rimero se instala el insulto, la humillación y la degradación. Luego, a pesar de las alertas y las señales, sobreviene la tragedia con características tan dramáticas e irreversibles que superan cualquier ficción: como las 113 puñaladas que recibió Carolina Aló; la muerte por quemaduras de Wanda Taddei, el cuádruple crimen de La Plata, el asesinato de la adolescente Carla Figueroa en La Pampa o el reciente homicidio de la maestra de San Fernando.
Según el informe anual sobre feminicidios elaborado por la Asociación Civil feminista La Casa del Encuentro y realizado en base a los casos que salen a la luz y son cubiertos por los medios de comunicación nacional, la tendencia es llamativamente creciente: durante el año 2008 hubo 207 feminicidios de mujeres y niñas, 231 durante el 2009, 260 durante el año 2010, y el año 2011 culminó con más de 280 casos de formas extremas de violencia ejercidas por hombres hacia mujeres a las que consideran de su propiedad.
Aunque los casos de muertes violentas de mujeres en manos de novios, esposos, cónyuges y ex cónyuges ganaron visibilidad y repercusión mediática -algunas de ellas fueron baleadas, golpeadas, apuñaladas, degolladas, estranguladas, quemadas o descuartizadas- sólo son el botón de muestra de un mapa de violencia solapado, sobre el que no hay estadísticas oficiales y nacionales porque, a diferencia de otros países de la región, la Argentina nunca hizo una encuesta nacional de violencia.
Todavía sorprende que en tiempos de emancipación femenina persistan los casos de violencia machista. «Subsiste todavía la idea de la supremacía de lo masculino sobre lo femenino, y esta concepción patriarcal de posesión y control respecto de las mujeres», afirma Natalia Gherardi, abogada y directora ejecutiva del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), una organización independiente, apartidaria y sin fines de lucro creada en el año 2003 que trabaja en favor de los derechos de las mujeres. «Por eso la intervención para que la violencia de género sea inaceptable debe ser sobre las mujeres, pero también sobre los varones. Los varones violentos, los varones que permiten, consienten o naturalizan la violencia también tienen que cambiar sus concepciones porque la violencia, como todo tema, tiene que ver con la relación entre hombres y mujeres, y por lo tanto no es un problema de la mujer sino de la sociedad», concluye.
Recibida con medalla de honor en la UBA y Máster en Derecho en la London School of Economics, Gherardi afirma que las iniciativas parciales y aisladas para luchar contra la violencia de género no alcanzan y se necesita un liderazgo ordenador del Poder Ejecutivo Nacional que coordine esfuerzos, acompañe a la Justicia y sostenga a la víctima desde un proceso integral e integrador.
-¿Hay un incremento de mujeres víctimas de violencia machista o en realidad estos casos tienen hoy una mayor visibilidad y repercusión mediática? ¿Cuáles son las cifras reales?
-Las cifras reales no se conocen. Se suele hablar del aumento de los feminicidios y lo que ha aumentado es la cobertura periodística de las muertes violentas de mujeres, encuadradas en el feminicidio. Las estadísticas que releva la ONG La Casa del Encuentro tienen que ver con los casos de muertes violentas de mujeres que llegan a los medios de comunicación. Esas estadísticas son muy buenas en tanto son indicativas, pero no es un diagnóstico real de la cantidad de muertes que hay, y menos puede ser un diagnóstico del índice de violencia contra las mujeres. Entonces, el primer problema que tenemos en la Argentina es que no hay estadísticas oficiales, de alcance nacional, que puedan dar cuenta de una forma completa y acabada del fenómeno de la violencia hacia las mujeres. Lo que tenemos son algunos indicios a partir de algunos registros, por ejemplo, de la cantidad de denuncias que se presentan ante la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema. Año a año hay más denuncias pero no sabemos mucho más porque la gente que denuncia es sólo una parte de la gente que sufre la violencia.
