Vanina Pasik y Julia Muriel Dominzain – Cosecha Roja.-
Bien al fondo del asentamiento de La Cárcova, en el partido de San Martín, queda el pasillo en donde detuvieron a cuatro pibes por vender drogas: uno de 15 años y tres cercanos a los veinte. Tenían un “anotador de almacenero” en el que, con birome, sumaban las ventas de a 20 pesos. Les secuestraron 100 gramos de marihuana y 92 de cocaína, además de mil pesos en billetes de 2, 5, 10 y 20. Antes de allanar la policía hizo la previa: fueron y se fijaron que estuvieran los “satélites” -los pibes que cuidan la entrada al pasillo- y los transa -los que venden al fondo-.
En ese mismo territorio los mataron al Colo, al Curu y a Enzo el año pasado. Las causas son parte de la demanda colectiva que presentó la Campaña Nacional contra la Violencia Institucional. La denuncia reúne varios crímenes de la zona y plantea que, más allá de quién apretó el gatillo, hay que investigar la complicidad policial y judicial en una serie de crímenes ocurridos en la zona desde noviembre del 2013.
“Los transas entregan pibitos: la policía investiga, pide la orden de allanamiento, la fiscalía se la da, el allanamiento –infaliblemente– da positivo. Hasta que en algún momento, ese transa pasa los límites “permitidos” para esa comisaría, y entonces cae también, dijo a Cosecha Roja el diputado nacional Leonardo Grosso. Las de San Martín son bandas narco pequeñas, no son grandes organizaciones como las que se encuentran en Tigre, ligadas a los colombianos o mexicanos. “Los transas son gente que vive en el mismo barrio, esto se resuelve con voluntad polìtica”, agregó Grosso.
La desfederalización de la ley 23.737 que firmó Felipe Solá no obliga a los fiscales y jueces provinciales a elevar las causas al ámbito federal. En el informe de la Procuraduría de Narcocriminalidad (Procunar) explican que la ambigua redacción de la ley otorga una ventaja comparativa a las policías locales. “Funciona como un dique para el inicio de investigaciones de la justicia federal”, dijo Félix Crous, titular de Procunar, en declaraciones radiales. Desde 2005 hasta ahora hubo un incremento en la persecución de la figura de tenencia para consumo personal y una disminución abismal (del 40 al 3 por ciento) de las causas por estupefacientes concentradas en la Provincia de Buenos Aires. O sea, que se va por la chiquita y no se desarman las redes criminales. “Siempre es más fácil investigar el delito más menos complejo y más visible que sucede en la superficie”, agregó.
“Casi cualquiera se le anima al negocio porque no hay carteles: no hay una gran banda que se encargue de todo el negocio que va desde la producción hasta el lavado del dinero. Hay pequeñas banditas que se ocupan una de la logística, otra del menudeo”, dijo un abogado de la zona. “Aparecen los cruces, las deudas, las venganzas, las entregas. En medio de esas disputas territoriales a veces quedan ex soldaditos que van como samuráis sin amo”, agregó.
Las dinámicas de la violencia aparecen, con distintos matices, en los asesinatos de El Curu y el Colo. A Rubén Oscar Navarro, el Curu, le dieron ocho tiros en el barrio La Carcova. Murió en el hospital dos meses después. Tenía 16 años. Sobre el crimen hay versiones falsas, y los testigos tienen miedo. A Exequiel Moija, el Colo, lo mató de un disparo un hombre que levanta la quiniela clandestina, en Independencia, en la puerta de su casa. Tenía 19 años. El sobrino del asesino que llegó en moto hasta el lugar del hecho se comunicó más tarde con la familia de la víctima: “la policía nos avisa antes de los allanamientos”, dijo.
