“¿Cómo se convierte una aldea en un antro peligroso?”, se pregunta el narrador de El sermón de La Victoria , la última novela de Eduardo Belgrano Rawson, que salió por entregas conClarín y ahora se publica como libro.
Esa aldea es El Durazno, en San Luis, a unos 35 kilómetros de la capital provincial. El peligro surge, en la trama, con la desaparición de una adolescente, Claudia Díaz, y el arresto de Nelson Madafs, un joven que salió con ella y que deviene en el principal sospechoso tras investigaciones fraudulentas y torturas insoportables que lo llevan a confesar delitos que no cometió .
En un lugar donde “la paz era tan asfixiante que destrozaba los nervios”, la desaparición, ocurrida sobre el final de los años 80, dispara rumores, acusaciones, y la sed de justicia de los pobladores. A ese reclamo –movilizaciones multitudinarias como las que sacudieron Catamarca ante el asesinato de María Soledad Morales–, dice el autor, “se le responde con la decisión política de encontrar un culpable a toda costa porque es necesario calmar los ánimos de la gente”.
La injusticia en nombre de la Justicia no sólo condena a Nelson sino a varios integrantes del clan Madafs y a otros habitantes de El Durazno. Todos pasarán por La Victoria, el antiguo prostíbulo –“quilombo”, dice el narrador– devenido en prisión; todos escucharán las palabras del Obispo, que sostiene que hay que “ extirparles el alma ”, todos serán victimarios-víctima de “una historia que ocurre todos los días en alguna parte de la Argentina”, dice Belgrano Rawson.
Según el autor, se trata de una “ novela de la vida real ” porque “hay poca ficción”: narra hechos ocurridos a partir de 1989 en el valle en el que el escritor nació y vive. Allí, en el Trastevere romano, y en Montmartre, Belgrano Rawson escribió el texto que se publicó en Alemania antes que en la Argentina y que Clarín entregó en fascículos el año pasado.
La familiaridad con el lugar y con los protagonistas –el autor fue al mismo colegio que Claudia y que el juez de la causa, frecuentó la misma plaza, los mismos bares– le dio un acceso privilegiado no sólo a la documentación judicial y periodística sino también a los propios personajes que protagonizan el relato.
Su narración, aunque centrada en los 90, da cuenta de las torturas ejercidas por la Policía durante la última dictadura –cuando aprendieron las técnicas con las que luego castigarían a Nelson– y del descontrol institucional que desencadenó la Guerra de Malvinas: “Ni para esa guerra el Ejército había tenido un plan”, señala en el relato un ex miembro de la Fuerza. Belgrano Rawson tampoco evita señalar la decadencia del sistema educativo: por su poca formación, un grupo de delincuentes intenta asaltar un banco sin darse cuenta de que ha ingresado a un museo.
El lector juega un rol central en El sermón… El autor lo invita a ponerse en el lugar de los personajes, a jugar a “¿Qué harías si…?”. Si la Justicia fuera injusta, si quedaran muchas obligaciones y ningún derecho, si aun cuando el enigma se resolviera, el estigma por lo que nunca pasó fuera a durar toda la vida.
“Alguien tenía que contar esta historia de manera completa, lo que pasó en este supuesto pago tranquilo de buenos amigos; era importante escribirla lo mejor posible, esa narrativa convierte a la historia real en una novela”, explica el autor desde el valle puntano, y concluye: “Mientras más contemos las cosas que pasan, más posibilidades tenemos de que no sucedan más”.
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