Por Victoria Lis Marino
Plaza Huincul > Las chicas están todas sentadas en ronda esperando la charla. Son 9 y aguardan su propia versión del arte más antiguo del mundo. Atractivas, voluptuosas y con ese cántico típicamente centroamericano que parece endulzar hasta la conversación más áspera, todas trabajan en el cabaret El Sueño, que se encuentra al ingreso de Plaza Huincul. Allí, unas 35 jóvenes, en su mayoría de la República Dominicana, ofrecen sus servicios entre 3 y 5 días a la semana, siguiendo estrictos controles sanitarios. Algunas llegaron hace años al pueblo y lograron construir una vida, pagar una casa, enviar una remesa a su país de origen, mantener a sus hijos, y hasta ir de visita al hogar de vez en cuando. Hoy, todo parecería pender de un hilo, si es que el intendente Juan Carlos Giannattasio logra clausurar los cabarets.
“Acá trabajamos porque queremos, y por necesidad. La realidad es que es el único trabajo que hay. Somos extranjeras en un país que no es el nuestro, y hay que rebuscárselas. Esto es lo que tenemos”, confiesa una de ellas. Son sanas, lindas, risueñas, que aceptan lo que les tocó y agradecen poder contar con un trabajo que les permite ayudar a sus familias.
“Tenemos libertad total. Yo, por ejemplo, vengo 3 veces a la semana y cuando no quiero, no vengo. No hay nadie que nos obliga a venir a trabajar”, agregó una compañera, haciendo énfasis en la componente voluntaria de su empleo.
Las chicas son como cualquier otra, aunque al ser morenas son sin duda más exóticas. Visten jeans, musculosas, nada de ropa erótica -como el imaginario colectivo puede pintar a una prostituta-, porque para ellas es muy importante respetar al entorno, y sobre todo a las mujeres locales. “No nos vamos a poner un mini short para salir por ahí, no es necesario”, afirman, aunque juran que se pondrían un baby-dol para salir a protestar si les cierran el cabaret.
Muchos se preguntarán por qué, si son tan decentes, trabajan de prostitutas. La cuestión, según señalan en conjunto, es sencilla: no todos tienen los recursos para permanecer en otro país y conseguir un empleo con un sueldo digno que les permita sobrevivir. Y no todos tienen la suerte de vivir en una tierra en la que el salario les pueda alcanzar para comer. Estas mujeres son unas luchadoras, sólo que moralmente condenadas. “Nosotros no molestamos a nadie, somos contribuyentes, y trabajamos en paz”, indicó una de las 9.
Códigos y valores
Todas viven de día y de noche. Son seres humanos con familia, con códigos, con valores, con dignidad. Son mujeres que se cuidan como una gran familia, en un camino sin opciones y una sociedad más que hipócrita. Su empleo, que de por sí es difícil -aunque haya quienes opinen lo contrario-, las convierte en marginadas sociales. Y Plaza Huincul no perdona. “Acá hay mucha discriminación, vamos caminando por la calle, a la farmacia o a hacer un mandado y las mujeres nos insultan, como si por ser negras fuéramos todas roba maridos”, y como si por ser prostitutas dejaran de ser mujeres. Es que en Huincul todo funciona por el mecanismo de la sospecha; hay muchos hombres y las salidas al “Pelotero” -como muchos denominan a estos lugares- son corrientes, y las mujeres lo saben. Los cabarets existen porque hay una demanda fija: camioneros por aquí, petroleros por allá, y hasta políticos que visitan “La Escuelita” de vez en cuando. Las mujeres escasean, y estas dominicanas, con sus cuerpos abundantes y su sensual bachata, parecen aliviar los pesares de todos aquellos hombres sufridos en la zona del viento y los trabajos hostiles.
“Evitamos más de un suicidio acá”, dijo una de las mujeres. “A veces vienen y te cuentan unos dramones terribles y hasta se largan a llorar, y una llora con ellos, intenta darles consejos, reconfortarlos de alguna manera”, contó su compañera. Los clientes más frecuentes, sin duda, son los petroleros. “Estos son pura nafta y pase cambios”, bromeó una de las chicas sobre su performance sexual, quien agregó: “Parecen militares en pleno entrenamiento”, claramente por la necesidad de estar con una mujer. Aunque más de uno sólo viene a mirar, o a aprender unos pasitos de bachata.
