Martín lozada (*)
La elaboración del pasado colectivo y la construcción de aquello que usualmente se denomina «memoria histórica» resulta ser un campo socialmente problemático y, en ocasiones, proclive a manifiestas manipulaciones políticas e ideológicas.
¿O acaso el nacionalsocialismo alemán no había, a través del trabajo de Heinrich Himmler, profundizado la perspectiva acerca de un pasado nacional marcado por el carácter un pueblo milenario, multifacético, merecedor de predominio político y territorial sobre los más vastos rincones del globo?
Basta leer la narrativa histórica sostenida por algunos de los ideólogos de la dictadura cívico-militar en la Argentina, tales como los generales Díaz Bessone y Saint Jean, para comprender que el pasado es una insólita fuente de legitimación cuando de ofrecer razones a la violencia y a la exclusión se trata.
De allí que las cuestiones vinculadas a cómo recordar los sucesos traumáticos del pasado y para qué hacerlo constituyan un punto nuclear de interés no sólo en materia de activismo político sino también en el ámbito que resulta propio a las ciencias sociales.
La memoria es asimilable al lenguaje en cuanto a su dimensión instrumental, neutra en sí misma, susceptible de ser puesta al servicio tanto de fines éticos como de los designios más oscuros. De allí el peligro de su manipulación orientada hacia reivindicaciones abusivas.
Tzvetan Todorov afirma que el uso de la memoria plantea dos riesgos puntuales: la sacralización de los hechos, por un lado, o bien su generalización, por el otro. La primera operación exige colocar el objeto del recuerdo en relación con otros sucesos, para de ese modo destacar su posición única, exclusiva y singular en la historia.
La generalización, en cambio, consiste en solapar el pasado con el presente, asimilar pura y simplemente unos hechos con otros, pretendiendo encontrar entre aquéllos simetrías inexistentes.
¿Cómo superarlas y encontrar una base objetiva de análisis? En este punto, afirma, es donde debe comprometerse el trabajo de la memoria para superar tanto el exclusivismo victimológico como el transitar irreflexivamente de un caso particular a otro con la esperanza de encontrar alguna continuidad o parecido.
Para ello, deben evaluarse los hechos desde una perspectiva que se dirija desde lo particular a lo universal, teniendo como referencias precisas los principios de justicia, las reglas morales y los ideales políticos, para así reexaminar y criticar con ayuda de argumentos racionales.
Un interrogante plantea, a su vez, las llamadas «políticas de la memoria». Es decir aquellas disposiciones que remiten a cuáles son los límites de la materia a recordar y a través de qué medios y modalidades se habrá de fomentar su difusión hacia el futuro.
En este campo es Slavoj Zizek quien advierte que la imposición en el sentido común de una determinada verdad histórica puede constituir, simultáneamente, el vehículo más efectivo para su negación. Puesto que el evento a recordar se externaliza hasta un punto en que el individuo se siente relevado de acusar su impacto.
A modo de ejemplo, sostiene que la legalización del estatus intocable del Holocausto es, en cierto sentido, la versión más refinada y perversa de su negación: aun cuando admiten plenamente los hechos acontecidos, tales leyes neutralizan su eficacia simbólica.
Mediante aquéllas se exime a los ciudadanos de cualquier aproximación crítica al acontecimiento de la masacre estatalmente programada. El riesgo, entonces, radica en que a veces «la admisión expresa de un crimen puede ser el modo más eficaz de eludir la responsabilidad».
El espectáculo de las conmemoraciones puede no ser más que la puesta en escena de una memoria muerta. Al igual que el castigo, trae aparejado el inconveniente de exorcizar los crímenes del pasado sin ponerles remedio y sin prevenir aquellos venideros. Tanto es así que incriminar las causas sin obedecer a la voluntad de erradicarlas es conservar, hasta incrementar, su potencial nocividad.
El objetivo, afirma Raoul Vaneigem, no es reabrir la llaga de los viejos antagonismos ni disimular las cicatrices bajo la cataplasma del perdón sino, en verdad, auscultar la inhumanidad en sus móviles reconocidos o secretos para impedir sus resurgencias.
(*) Juez Penal. Catedrático Unesco
fuente http://www.rionegro.com.ar/diario/las-trampas-de-la-memoria-991824-9539-nota.aspx