Son justamente las 3:24 de la tarde, y el nombre de María Sánchez está siendo inscrito en el libro de entrada a la cárcel de Najayo-mujeres. La agente Cuevas se encarga de recibirla, le ordena sentarse en una silla plástica de espalda al cuarto de inspección, mientras las demás reclusas pasan cerca del área y se quedan observando de manera extraña a la joven de 21 años. ¿Tú eres nueva amiguita?, ¿Por qué tu estás aquí?, ¿Tú vienes del Palacio de Justicia del Distrito o de la Charles? ¿Te trajeron por los kilos de droga?, le pregunta con insistencia una reclusa a Sánchez mientras espera ser atendida por la doctora que realiza un chequeo de rutina.
Ya de vuelta en el cuarto de inspección, la agente Cuevas toma las pertenencias de la nueva interna y con mucha cautela se encarga de depurar cuáles son las cosas que pueden entrar al penal y cuáles no. Luego le pide a la joven que se quite la ropa y que se agache para verificar que no tiene nada oculto en “ninguna” parte del cuerpo. Al final de la inspección quedan inscritas en un acta las pertenencias que no pueden pasar y son guardadas para entregarlas a la familia de Sánchez en la primera visita que le hagan.
La joven está exhausta pero aún falta mucho para terminar su proceso de entrada al penal. La llevan a varios departamentos (sicología, tratamiento social, educación y jurídica), para cumplir el protocolo.
En la celda
A las 5:10 de la tarde, ya ha finalizado el proceso de ingreso, a Sánchez le entregan algunos utensilios para su higiene, un t-shirt verde, que utilizará en lo adelante como un uniforme. Colchón en mano camina por el pasillo hasta llegar a lo que denominan área de observación del pabellón G, en el segundo piso.
Todas las miradas se clavan en ella, mientras la agente que la acompaña le presenta a otra reclusa que funge como coordinadora del pabellón. Nadie dice nada.
De repente se escucha cómo un plástico choca con las barras de la celda donde está Sánchez.
-¡Carne nueva!, grita una de las internas. Pasan dos minutos y una de las ocho reclusas con las que Sánchez comparte celda le ayuda a hacer su cama. Le indica que ponga sus cosas en un casillero algo deteriorado. Le falta pintura a la celda, pero cada quien tiene su cama y en general todo luce limpio.
-¿Estás por lavado?, le gritan a Sánchez desde fuera de su celda. Ella rompe el silencio y responde en tono despectivo: “¿Por qué, parezco rica?”. La otra interna agrega: “yo tengo 15 años en las costillas”, como una forma de intimidarla.
Una de sus compañeras de celda se acerca y le dice: “no puedes hacer ruido porque nos trancan y si te portas mal te mandan para reflexión (una celda)”.
Le sigue diciendo que allí todo hay que comprarlo (t-shirt, jabón, papel, merienda), que no puede salir al pasillo del pabellón porque es nueva; puede ver la televisión, hacer llamadas miércoles y sábado, comprando una tarjeta. Le recomienda también que no le respondas a nadie, que no tienen por qué saber nada de ella.
Las quejas de las internas
Algunas internas empiezan a quejarse del trato que reciben, de la comida, del calor, de la falta de insumos, que se le exija uniforme y no se los dan… momento justo donde son interrumpidas por el sonido del timbre. Sánchez no ha visto la hora, pero sabe que son cerca de las 6:00 de la tarde, hora de la cena. Fuera de los pabellones algunas dicen que quienes critican el sistema es porque no pueden someterse a las reglas.
Las mujeres de Figueroa
Al bajar al comedor, Sánchez se detiene antes de entrar y mira fijamente hasta la cancha, solo le faltó un segundo para identificar a dos de las internas que jugaban voleibol en equipos contrarios: Sobeida Félix y Leyvi Yadira Nin Batista, la amante y la esposa del capo José David Figueroa Agosto, quienes están en la celda de máxima seguridad y no se les ve compartir las comidas con las demás. “Ellas salen a jugar”, le dice una española a Sánchez y sin que se le pregunte cambia el tema y dice: “quiero que salga mi extradición, uno no puede estar en paz con mi “amiga” aquí, ahora mismo peleamos y por eso salí del comedor a tomar aire”.
Pasada la cena (víveres con salami), las internas en la celda de Sánchez empiezan a hablar de sus amoríos y sus procesos, mientras miran la televisión. Una de sus compañeras le ofrece apoyo, pero la deja diciendo que tiene que hacer su destino. ¿Y que es un destino?, pregunta Sánchez. “Los oficios que le ponen aquí a uno, por ejemplo yo voy tres días a enjuagar los platos”, responde la interna.
Llega la hora de bañarse pero no hay agua, la coordinadora del pabellón hace todo lo posible por buscar un botellón y que cada cual consiga su agua. Finalmente a Sánchez le entregan un botellón vacío y camina hasta la cocina, donde llena el envase y se baña en el único baño que tiene la celda, el cual comparte con otras ocho reclusas. “Guarda agua para mañana, así no tienes que buscar”, le recomiendan. Al llegar el toque de queda, a las 11:00 de la noche, apagan las luces y tratan de dormir, pero los dos abanicos de la celda no son suficientes para combatir el calor. Pasan las horas, el timbre vuelve a sonar, son las 6:00 mañana, las reclusas que deben ir a audiencia se levantan, las demás deben estar listas para el desayuno a las 8:00. Las que estudian en la universidad van a la biblioteca, en repostería hacen unos pasteles, las de belleza se arreglan. Cada cual busca su quehacer y su oficio. A las 11:45 se repite la ecuación y las internas bajan a almorzar (sopa y arroz). Nadie se queda sin alimentos a menos que así lo decida.
En horas de la noche una reclusa hizo crisis
Es muy tarde en la noche y se escucha a la coordinadora del pabellón decir ¡Agente¡, ¡agente¡, ¡agente¡, esperando que el personal del centro acuda al lugar, varios minutos después del llamado, finalmente llegan. Resulta que a una haitiana le subió la presión y tiene dolor de cabeza. “Esto es cuestión de supervivencia”, dice una de las internas.
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