Fueron en José León Suárez, al fondo del partido de San Martín, y forman parte de una demanda colectiva presentada por La Campaña Nacional contra la Violencia Institucional. La alarma se encendió con el asesinato de Enzo Ledesma, de 13 años. A Enzo lo mataron de dos tiros en la espalda cuando iba en su moto la noche del lunes 28 de octubre de 2013. Según dijeron en las primeras horas el que disparó fue “Bebote”, uno de los reclutadores de soldaditos para los transas del barrio. Después del velorio, y una vez que se hizo el entierro, la familia decidió marchar a la comisaría 4ta de José León Suárez. Los vecinos acompañaron la protesta con furia y para ser oídos quemaron cerca de 30 motos y siete autos, entre ellos un patrullero. Todos en el barrio hablan de la complicidad de esta comisaría con estas bandas de traficantes de droga que llenan el territorio no sólo de sustancias ilegales, sino sobre todo de armas y de impunidad: así, un pibe de 25 años puede creer que con dos tiros en la espalda arregla un problema personal. “Quiero que se muevan y quiero una solución. Los señores andan tirando tiros por todos lados y también la policía sabe quiénes son porque tienen fotos del asesino”, dijo el padre de Enzo a los medios de comunicación.
Los familiares de otras víctimas denunciaban una situación similar. “Habían empezado a aparecer noticias aisladas sobre enfrentamientos entre pibes”, contó un profesional que trabaja para el Estado Nacional en el barrio Independencia. “Se hablaba siempre de peleas vinculadas a transas, como enfrentamientos entre grupos de un lado y otro de la calle Santa Brígida, que divide la parte más nueva y más vieja del barrio”. La denuncia colectiva reúne cinco casos, y propone que en lugar de investigarse como hechos aislados se considere la figura de asociación ilícita. Se demanda que el Poder Judicial investigue cuántos hechos se inscriben en esta matriz.
El Curu
Mientras agonizaba en la cama del hospital, con gestos y sonidos guturales, llegó a contarle a su mamá quiénes lo habían lastimado. Pero no le tomaron declaración. La fiscalía no consideró válida a su forma de expresarse: en su agonía no lograba articular palabras. Cuando salió del quirófano lo llevaron a pediatría por lo menudito que era. “Era chiquito pero prepotente”, lo recuerdan.
Un par de días antes había ido a comprar “un porro” a Carcova y había discutido. “Hablame bien, si sos transa vendeme”, le dijo. “Te voy a meter en un rancho y te voy a matar”, lo amenazaron. El Curu pensaba que los transa estaban zarpados, que antes no era así, que no podía ser que se crean con la autoridad para maltratar a los que van a comprar. A los pocos días fue solo para La Carcova, y como no volvía sus amigos empezaron a averiguar qué pasaba.
El Cheto, uno de sus amigos, fue a comprar más tarde ese mismo día y lo recibieron con “una metra”. Lo apuntaron, le dijeron “estamos re jugados, nos mandamos una re cagada”. El Cheto vio a un pibe tirado en el piso, pero no lo reconoció en ese momento. A la distancia saca cuentas y piensa que al Curu lo tuvieron tirado en el piso un buen rato. Después lo pusieron arriba del capot de un auto. No sabían qué hacer. Finalmente lo llevaron al hospital con una de las chicas que estaba mirando desde la esquina y que no se negó a ir –a pesar del miedo que le daba– porque a ella “también” le mataron a un hermano.
Algunos dijeron que hubo un enfrentamiento entre dos grupos: “los de la 25” contra “los del Cefe”, mano derecha del famoso Andesito López. Es raro que si había dos bandas las ocho balas le peguen a la misma persona: en los brazos, en el pecho, en una pierna y en la panza. Parece más bien que lo balearon.
Hay dos chicos de los que la familia sospecha, que ya están presos por otras causas y que son del grupo del Cefe. A uno lo acusan por drogas y al otro por otras dos muertes. Para protegerlos en la causa declaró una chica como si fuera una testigo imparcial que vio todo desde un kiosco, pero se la ve abrazando al Andresito en la foto de su perfil de Facebook.
En el pasillo donde vive el Cefe varios escucharon que antes de los allanamientos les avisó la misma policía de la Comisaría 4° de Suárez por Nextel. Tuvieron tiempo de meter todo –armas y sustancias– en el galpón donde trabaja su madre.
