¿Prevención o represión? El debate sobre cuál debe ser el enfoque principal en el accionar de una institución policial es de esos que parecen no tener fin. Incluso pareciera que el manodurismo es la opción socialmente más aplaudida, no solo entre la clase política. En Centroamérica, las policías de Honduras, El Salvador y en menor medida la de Guatemala priorizaron el componente represivo. En Nicaragua se optó por el camino opuesto.
Pedro Rodríguez Argueta, jefe de la Dirección de Asuntos Juveniles de la Policía Nacional de Nicaragua. Foto Roberto Valencia |
En los buses de Managua resulta de lo más común encontrarse a hombres o mujeres vestidos con el uniforme de la Policía Nacional –camisa celeste, pantalón azul oscuro–, muchas veces en compañía de sus parejas o de sus hijos. Cuando termina la jornada laboral, para un agente es normal irse uniformado y desarmado a casa, o a comprar al súper, tan normal que cuesta convencerles de que existen lugares en los que no sucede lo mismo. Pero no hay que viajar muy lejos para dar con esos lugares. Imágenes así son casi imposibles de ver en Guatemala, San Salvador o Tegucigalpa, las capitales del llamado Triángulo Norte, la región más violenta del mundo.
La Policía Nacional de Nicaragua tiene una merecida fama de ser la más cercana, la más mimetizada con la sociedad de la que surgió. Y esto va más allá de lo anecdótico. No son pocas las voces que señalan esa cercanía con la comunidad como una de las razones que han servido de freno a la expansión del fenómeno de las maras.
La atención de los jóvenes para nosotros es una prioridad, asegura el comisionado Pedro Rodríguez Argueta, jefe de la Dirección de Asuntos Juveniles (Dajuv) de la Policía Nacional de Nicaragua. Creada hace una década, el papel de esta dirección ha sido clave en la contención de las pandillas, palabra que en Managua no se usa como sinónimo de maras. El propio Rodríguez Argueta matiza que la Dajuv debe entenderse como la punta de lanza del rol eminentemente preventivo que impregna todo el cuerpo. Basta señalar que Asuntos Juveniles es una dirección que depende directamente de la Jefatura Nacional, y que en el organigrama de la institución está equiparada a direcciones como Investigación de Drogas, Seguridad de Tránsito o Inteligencia Policial.
Los resultados de esta filosofía, al menos en el plano estadístico, son demoledores.
En el año 2003 la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes era de 11 en Nicaragua, 32 en Honduras y 37 en El Salvador. Fue en esa época, justo cuando las pandillas daban sus primeras señales de desbocamiento, que los gobiernos de cada uno de los países jugaron sus cartas. Así, mientras que San Salvador y Tegucigalpa salpicaron de manodurismo sus políticas de seguridad pública, Managua optó por la vía preventiva, con la Dajuv como estandarte. Ocho años después, en 2011, la tasa de homicidios fue de 12 en Nicaragua, de 86 en Honduras y de 70 en El Salvador.
¿Por qué es necesario que haya una Dirección de Asuntos Juveniles?
Porque los jóvenes necesitan una atención diferente. En Nicaragua esa cultura de atender a los jóvenes como parte activa de las comunidades viene desde la fundación de la Policía, en 1979. No hay que olvidar que los policías, casi todos, de ahí surgimos, de esas comunidades. Entonces, la Dirección de Asuntos Juveniles es necesaria porque es una prioridad evitar que los jóvenes tomen un mal camino.
Pero la Dajuv no surge con la creación de la Policía Nacional…
No, la Dajuv como tal es de 2002, pero la política de atención prioritaria a los jóvenes y a la comunidad sí nace con el mismo gobierno revolucionario.
¿Por qué cree que las otras policías de la región no tienen una organización similar?
Está relacionado con las políticas públicas que ha aplicado cada gobierno de Centroamérica. En Nicaragua se optó por atender correctamente a los niños, las niñas y los adolescentes, quizá porque en los últimos años del somocismo la represión contra los jóvenes fue muy dura.
¿Hubo algún hecho concreto que motivó la creación de la Dajuv?
A mediados de la década de los 90 comenzaron las deportaciones masivas de jóvenes, sobre todo desde Estados Unidos. Es cierto que las pandillas existían de antes, pero los deportados vinieron con elementos aprendidos. Nuestra jefatura nacional en ese momento valoró lo que estaba sucediendo, hubo consultas con las autoridades de nuestros vecinos del norte (Honduras, El Salvador y Guatemala), y se tomó la decisión de priorizar aún más el segmento joven.