-¿Qué se necesita para tener un diagnóstico completo del mapa de la violencia?
-Hay que hacer encuestas representativas de población en el nivel nacional, con una muestra nacional y una metodología muy precisa que les pregunte a mujeres y varones sobre eventos de violencia que hayan sufrido en el último año o los últimos años de su vida. No proponemos una forma de indagación extraordinaria porque esto lo hacen muchos países del mundo y varios países de la región como Perú, Chile, Bolivia, Colombia y Paraguay. Esto nos permitiría tener el panorama completo y el cuadro grande de la situación de violencia. En la Argentina nunca jamás se hizo una encuesta nacional de violencia; por eso no tenemos un diagnóstico sobre cuál es la incidencia y la prevalencia de la violencia hacia las mujeres en el país.
-Los casos que salen a la luz exhiben niveles escalofriantes de sadismo, crueldad y ensañamiento. ¿Cambiaron las modalidades de violencia?
-No sabemos si cambiaron, pero sí es importante diferenciar las distintas modalidades de violencia. «Violencia contra la mujer» es un término amplio, que abarca situaciones bien diferentes. Una cosa es defenderte de alguien que es tu pareja, con la que convivís y con la que quizás quieras seguir conviviendo, y muy distinta es la violencia sexual en la calle por parte de un extraño o las violaciones masivas en un conflicto armado. También hay que diferenciar si la violencia es física, sexual o psicológica – o todas juntas-, aún en el caso de las relaciones interpersonales.
-¿Qué posibilidades tiene el Estado de intervenir y prevenir situaciones de violencia cuando no suceden en el espacio público sino en el ámbito privado e íntimo del hogar?
-Probablemente sea uno de los ámbitos más difíciles para intervenir. Nosotros no lo llamamos «violencia doméstica» sino «violencia en las relaciones interpersonales» porque tienen que ver con vínculos presentes o pasados, sean legales o no. Este es un ámbito bien complejo porque requiere una intervención cuidadosa que parte de la voluntad de la persona. En general esta violencia suele suceder en el ámbito privado, en la intimidad del hogar, sin testigos o con testigos que son los hijos del matrimonio o la pareja. ¿Cómo puede el Estado conocer e intervenir en esta situación? Por la denuncia de la mujer o por la denuncia de una tercera persona, familiares o vecinos. Hay muchas herramientas legales que la víctima puede impulsar y poner en marcha pero se necesita que pueda y quiera llevarla adelante.
-Pero aunque la denuncia es fundamental, a veces no basta. ¿Cómo sigue el proceso después de la denuncia?
-Lo que observamos es que no todas las mujeres que hacen la denuncia siguen el proceso y lo sostienen, y en muchísimos casos, desandan el camino. La denuncia es la reacción inmediata y el impulso de supervivencia pero si el Estado no le da a esa mujer nada más que la posibilidad de activar una herramienta legal, y no hay contención, no hay un asesoramiento continuo, no hay patrocinio jurídico gratuito para llevar adelante el proceso, no hay políticas de vivienda para solucionarles el problema habitacional, y no hay políticas de cuidado para los hijos para que las mujeres puedan salir a trabajar, ese proceso se trunca. Si el Estado no ayuda a generar todas estas condiciones materiales y a fortalecer a las mujeres en sus condiciones subjetivas para que pueda sostener esa denuncia y sostener el proceso personal, esa mujer deja sin efecto la denuncia y vuelve con el agresor. Entonces, una política integral del Estado exige darle mucho más que solamente la habilitación del espacio de la denuncia, que no es poco. Tener la OVD en un lugar central de la ciudad de Buenos Aires, abierta las 24 horas, con gente capacitada para escuchar, atender, orientar y derivar a los lugares que corresponda es un lujo que tenemos sólo en la Ciudad de Buenos Aires y que no tiene el conurbano bonaerense o el interior del país, en donde las mujeres acuden a las comisarías. ¿Qué es lo que hace falta? Un liderazgo ordenador.