Son dos barrios con muchas armas. No hace falta que tengas las tuyas, se prestan de barrio en barrio, para hacer un hecho o para resolver un problema personal, se sabe. Y si bien la mayoría de los que van armados responden a algún grupo, los problemas no son siempre por una disputa territorial ni por grandes sumas de dinero.
Los narcos no son millonarios: tienen una posición acomodada respecto de su entorno. Consiguen como mano de obra a chicos jóvenes, que les gustaría consumir recreativamente y que no consiguen un mejor trabajo. Les pagan 3.000 pesos semanales por pararse en una esquina y hacer de seguridad.
“Podemos escuchar el run run de que está el tema de la droga detrás, pero sin lograr comprobarlo en términos jurídicos. No es que los pibes están loquitos y se tirotean entre ellos. Siempre se subordina a un jefe”, opinó un investigador de la zona.
“La trayectoria de un arma es muy difícil de comprobar, primero porque casi siempre tienen la numeración amolada, que ni siquiera puede recuperarse con un proceso químico. Una vez encontré en un robo que habían usado la 9 mm que le habían robado a un policía en el Camino del Buenayre, las balas tenían las mismas marcas. Yo estaba seguro, pero no pude demostrarlo”, se lamentaba el mismo investigador.
En algunos hechos, contó, se encontraron armas de industria brasilera, como Taurus calibre 38 (“la de Martillo Hammer”), con la numeración intacta y sin haber sido registradas por el RENAR. También se hallaron fusiles FAL de fabricación argentina en favelas de Brasil, los mismos que usaban los pibes de Malvinas: salen de nuestras Fuerzas Armadas. Recordó el caso de la desaparición de 150 FAL en 2011 por el cual se pasó a disponibilidad a un general de brigada y se suicidó el sargento encargado de la custodia de las armas.
Simple azar
Al Colo lo mataron porque lo confundieron con otro chico que había robado en la quiniela clandestina. Si no fuera por esta confusión estaríamos escribiendo la historia de otro joven colorado.
Por eso Ana María a veces se presenta como “la mamá del chico al que mataron por su color de pelo”. Exequiel Mojica tenía 20 años, y cuando se enteraron de su muerte a muchos les causó un escalofrío recordar que le gustaba salir en la murga del barrio vestido como La Parca. Ana María tiene la capa y la hoz colgadas en la pared junto con las fotos de la familia: Exequiel era un bebé regordete con ojos rasgados.
Lo mataron cuando volvía de comprar pañales para su hijo. Miguel Jara había llegado al lugar en moto con su sobrino, le pegó un tiro certero y se escapó en un auto que consiguió a punta de pistola. El sobrino se comunicó con los familiares del Colo para decirles que se sentía culpable, que no sabía lo que iba a ocurrir y que ellos se enteraron que iba a caer un allanamiento porque desde la comisaría 4ta de José León Suárez siempre les avisan antes. “Van a venir a allanar pero yo no me voy a fugar, me voy a quedar porque no tengo nada que ocultar, yo no le hice nada”, decía el mensaje que le mandó al hermano de Exequiel. Los familiares se lo mostraron a los investigadores de la UFI 5 de San Martín.
Jara pretendía matar a otro pibe al que le dicen “el Colito”. Es un hombre que anda armado, que ya tiene varias muertes y pedido de captura, pero nunca cae. No vive en el barrio pero se lo vio por ahí en las últimas semanas con un auto rojo con su nombre ploteado. Tiene gente que trabaja para él.
La primera línea de investigación sobre la muerte de Exequiel fue hacia un tal “Mandarina”, que es un consumidor devenido en transa. Después del disparo de Jara hubo acciones judiciales y policiales para encubrir el hecho. Pero el Colo llegó a contarle a su hermano Juan que Jara había sido el que le disparó. “Mirá cómo me lastimó. No me quiero morir”, le dijo antes de entrar al quirófano.