El lunes, Jenifer Vallejos, de 17 años, cayó desplomada con una bala en la nuca mientras viajaba en colectivo, bala disparada por otro pasajero que pretendió defender a tiros lo que consideraba el bien más preciado, un par de celulares y unos pesos. Dos días después, dos policías cayeron baleados, uno de ellos con un impacto en la frente y el otro, con una herida más leve en el cuello. Los disparos habían sido efectuados por un vecino desde cuya vivienda minutos antes había pedido ayuda al 911.
En ambos casos, se trató de disparos realizados desde armas civiles en manos de personas dispuestas a jalar el gatillo.
En ambos casos, se supone por el momento, los disparos no fueron realizados por error, aunque las balas hayan impactado en blancos no deseados.
Ambos casos, pero especialmente el último, son trágicas metáforas del recorrido de la inseguridad y los criterios que la bordean. Sin discutir la existencia de acciones delictivas, estoy convencido de que a la inseguridad, como a los miedos, se la debe bordear con palabras para que tomen sentidos que permitan actuar y responderles.
Pero los bordes que se han ido armando de la inseguridad son erróneos y, como tales, tenemos resultados erróneos.
Que dos policías hayan sido baleados por un vecino que los creyó ladrones me dice que la decisión de cierta cantidad de gente –cuya cifra no me animo a prever– decidió armarse antes de que llegue la policía. Motivos puede haber muchos. Desde la formación familiar sobre la forma de resolución de conflictos hasta el gusto por las armas, pasando por la desafectación por la vida ajena, o el ombliguismo de suponer a alguien como el enemigo y que no haya nadie más alrededor, deben ser múltiples e individuales las causas que motivan que alguien se arme por miedo a que le pase algo. Se suma y las posibilita el descrédito en la eficiencia policial; la desconfianza en la connivencia policial con el delito.
Pero creo que todos esos sentidos que se van sumando y formando un criterio como respuesta están muy fuertemente alentados (y hasta supervisados en muchos casos) y promovidos por políticas que insisten que la inseguridad es un problema de ansiedad y que se resuelve con lo que actualmente se llama “saturación visual”, llenar de uniformes e intervenciones policiales violentas e irreflexivas.
La respuesta social parece, en estos casos, imitativa. En pocas palabras, si se trata de saturar de policías armados, la señal es que hay que armarse. No alcanza con campañas de desarme mientras se insufle en la gente que la solución pasa por las armas.
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-276205-2015-07-02.html