-¿Qué capacidades y atribuciones debería tener ese liderazgo ordenador?
-Debería ser una institución de alcance nacional, con la jerarquía y la institucionalidad suficiente para poder ordenar los esfuerzos individuales que hay vinculados a la violencia contra las mujeres. En la Ciudad de Buenos Aires son muchísimas las instituciones públicas de nivel ejecutivo o judicial que tienen oficina de atención, oficina de contención, oficina de derivación u oficina de atención a la víctima para violencia. Entonces, necesitamos menos oficinas y más sinergia, más ordenamiento y más coordinación. Se necesita un liderazgo ordenador a nivel nacional que permita coordinar los esfuerzos de las diferentes instituciones para potenciar las respuestas. Las iniciativas parciales y fraccionadas, algunas ellas muy buenas, no hacen a un sistema de atención integral del problema de la violencia contra las mujeres. Ese liderazgo ordenador tiene que surgir del Poder Ejecutivo porque el Poder Judicial controla, supervisa, sanciona, resuelve, pero no hace la política social. Y si uno se fija en todos estos casos tan comentados que han generado tantas reacciones, una reacción casi consistentemente ausente es la de la institución que es la máxima autoridad responsable sobre este tema a nivel nacional. En el año 2009 se aprobó una ley integral de protección de la mujer que le da al Consejo Nacional de las Mujeres la autoridad de aplicación pero sin suficiente presupuesto, sin suficiente jerarquía, sin suficiente institucionalidad y sin suficiente capacidad de liderazgo. Se han hecho cosas, pero el Consejo ha hecho mucho menos de lo que tiene que hacer.
-Son muchos los casos en los que no se hace la denuncia porque hay una naturalización de la violencia o complicidad familiar. ¿Cómo intervenir en esa etapa previa?
-Ese es el lugar de las campañas, de la educación, de la difusión, de la concientización social general. ¿Desde cuándo intervenir? Desde siempre, desde la infancia. Está la conciencia general acerca de lo inaceptable de la violencia contra las mujeres pero en general la que se rechaza es la más brutal, cuando la mata y la acuchilla. Pero hay formas de violencia que no son brutales, que son naturalizadas, y que van llevando a esto. Nadie empieza por matar. La primera manifestación de violencia hacia las mujeres en las relaciones interpersonales difícilmente sea la muerte. Antes que eso hubo otras formas de violencia que denunció o no denunció y que su círculo íntimo consideró inaceptables o no: aislarla, degradarla, no permitirle ser económicamente independiente, insultarla, humillarla, agredirla sexual, física o verbalmente. Esto va minando la autoestima de la mujer y se va consolidando un estado de las cosas que parece no espantar a algunas personas.
-¿Cómo se llega a eso?
-Es complejo pero hay algo en la construcción de la subjetividad de las mujeres que las lleva a aceptar algunas manifestaciones de violencia como natural. «Me cela porque me quiere»; «no me deja salir con mis amigas porque tiene miedo de que me pase algo»; «no quiere que trabaje porque quiere darme todo». Eso va minando la autoestima y la autonomía y eso se va construyendo desde los primeros vínculos amorosos. Entonces, las intervenciones para ir desanudando esta naturalización tienen que empezar en la infancia.
-¿Cómo se explica que en tiempos de avances, conquistas y emancipación de las mujeres persistan los casos de violencia machista? ¿Qué relación advierte entre estos dos temas?
-Es cierto, subsiste todavía la idea de la supremacía de lo masculino sobre lo femenino, y esta concepción patriarcal de posesión y control respecto de las mujeres y la idea de que las mujeres son propiedad del hombre. Por eso la intervención para que la violencia de género sea inaceptable debe ser sobre las mujeres pero también sobre los varones. Los varones violentos, los varones que permiten, consienten o naturalizan la violencia también tienen que cambiar sus concepciones porque la violencia, como todo tema, tiene que ver con la relación entre hombres y mujeres, y por lo tanto no es de la mujer sino de toda la sociedad.