El nacimiento coincide en el tiempo con la implementación del manodurismo en Honduras y El Salvador.
Nuestra jefatura tiene completamente claro que la mano dura no resuelve el problema de la violencia, sino que lo agrava, porque termina generando más violencia. En este sentido, y sin temor a equivocarme, creo que la visión de la Policía de Nicaragua para atender a los jóvenes es un referente para las policías de todo el mundo. Nuestra visión es única.
¿Estar en la Dajuv requiere de alguna formación adicional?
Todos los agentes pasan por la academia, pero al venir aquí existe una capacitación adicional enfocada en trabajar con los jóvenes que tienen dificultades. Nuestro trabajo consiste en atender al joven, pero también a la familia y a la comunidad. Desde 2002 tenemos lo que llamamos planes de intervención sicosocial comunitarios: primero seleccionamos los barrios con mayor incidencia de violencia, luego asignamos a especialistas para que se aboquen a los líderes comunitarios –religiosos, de prevención social, de mujeres, de las juventudes sandinistas…–, y los reúnen para ubicar bien al grupo de jóvenes que da problemas. Ahí los invitamos a reuniones, a capacitaciones sobre autoestima, resolución de conflictos, convivencia pacífica, actividades deportivas, culturales, religiosas…
¿Cuál es la misión concreta de un agente de la Dajuv?
Articular con la comunidad, articular con las demás especialidades de la Policía Nacional, e involucrarlos a todos en función de la atención a los jóvenes.
Una duda: ¿qué porcentaje del personal a su cargo son mujeres?
El 45% de los que trabajamos en la Dajuv son mujeres policías.
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El jefe de la Dajuv, el comisionado Pedro Rodríguez Argueta, nació en 1963 en Rivas, el más occidental de los departamentos fronterizos con Costa Rica. La revolución lo agarró cuando era apenas un adolescente y, al igual que hicieron miles de su generación, lo dejó todo, se sumó al Frente Sandinista y cargó por meses un fusil Fal. Derrocado Anastasio Somoza en julio de 1979, la primera reacción de Rodríguez Argueta fue regresar a Rivas, a ver si alcanzaba a ayudar a su madre con la postrera. “¿Cómo te vas a ir ahora –dice que le dijo Simón, su jefe–, si esto está comenzando y ahora vamos a la etapa de la reorganización del país?” Así fue como llegó al cuerpo policial que en ese momento estaba creándose para rellenar el hueco dejado por la extinta Guardia Nacional.
A finales de agosto recibió su primer uniforme: pantalón verde y camisa crema: “Yo venía del campo, y me sentía horrible con la camisa prensada, con el corte de pelo que nos hicieron, pero a los pocos días me encantó el trabajo y aquí estoy todavía”.
Pedro Rodríguez Argueta (segundo desde la izquierda) en una imagen de 1979, durante la Revolución sandinista; tenía apenas 16 años cuando derrocaron a Somoza. |
Cuando comenzó en la Policía Nacional tenía 16 años y apenas había estudiado hasta cuarto grado. Hoy tiene una licenciatura en derecho.
Pero usted proviene de familia humilde…
Claro, todos los fundadores éramos de familias pobres. Si no fuera por la revolución, no estaríamos aquí. Y ya voy a cumplir 33 años en la Policía, los mismos que tiene la institución.
¿Cuántos lleva en la Dajuv?
A ver… Desde 1979 trabajé en delegaciones. Estuve en San Juan del Sur, en San Miguelito de Río San Juan, en Diriomo de Granada, en Nandaime, también en Granada, en El Viejo de Chinandega… Luego me vine un tiempo a la Dirección de Armas, después fui segundo jefe de Tipitapa (departamento de Managua), y a mediados de 2009 me pasaron a la Dajuv, como segundo jefe. En mayo de este año asumí la jefatura.
En un plano personal, ¿cómo sintió el cambio de llegar a una dirección tan enfocada en la prevención de la violencia juvenil?
Cuando se es jefe de municipio, uno ahí mira de todo: tránsito, investigaciones, administración… Pero yo siempre prioricé el dialogo por encima de la represión. En Chinandega me tocó trabajar en uno de los municipios más grandes del país, con bastantes problemas con los jóvenes, y gracias a Dios que nos dio la sabiduría para atenderlos, para hablar con ellos. Yo iba desarmado por las calles. En Nandaime también tuve enseñanzas buenísimas con los jóvenes. Supongo que todo eso fue lo que tomó en cuenta la Jefatura Nacional para trasladarme a la Dajuv.