Sin embargo, en pueblo chico el infierno es grande. Y si bien se rumorea acerca de que las prostitutas son la causa de más de un divorcio, las chicas lo niegan todo. “Ellos llegan acá y desde que cruzan el umbral son todos viudos o separados”, se burló una de las trabajadoras de la noche. “Pero nosotras nunca nos metemos en sus vidas, no llamamos, no mandamos mensajes, no hablamos, porque nos interesa que el cliente vuelva a tomarse otra copa con nosotras, no venimos acá a robar maridos”, afirmó otra joven.
Las chicas están realmente enojadas porque sienten que nadie cuenta su historia, no se habla del sacrificio que tienen que hacer para subsistir a miles de kilómetros de sus familias, a sabiendas de que en su país son incapaces de mantener a sus seres queridos. Ellas son contribuyentes y, como tales, en Argentina pagan impuestos. La mayoría consiguió sus documentos casándose con locales, muchos de los cuales exigieron dinero a cambio, y hoy, para ofrecer servicios, figuran como monotributistas.
Controladas
En Plaza Huincul, las chicas que trabajan en los cabarets están provistas de una libreta sanitaria que se renueva mes a mes por $300 e incluyen todo tipo de análisis y controles sanitarios. Bromatología y Gendarmería cuentan con un listado completo de las prostitutas de la ciudad que detalla nombre, apellido y dirección, para controlar el tema de la trata. La pregunta que se hacen estas mujeres es por qué el intendente querría cerrar los cabarets si la prostitución en Huincul, al menos la de los 3 de la zona (El Sueño, El Anfitrión y La Barra), está rigurosamente regulada. “Yo me pregunto por qué no se van a hacer revisión en los boliches donde está lleno de chicas que trabajan gratis, algo obvio porque los baños están llenos de forros usados”, cuestionó una, quien señaló que también hay mujeres que trabajan en sus casas y tampoco están sometidas a controles.
La cuestión de la trata es la que impulsa estas iniciativas de clausura, pero para las chicas, al menos en los cabarets, la trata no existe. “Acá no hay trata, ¿A vos te parece que si a mí me obligaran me hubiera quedado 8 años en este lugar? ¿En esta Argentina donde perdí mi virginidad?”, confesó una de las jóvenes sin tapujos. “Eso es absurdo y es tan sólo un pretexto”, acotó.
Estas mujeres se quedan por necesidad, varias de ellas tienen hijos, algunos en Argentina, otros en República Dominicana, a quienes no ven desde hace años. Una tiene una niña discapacitada cuyos medicamentos cuestan unos $4.700 por mes y no recibe ninguna ayuda; las historias de sacrificio no dejan de repetirse. “Yo tengo que mantener a dos y a mi mamá de 85 años, y si me quedo sin trabajo ¿quién los va a ayudar?, reflexionó una mujer. Y la realidad es que muchas otras ofertas de empleo que acepten dominicanas morenas sin estudios, a buen salario, en Huincul no hay.
Pero de lo que nadie habla es de lo que podría suceder si se cierra el cabaret. “Yo busco el primer puente y me tiro”, dijo con honestidad brutal una madre de dos hijos. No se tiene en cuenta el peligro al que estarían expuestas las 120 mujeres que trabajan en los cabarets de la ciudad. Estarían vendiendo sexo en la calle, solas, desamparadas, sin seguridad, sin garantías, sin controles de salud. “Podemos aparecer, como podemos no volver nunca más”, señaló una de estas trabajadoras de la noche, quien agregó: “Y después van a andar hablando de las chicas muertas”. Y esas chicas podrán ser la excepción o la regla, de una política moral que, de no ofrecer soluciones, tiraría nuevamente el polvo debajo de la alfombra. La prostitución va a seguir existiendo porque nadie se va a encargar de ofrecerles empleo en alguna nueva confitería ni se aprobará una ley para prohibirle a los hombres buscar compañía. O se empezará a castigar la infidelidad con prisión.
“Nosotras estamos acá para mantener a nuestras familias. Damos un beneficio a la localidad y pagamos nuestros impuestos como cualquier argentino, lo único que queremos es hacer valer nuestro derecho a trabajar”, concluyó una de las jóvenes, dispuesta a defender una profesión antigua, aunque poco honorable, que en Huincul ofrece mucho más que el consuelo de una noche.
En el Concejo
El debate se instaló días atrás, cuando el Ejecutivo municipal envió al Concejo un proyecto para prohibir los cabarets, whiskerías y clubes nocturnos donde se ejerza la prostitución. Si bien la iniciativa no se trató, se espera que esta semana haya reuniones y salgan a la luz al menos las primeras definiciones del Deliberante.