El discurso de Sapag, dividiendo la sociedad entre “nosotros” y “ellos” con tono de triunfo sobre el mal, no hace más que generar violencia simbólica, que si miramos bien, es violencia real, física. ¿Quiénes son ellos? ¿Quiénes nosotros? Porque desde el poder político máximo de la provincia se insta a dividir la sociedad en dos, ¿a quién hay que controlar? ¿Somos todos sospechosos?
Por Silvia Couyoupetrou
Ellos son los que en este modelo social contractual, que tanto le gusta referir a los gobernantes, están excluidos, no son sujetos del contrato social, ¿Por qué? Porque el Estado estuvo ausente cuando debía generar políticas de inclusión (entiéndase, trabajo, educación, salud, cultura, deporte, etc.) y quedaron afuera.
A cambio, el modelo cultural les ofrece en bandeja todo para consumir. Lo mismo que consumimos “nosotros”: ropa, zapatillas, celulares, lugares, status necesarios para ser. Entonces sucede que se convierten en “ellos” en los que no tienen para consumir. Entonces no tienen para ser incluidos, ni status de ciudadanos. Son los que quieren tener por arrebato aquello que la cultura les ofrece, negándole los medios legítimos para conseguirlos.
Viven en barrios estigmatizados por la urbanización precaria y por los medios de comunicación. Son los expulsados del sistema educativo; las mano de obra barata de los negocios delictuales (que no se captan con las cámaras de video en la calle); los pibes chorros, los negritos de gorrita, los que son del oeste. Son los que nos dan miedo, porque nos recuerdan que podemos estar ahí.
“Nosotros” somos los buenos ciudadanos y ciudadanas, que tenemos el status social que nos da nuestra capacidad de compra, tarjetas de crédito y modelo de automóvil. Los que podemos ir al cine, al teatro, y a ver nuestro equipo de fútbol. Ser socios de un club, vacacionar al menos una vez al año y tener acceso a un crédito inmobiliario para la vivienda. Todo producto de nuestro esfuerzo, de nuestro trabajo, que conseguimos porque lo merecemos, tenemos aptitudes (a veces) y créditos intelectuales para haberlo conseguido, producto de nuestro acceso a la educación, publica la mayoría de las veces.
Vivimos en barrios cuidados por la cuadrícula policial, por las cámaras de seguridad, por la empresa de seguridad privada, por el sistema de alarma y además tenemos todo asegurado: si “ellos” vienen, enseguida reponemos los bienes que perdemos.
Según el gobernador Jorge Sapag, nuestra sociedad esta divida así. El poder simbólico de la palabra del gobernador es muy fuerte. Nos llama a nosotros, a los incluidos, a tener miedo y cuidarnos de ellos, que están agazapados, acechandodijo, alimentando la emocionalidad necesaria para mantener cohesionada una sociedad alrededor de un discurso moralizante sobre lo que debe ser un buen ciudadano y básicamente aglutinada alrededor del miedo.
El mayor riesgo del discurso de Sapag es estar creando un Estado absoluto, que todo lo controla, que amenaza con castigo a los que acechan a los buenos ciudadanos, y amenaza a los buenos ciudadanos con la existencia de un “ellos”, con lo cual, el Estado crece en fuerzas de seguridad policiales, en control para nosotros y mas exclusión para ellos. Este Estado absoluto que todo lo controle y aplique la fuerza discrecionalmente está muy lejos de ser un estado democrático, sino más bien todo lo contrario.
La segunda consecuencia de este discurso es el ocultamiento deliberado del delito de los poderosos, el ocultamiento de la complejidad del delito organizado. Desde el robo de motos, que según el Jefe de Policía es una por día, (si es así, hay mercado negro que las compra) hasta el narcotráfico, el lavado de dinero, la circulación de armas, la corrupción, la trata de personas, etc.
Alimentar el miedo de las personas por las consecuencias del delito de los pobres, de los fracasados, de los que tienen como futuro la cárcel o la muerte, es ocultar el delito complejo de los que tienen poder para comprar funcionarios de todo tipo y orden y que tiene un gran futuro en el mundo de los negocios.
No es cuestión de negar la realidad del delito urbano, es cuestión de buscar solucionarlo desde la integración social, desde las obligaciones del Estado (ese que administra el gobernador Sapag) en protección social para los más jóvenes, desde la urbanización de las barriadas populares, desde la mirada hacia el otro, como una persona y no como un sospechoso.
El Estado debe tener una política criminal, pero en vez de perseguir pibes chorros, para lo cual nos controlan a todos, podría o debería tener una política criminal hacia el delito complejo que utiliza a los pibes como mano de obra barata.
El discurso del orden es un discurso peligroso porque nos alimenta el miedo, nos hace disciplinados, egoístas, individualistas, vengativos, conculcamos derechos con tal de sentirnos seguros y nos dejamos revisar y que nos miren como sospechosos cuando entramos al supermercado.
Pero el discurso del orden también es peligroso porque alimenta la violencia de las respuestas del Estado hacia los mas excluidos e invisibiliza la impunidad de los poderosos.