Los relatos de casos policiales atrapan a los lectores y televidentes como la miel a los osos. Los motivos pueden enmascararse en la necesidad de “estar al tanto de la realidad”; sin embargo, se cuelan en la psicología de los receptores por motivos que tienen más que ver con meterse en los confines de la condición humana que con estar bien informado. Juan Madrid – consagrado historiador, periodista y escritor español de novela policial– suele contar en sus charlas que Edgar Allan Poe escribió «Los crímenes de la calle Morgue» sin haber viajado jamás a Francia. El autor estadounidense –uno de los más grandes escritores románticos y brillante narrador de historias de detectives– vivía en Virginia y, según cuenta Madrid, los diarios de la época empezaban a publicar con éxito casos policiales. Los lectores urbanos empezaban a sentir temores distintos a los de sus padres o abuelos granjeros o campesinos: empezaban a sentir el miedo a partir de la lectura de hechos considerados reales. El círculo se armaba: la inquietud por el robo o el asesinato incentivaba la demanda de relatos detectivescos y el de la circulación de noticias.
A causa de esa circulación, Poe pudo situar «Los crímenes…» en una calle de París y contar la muerte de dos mujeres tal y como si las hubiera visto. La primera publicación del cuento, desde ya, corrió por cuenta de una revista. Hay antecedentes de relatos del género, como es el caso del imperio romano, precisamente porque Roma era una gran urbe, que tenía red de agua y también policías, ladrones… y escritores.
Pensando en la modernidad, no debe perderse de vista que «Los crímenes de la calle Morgue» es considerado el primer relato policial y que aparece junto a la combinación del miedo al delito y la expansión de la prensa escrita. Esa escena social tiene como protagonistas fuertes a los cuerpos de investigación policial. De hecho, Poe creó al detective Dupin como el personaje que, siguiendo indicios, llega a develar crímenes. Lo hace por métodos deductivos y ve cosas que otros investigadores no alcanzan a ver. El secreto de Dupin parece ser el tener la cualidad de ponerse en la piel y la mente de los criminales. Así puede entender sus perversiones, sus bajas pasiones, sus deseos más ocultos. En definitiva, Poe describió acontecimientos, pero sobre todo se adentró en las motivaciones, en las conductas. Mostró, de modo inquietante, cuánto pueden tener de común un policía y un asesino cuando el primero se atreve a dejarse invadir por las pulsiones del criminal. Las transgresiones de los roles son, quizá, el componente más atractivo para el lector.
¿Cuáles son las razones? Primero, la gran imaginación del autor y su enorme destreza narrativa. Segundo, las ambigüedades y conflictos de la sociedad en la que se desarrolla el relato. Podría agregarse que se trata de la condición humana, pero eso es como hablar del sexo de los ángeles. Lo concreto es que Poe fue un pionero. De algún modo fue iniciador de la novela policial inglesa, basada en la resolución de enigmas. En los Estados Unidos, con el tiempo, surgió otra corriente, más social –cuyas expresiones más visibles son Hammett y Chandler– que se valieron de detectives que husmean a ricos y a pobres, a corruptos y a héroes anónimos, a ambiciosos y a desesperanzados.
Cabe preguntarse si los cronistas de Policiales (o de Sucesos, como la llaman curiosamente los españoles), al menos en la Argentina, respiraron algo del perfume de esos detectives. Un grande, contemporáneo, fue el “Turco” Enrique Sdrech, un tipo sensible, de origen socialista, de cuya muerte se cumplieron hace pocos días nueve años. El Turco era creíble. Sobre todo, porque hacía su trabajo con seriedad. Para la misma época, José De Zer, movilero de Nuevediario, hacía la pantomima de acompañar a las brigadas policiales cuando había batidas. Más de una vez, la representaban para el canal de Alejandro Romay. El rating era impresionante. Y De Zer tenía el clásico “Seguime, Chango” que se parecía al “Vamos, Silver” del Llanero Solitario. Nada más que el Chango era Carlos Torres, el camarógrafo que tomaba imágenes desprolijas, mientras que Silver era el caballo de un personaje de Hollywood. De Zer no era siquiera verosímil, pero era imbatible: a quien no le gusta sentirse al lado de donde puede producirse esa imagen tan repetida de la tele, el cine o la literatura, que son un par de balas incrustando en un cráneo y un cuerpo desvaneciéndose y pasando a mejor suerte.
Eso sí, mucho rating; pero de la psicología de los delincuentes, nada. Menos aun de la sociedad que los alberga. En todo caso, esas notas de De Zer quedarán como material antropológico para estudiar las conductas de los dueños de los medios y de los voceros policiales que incitan a ese sentimiento ambiguo entre el miedo y el deseo de matar que anida en cada uno de los inocentes televidentes que ayer en Nuevediario y hoy en decenas de formatos –empeorados– rompen la rutina y se zambullen en el morbo de las tramas delictivas y policiales. Hay, desde ya, algunos excelentes formatos y muy buenos cronistas. Por caso, el ciclo Historias del crimen que hizo Ricardo Ragendorfer en Telefe hace casi diez años fue una verdadera clase. Se trataba de entrevistas en profundidad a condenados por delitos pesados y que, desde la cárcel, dieron conformidad para el programa.