-¿Cómo evalúa, en términos generales, el desempeño de la Justicia? Hubo casos de conocimiento público y desenlace trágico en los que se desoyeron hechos previos de violencia.
-Creo que es bien dispar porque «la Justicia» está desparramada en cientos de jueces y juezas de familia, civiles o penales, en todo el país. Creo que ha habido mejoras y que la Corte Suprema es muy responsable de las mejoras que hubo a través de iniciativas como la OVD que jerarquiza el problema, le da visibilidad, hace conferencias de prensa sobre las denuncias de violencia que son cubiertos por todos los medios de prensa y lo pone en la agenda, nada menos, que de la cabeza del poder del Estado. Y luego está la Oficina de la Mujer y las capacitaciones que hacen de los poderes judiciales provinciales para que empiecen a pensar los derechos en clave de género. Ahora, ¿cómo eso permeó en el día a día de la Justicia? Depende. Hay buenos ejemplos y los hay pésimos. Lo que se advierte a través de las investigaciones que hemos hecho en la ciudad de Buenos Aires es que el Poder Judicial está bastante en soledad y, en ausencia de políticas sociales, tiene límites en lo que puede hacer. La justicia civil puede dar una orden de protección y de no acercamiento del agresor en menos de 24 horas pero no le va a dar un subsidio económico, una preferencia de vivienda, un trabajo, un lugar para los chicos. Todo eso no lo debe hacer la Justicia sino la política pública del Poder Ejecutivo. Entonces las expectativas las da la ley y las frustraciones se las achacan a la Justicia. Sin dudas hay que poner la lupa en la Justicia, pero no solamente en el Poder Judicial sino en lo que la política pública tiene que hacer para que el Poder Judicial funcione.
-Se suele pensar el hogar como refugio y paraíso privado. ¿En qué medida es más peligroso, para algunas mujeres, el hogar que la calle?
-La verdad es que en tiempos en los que preocupa la inseguridad ciudadana, llenar de policías la calle no mejora la seguridad de las mujeres. Hoy las mujeres tienen más posibilidades de morir en manos de parejas o ex parejas, que en la calle. Aquel que prometió cuidarla y protegerla es el que la mata, la viola y la acuchilla. Es posible pensar que para muchas mujeres hoy es más insegura la casa que la calle.
MANO A MANO
La sordidez de la temática a la que se dedica contrasta con el estilo cálido, afable y expansivo de esta joven abogada que tiene cuarenta años, pero parece diez años menor.
Es clara, didáctica y rigurosa al tiempo que evita los tecnicismos y academicismos tan propios de algunos investigadores que exigen al entrevistador una permanente tarea de traducción.
Aunque siempre le interesó la sociología, desistió de esa carrera por consejo paterno y estudió Derecho pensando que se había equivocado de profesión: se aburría y pensaba que el diseño de la carrera era para un modelo de abogada que ella no quería ser. No quería poner un estudio y esperar a que viniera alguien a tramitar un divorcio. Pero como estudiante prolija y consecuente que era, terminó la carrera con honores y trabajó en un estudio en temas corporativos durante los años noventa.
En 1999 ganó una beca del Consejo Británico para hacer una maestría en derecho en Londres y fue en ese viaje iniciático en donde descubrió el feminismo, la política social y los derechos de las mujeres, y advirtió que no sólo no tenía que cambiar de carrera sino que podía usar el derecho de otra manera.
Ese descubrimiento teórico tuvo sus consecuencias en la vida real, ya reinstalada en Buenos Aires, después del nacimiento de su primer hijo: ELA, el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género, una ONG de derechos humanos de mujeres para mujeres, pensada en clave feminista y de género, nacida en el año 2003 y creada junto a la abogada feminista Haydée Birgin..
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1442114-todavia-subsiste-la-idea-de-que-la-mujer-es-propiedad-del-hombre