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Para los agentes que integran la Dirección de Asuntos Juveniles, el contacto con los jóvenes es una condiciónsine qua non, obvio. Las pandillas son para la Dajuv su principal amenaza y su razón. Ahora bien, resulta imprescindible matizar que en Nicaragua el término pandilla no puede entenderse de igual manera que en el Triángulo Norte. Para la Policía Nacional nicaragüense, una pandilla es «un conjunto de adolescentes y jóvenes que, organizados dentro de un territorio y en composición de tres o más miembros identificados como grupo, manejan símbolos, lenguajes y conductas de identidad, y que además ejecutan actos de violencia comúnmente traducidos en transgresiones a la ley”. El fenómeno de las maras no existe, y la Mara Salvatrucha (MS-13) y el Barrio 18 no tienen –oficialmente– ningún tipo de implantación en el país.
¿Podría esbozarnos cómo son las pandillas de Nicaragua?
Tenemos identificadas a nivel nacional 48 pandillas activas y 162 grupos juveniles en alto riesgo social, pero ni unas ni otros tienen nada que ver con el accionar de las maras. Aquí hablamos, en su inmensa mayoría, de jóvenes que mantienen vínculos familiares, jóvenes que se ordenan cuando llega la patrulla. Hay por supuesto algunos que no aceptan la vía de la plática y de la socialización, pero para eso entran otras especialidades como Inteligencia Policial o Auxilio Judicial.
¿Cuál es el perfil dominante entre los integrantes de esas 48 pandillas?
La idea nuestra es pacificar este año la mitad de esas 48, como resultado de los planes de intervención que desarrollamos en los barrios; la idea es que estos jóvenes firmen un acta de paz. Pero todas son pandillas que la Policía Nacional atiende, que están bajo control.
¿Cómo se conjuga el método de la Dajuv con el de otras direcciones de corte más represivo?
Comunicación.
Pasará que a un grupo que lo están trabajando ustedes, llegan agentes de otras unidades y los paran, los registran, los golpean… ¿No les genera ruido?
Eso ya casi no se da. Es verdad que en cierto momento hubo dificultades en ese sentido, pero ahora la comunicación al interior es fluida. Cuando nos encontramos a un joven que no quiere entender, somos nosotros los que avisamos a otras unidades. La represión se da, pero no es de primas a primeras.
Nicaragua es igual o más pobre que Honduras o El Salvador. ¿Cómo se explica que no haya maras?
En primer lugar está la confianza que tiene la comunidad con la Policía Nacional, que se expresa en la relación fluida con los sectores organizados. Y a eso se suma lo que yo llamo una filosofía institucional de atención prioritaria a los jóvenes. Yo le quiero decir una cosa, sin temor a equivocarme: nuestra mayor fortaleza no son las armas, sino ese vínculo con la comunidad que nos permite identificar a los jóvenes y hablar con ellos. Yo siempre digo que nuestra Policía no ha abordado el fenómeno de la violencia juvenil ni con mano dura ni con mano suave: lo hemos abordado con mano inteligente.
Esporádicamente trasciende que en Nicaragua detienen a activos de la MS-13 o del Barrio 18, salvadoreños casi todos.
En Chichigalpa, Chinandega, detuvimos hace tres años al Pitbull (Saúl Antonio Turcios Ángel, el Trece, uno de los máximos palabreros de la MS-13) y lo deportamos a El Salvador. Y hubo un caso parecido en Villanueva, siempre en el departamento de Chinandega.
Tengo información bastante confiable de que el Barrio 18 de Guatemala quiere crear estructuras en Chinandega.
Yo le garantizo que la misma comunidad no lo va a permitir. ¿Por qué cree usted que cuando llegaron estos cuatro o cinco salvadoreños a Villanueva inmediatamente les cayó Inteligencia Policial? Porque la comunidad, y los mismos jóvenes, no permiten que nadie venga aquí a matar o a extorsionar.
¿Qué importancia tiene el fenómeno de las maras en la agenda la Policía Nacional?
No ocupa mucho tiempo en las reuniones de jefes policiales, porque tenemos mucha confianza en el trabajo que hacemos con las comunidades. El mayor mérito es de la comunidad, que no permite que venga gente de afuera con malas intenciones.
