Cuando la dictadura brasileña se apoderó de los derechos y las libertades de los ciudadanos de su país obligó a la convivencia de presos comunes y políticos en las cárceles. La prisión de Isla Grande, en el estado de Río de Janeiro, fue el símbolo edilicio de esta decisión que, bajo la excusa de la Ley de Seguridad Nacional, impuso el gobierno totalitario de uno de los países más importantes del Cono Sur. En Isla Grande se produjo un experimento de clases: allí convivieron conflictivamente los blancos de clase media politizados junto a los negros pobres y marginales. La cineasta Lucía Murat, militante política que fue encarcelada y torturada entre 1971 y 1974 (luego fue una destacada periodista de Jornal do Brasil y O Globo), decidió retratar el encuentro de esos dos mundos en su nueva película Casi hermanos (Quase Dois Irmáos) que se estrena hoy. “La idea fue trabajar la separación entre esos dos mundos”, comenta en diálogo telefónico con Página/12.

–Usted, que sufrió la prisión en carne propia durante la dictadura, ¿se planteó un film autobiográfico de su generación?

–Más o menos. No es muy autobiográfico porque soy mujer y la situación en la prisión de mujeres era muy diferente de lo que muestro en la película. En realidad, en esta película me interesaba tratar sobre la prisión del poder. Del poder de la violencia. Esto se da en el mundo masculino y no así en el universo femenino. Porque, por ejemplo, cuando muestro en la película la construcción del muro (tal vez una de las situaciones más trágicas de la película) entre los prisioneros comunes y los políticos, esa construcción se dio en la realidad, no es de la ficción. La situación en la prisión de las mujeres era muy diferente. Primero, porque entre las mujeres presas comunes no había asaltantes de bancos. En general, no habían tenido un papel en el crimen. Entonces, la relación con nosotros era muy distinta. La Ley de Seguridad Nacional fue hecha por la dictadura con el objetivo de anular la lucha política.

Estructurada en dos tiempos, la película va y viene entre los ’70 y la actualidad. Durante los ’70 se puede entender esa convivencia conflictiva a través de dos personajes: Miguel, un joven intelectual de izquierda, y Jorge, hijo de un sambista, que cometió pequeños atracos. Ambos se cruzan también en la actualidad cuando Miguel –diputado y en libertad– va a visitar a Jorge a una prisión de máxima seguridad donde pasa sus días siendo el líder del Comando Vermelho y uno de los capos del tráfico de drogas. Es en el relato de la actualidad donde el film se mete con la relación entre la clase media y las favelas. “En realidad –aclara Murat–, la idea de hacer la película no era trabajar sobre ese pasado que yo conocía, sino a partir del momento en que amigos míos empezaron a subir a las favelas y a tener relaciones de proximidad con los jóvenes del tráfico de drogas. Era algo muy común. En ese momento yo me pregunté: ¿qué tipo de transgresión está haciendo esta generación?, ¿qué tipo de relación tuvo mi generación con este mundo? Y me llega a la cabeza lo que pasó en la Isla Grande que siempre fue tratado como el nacimiento del Comando Vermelho, la primera organización criminal que empieza a partir de este contacto entre los presos políticos y los presos comunes.”

Murat señala que “la gente imaginaba que los presos políticos habían llegado a dar clases, como si fuera una relación didáctica, como si la humanidad fuera sin carne, sin ideología”. Pero aquello que la gente veía en el Comando Vermelho como una organización con preocupaciones sociales con el tiempo derivó en una escalada de violencia sin límites y que terminó controlando el tráfico de drogas en las favelas. “La primera cosa que el Comando Vermelho hizo fue prohibir el estupro en la prisión. En el comienzo también el Comando Vermelho tenía una especie de trabajo social y paternalista en las favelas, distribuía comida. Todo esto se acaba con el crecimiento de la violencia y con el surgimiento de otras facciones y las guerras entre las distintas facciones”, subraya la cineasta brasileña. Para filmar Casi hermanos, Murat se reunió con Paulo Lins, autor del libro de Ciudad de Dios, en el que se inspiró Fernando Meirelles para filmar la película homónima. Lins conoce el mundo de las favelas ya que vivió allí durante veinticinco años. Y Murat fue presa política. De modo que durante la realización del largometraje también se produjo el encuentro de dos mundos.

–¿Cómo lo conoció?

–Lo conocí en un seminario sobre violencia y cultura en Brasil, cuando tenía la idea de la película. Yo podía trabajar con la clase media, pero el otro lado era más difícil, el de la favela. En general, los progresistas cuando vamos a construir un personaje de la favela tenemos la tendencia de paternalizar y acabamos creando un personaje que no tiene vida. Se acaba transformando en un artificio social y no en un personaje real. Estábamos buscando personajes reales y Paulo fue muy importante porque vino con ellos.

Para Casi hermanos, Murat convocó a personas que viven en las favelas, además de los actores profesionales, elección que produce mayor verosimilitud en lo que pretende contar. “Yo siempre digo que también es una película contradictoria porque habla de una separación profunda, racial y de clase, pero, al mismo tiempo, fue hecha por gente de los dos mundos”, reconoce Murat, quien actualmente está desarrollando un proyecto musical en las favelas. “Es muy loco porque hoy tenemos una situación de violencia muy grande en las favelas y, al mismo tiempo, son comunidades de una explosión cultural increíble”, concluye la directora.

 

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