LA SEGURIDAD DEMOCRÁTICA. Hace no mucho, cuando se creó el Ministerio de Seguridad, este cronista tuvo la peregrina idea de sugerirle a un veterano editor de temas criminales que era hora de crear una sección periodística que tuviera por nombre “Seguridad Democrática”. La respuesta, lacónica, fue: “Eso es como hacer una sección de Policiales sin sangre.” Ahora, quien escribe estas líneas, lejos de arrepentirse de su poco atractiva idea, vuelve a la carga, pero doblando la apuesta. Es hora de crear un canal de televisión que se meta en el complejo mundo de lo que, al menos hasta ahora, es tratado como crónica policial. Ante todo, la idea maduró después de hacerle una entrevista radial a Liliana Hendel, una periodista involucrada en temas de mujer (o de género como se dice ahora). Ella decía, con autoridad y énfasis, que ni la violencia familiar ni los femicidios (una palabra que no reconoce el corrector de word y que corrige como “feticidios”) pueden ser tratados con la lupa de las noticias policiales. Pero, la verdad, es que la compleja trama que liga a miembros de las fuerzas de seguridad y el delito organizado tampoco puede ser tratada por los cronistas de Policiales. Por algo casi axiomático: si los periodistas que obtienen buenas fuentes entre jefes de investigaciones empiezan a hurgar en las conductas mafiosas terminan sin tener fuentes de información. Y lo que es peor: los dueños de los medios no quieren perder ni el rating ni –en general– la cordial relación con jefes policiales de muy dudosa transparencia. Hay muy honrosas excepciones a estas conductas funcionales entre cronistas y fuentes policiales, pero mejor no hacer nombres para evitarles más inconvenientes. Un caso interesante, que sí puede nombrarse, es el de Mauro Viale en América 24, porque hace un programa en crudo, con debates al aire, que van sin anestesia. Eso sí, con algunos columnistas casi fijos cuyos antecedentes son altamente explosivos (literalmente). Al menos, se ventila algo ese ambiente tan raro.
Por poner un ejemplo de la consagrada –y poco creíble– escenografía policial típica de los medios que debería desterrarse de ese utópico canal de noticias de seguridad democrática: el ministro de Seguridad bonaerense, al lado de jefes policiales con paquetitos de algo que parece ser cocaína, armas, billetes de 100 pesos y teléfonos celulares. Mientras las cámaras muestran esos objetos, no es preciso leer el videograph, ya que el televidente sabe que “desbarataron una peligrosa red de narcotraficantes”. Dicho sea de paso, un nuevo juez federal de un distrito donde hay muchos procedimientos de incautación de drogas acaba de ver un dato curioso: no hay causas sobre esos delitos en lugares donde –se supone– circula mucha droga.
Pero, ¿para qué serviría entonces un canal de noticias de Seguridad Democrática y afines? Para hacer algo serio y didáctico que pretenda abrir un surco distinto al de las noticias policiales, que nunca van a desaparecer como tampoco van a desaparecer los relatos sobre las violencias humanas que rompen con las normas establecidas. Por empezar, este canal debería funcionar como una agencia de noticias on line. Es decir, como algo que pueda tomarse por Internet por los medios, pero también que sirva para las escuelas policiales, los juzgados y fiscalías, las organizaciones populares o foros vecinales. Debería estar bajo la estricta tutela de las autoridades civiles (es un eufemismo, todos somos civiles, pero queda la dicotomía de civil/militar como herencia de las dictaduras). Podría promover, por ejemplo, que muchas investigaciones o pericias de fuerzas de seguridad o de juzgados sean realizadas por los brillantes discípulos del Equipo Argentino de Antropología Forense, que logró y logra resultados impresionantes en recuperar la identidad y los restos de los detenidos desaparecidos. Ese canal podría poner en conocimiento –y en debate– cómo se forman y educan los funcionarios policiales. Podría tratar casos donde el mundo del hampa no surge desde las villas sino que entra a las villas desde algunas comisarías o redes de trata. En fin, podría preguntar a otras fuerzas de seguridad –algunos muy duros, como los Mozos de Escuadra, nueva policía de Barcelona– por qué ponen cámaras de seguridad para grabar los interrogatorios de los detenidos y no sólo en las calles y plazas. O, acaso, ¿una comisaría no es un espacio público?
Es probable que este canal no tenga rating y que algún encargado de prensa de ministerios de Seguridad piense que sin ketchup no hay noticias relativas al crimen. Es más, no faltará el que siga con el estereotipo de que los temas de seguridad deben ser prescriptivos de los conservadores y derechistas. Y alguno dirá que esta idea encierra el canal de la revancha y está pensado para mostrar que detrás de cada prefecto o policía hay un corrupto en potencia. Nada de eso. Por caso, la primera nota que este cronista haría –si algún día se hace ese canal y le dan la posibilidad de colaborar– sería ir con un asistente social a la cola de una cárcel común. Guardando la identidad, le gustaría mostrar cómo y quiénes visitan a los detenidos, quiénes son sus familiares, qué les piden los presos, de qué viven los que están encerrados y los que están afuera. Ese es un mundo demasiado crudo, casi por completo de gente pobre, fácilmente presa de pequeños negocios mafiosos, estigmatizado como pocos y del cual salen muchas ramificaciones al mundo del tráfico de drogas o el robo, pero también de personas esforzadas que hacen lo imposible por mantener la dignidad y la solidaridad. Así, lo bueno y lo malo, junto, como pasa con todos los seres humanos: aun los que tienen recursos y poder como para esconder la transgresión a las leyes.