He visitado distintos barrios de Nicaragua y he notado entre los jóvenes cierta admiración, seguramente basada en la ignorancia, hacia las maras salvadoreñas.
Puede haber cierto grado de curiosidad, y que eso los lleve a preguntar, pero creo que no va más allá.
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Al margen de la labor que realizan otras instituciones del Estado, la Policía Nacional nicaragüense tiene una estrategia propia que incluye los tres niveles: en prevención primaria, la cooperación internacional les permite financiar programas como DARE, GREAT o Segundo Paso, con los que la institución estima que cada año unos 25 mil alumnos reciben capacitaciones para evitar el uso de drogas o el ingreso en pandillas. En prevención secundaria, están los ya referidos planes de intervención en barrios, una iniciativa que desde el año pasado se complementa con el Centro Juventud, unas instalaciones administradas por la Dajuv en las que unos 200 jóvenes “pacificados” aprenden un oficio. En la prevención terciaria, la referida a jóvenes en conflicto con la ley, existe una coordinación con los Juzgados de Adolescentes que obliga a los jóvenes con medidas alternas a la privación de libertad a reunirse con agentes policiales, para asesorarlos e intentar con ello su no reincidencia.
Con una estructura así, tan diferente a lo que se estila en el Triángulo Norte, hay preguntas que caen por su propio peso.
¿Cómo es una reunión de jefes policiales de Centroamérica? ¿Qué se dicen?
Pues la primera semana de mayo tuvimos una en San Salvador, con policías de El Salvador, de Belice y de Guatemala; fue una capacitación sobre cómo prevenir el ingreso de jóvenes en pandillas. En los tiempos libres hablábamos, y algunos compañeros se quedaban asustados cuando les decía que yo a veces me voy en bus a mi casa, hasta Granada, y que llego a la parada a las 7 u 8 de la noche, uniformado y desarmado, y que en el viaje hasta me duermo. Me dijeron que en El Salvador o en Guatemala, cuando ellos salen de trabajar, no pueden llevar ningún pertrecho que los identifique como policías.
Sí, así es…
Es más, la Policía Nacional Civil de El Salvador… Yo he tenido la oportunidad en varias ocasiones de platicar con muchachos, que se ve que son buenos profesionales, pero yo miro como que ese mismo uniforme oscuro que llevan no genera confianza. Parecen detalles, pero yo siento que desde el propio uniforme, celeste, la Policía Nacional de Nicaragua comienza a generar confianza en la ciudadanía.
¿No tiene usted la sensación de que en otros países se abusa de la palabra prevención?
No le puedo hablar de otros países, pero en Nicaragua la prevención es lo primero. La trabajan las oenegés, la trabajan distintas instituciones del Estado, como el Minsa, el Ministerio de Educación, el Injuve, el Instituto Nicaragüense de los Deportes… y por supuesto la Policía Nacional.
¿Es el dinero lo más importante para implementar un modelo preventivo?
El dinero juega su papel para un sinnúmero de cosas, pero lo más importante es la actitud de las personas, que haya vocación de servicio y un deseo de prevenir mayores males.
¿Usted siente muchas diferencias entre su juventud y la juventud de ahora?
Sí las hay. En mi juventud había menos oportunidades de estudio. Ahora hay más, y lo que más se necesita es trabajo de orientación con las familias, con los jóvenes, para que puedan potenciar estas oportunidades.
¿Era más sana la juventud hace 30 años?
Sí, pero hay muchos factores. En aquel tiempo el acceso a la droga era difícil, o yo recuerdo que, cuando tenía 12 años, para mirar televisión tenía que caminar dos kilómetros; ahora hay un aparato en cada casa. ¿Cuánto daño hace la televisión cuando no la sabemos capitalizar? ¿Cuánto daño hacen esos juegos que todos son de guerra?
Teniendo en cuenta todo ese panorama, ¿se puede ser optimista de cara al futuro?
Claro que sí. Tenemos que ser optimistas. El trabajo que desarrollan las instituciones del Estado es para que estos niños y adolescentes, cuando tengan su familia, no tengan las mismas dificultades que ellos están pasando ahora, y para que lleven a sus familias por el camino del bien. Con todo y los avances de la ciencia y la tecnología, la familia es la que va a terminar jugando el papel más importante para construir sociedades más justas, seguras y responsables.
fuente http://www.salanegra.elfaro.net/es/201207/entrevistas/9021/