismo. La pregunta urgente y necesaria es: ¿qué es peor, el remedio o la enfermedad?».
Otras, pero de nuestra cosecha: ¿Somos solamente producto de la realidad que nos envuelve cotidianamente? ¿Tenemos iguales oportunidades y un destino cierto y similar, los que nacen en cuna de oro a los que nacemos en cuna de madera? ¿Nacemos «vírgenes» y puros, con olor a santidad? ¿O somos algo así como -desde el vamos de nuestra existencia- una mezcolanza de oscuridad y fulgor?
Finalmente, ¿no es que Dios nos echó del Paraíso por pecadores? Entre nosotros: nos hizo pecar (la manzana, la víbora) y en simultáneo, nos crucificó de por vida.
El autor es periodista y referente en Mendoza de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre
Fuente: http://www.prensamercosur.com.ar/apm/nota_completa.php?idnota=5478