El 9 febrero de 2010, alrededor de las 23:30, Claudia Noemí Baldini cumplió con su parte del trato y esperó, en compañía de un cómplice, sobre la Avenida Pringles 2387 de Olavarría que alguien abriera desde adentro. Mirta Celia Gómez tampoco falló: franqueó el ingreso a su casa y señaló la habitación. Alberto Enrique Castro dormía en la cama matrimonial, convaleciente desde hacía un tiempo por “una infección del tejido celular subcutáneo”, según el último diagnóstico, que le imposibilitaba mover una de sus piernas. El ferroviario de 55 años jamás adivinó los golpes en la cabeza –ejecutados, se presume, con un palo– que le hicieron perder el conocimiento. No se enteró, entonces, de que luego fue puesto boca abajo y que un precinto de plástico le abrazó el cuello.
La autopsia de Castro explicó la mecánica de la muerte: él o los homicidas sujetaron cada una de las puntas del precinto y tiraron hacía arriba, despegando el pecho de la víctima de la cama. Cerca de un minuto tardó Castro en ahorcarse con el peso de su propio cuerpo.
Gómez, al fin, era viuda.
El último martes, el Tribunal Oral en la Criminal Nº 2 de Azul condenó a Baldini y Gómez a la pena de prisión perpetua por la muerte de Castro y dispuso la detención inmediata de la viuda, quien había llegado al juicio en libertad porque la figura del encubrimiento agravado le permitió gozar del beneficio.
Sin embargo, los jueces le dieron la razón a la fiscal Viviana Beytía, quien entendió que el hecho se trató de un homicidio agravado por la alevosía y pidió en su alegato que se condenara a Baldini como coautora y a Gómez como partícipe necesario.
“Ciertamente el móvil –admite el fallo– no se ha acreditado. No se ha probado la existencia de ninguna promesa o pago pecuniario por parte de Gómez, ni una enemistad con el señor Castro, ni una amistad tan poderosa como para querer realizar el hecho como un favor especial para con su amiga Gómez. Pero que el móvil no se haya podido probar, no significa que no haya existido. Habiéndose acreditado la comisión misma del hecho por parte de Baldini, la cuestión del móvil pasa a ser un elemento más que sólo vendría a saciar nuestra natural curiosidad.”
Luego de la lectura del veredicto, a la viuda se la esposó y se la trasladó a la Unidad Penal Nº 52 de Azul. En ese penal, hace unos años, Gómez y Baldini tejieron su relación y quizás imaginaron el plan criminal. Una era guardia cárcel. La otra una interna.
AMIGAS. Antes de ser condenada por el asesinato del ferroviario, Baldini, de 46 años, era una ex convicta que cumplió condena por homicidio en la Unidad Penal Nº 52 de Azul hasta su salida en libertad condicional en abril de 2006. Según el testimonio de varios agentes, era una presa de conducta ejemplar, con permiso para moverse por el penal sin custodia y estudiar la carrera de Derecho. Además, era amiga de Gómez, una guardia cárcel que, se supo durante el juicio, le suministraba desde alimentos y cigarrillos hasta tintura para el pelo. Incluso, le alargaba las visitas para que pudiera disfrutar más de su hijo Kevin.
Aunque la fiscalía no lo pudo probar, se cree que a la penitenciaria le interesaban los conocimientos sobre leyes de Baldini. Por eso tantas veces le preguntaba sobre el reparto de bienes luego de una separación o, como era su caso, los alcances de la herencia después de 20 años de casada. Porque Castro no tenía descendientes directos; sólo las dos hijas de Gómez que crió como propias. Baldini también era confidente de las aventuras sexuales de su celadora junto al amante y del desprecio que sentía por el marido.
Pero las amigas no supieron tomar distancia a tiempo. Los investigadores del homicidio de Castro probaron que entre las 21 y las 23 del 9 de febrero de 2010, es decir media hora antes del crimen, ambas intercambiaron 19 mensajes de textos. Las pericias también demostraron que el teléfono celular que utilizaba Baldini estuvo en Olavarría antes y después del hecho y que recién a la mañana siguiente se activó en Florencio Varela, desmintiendo su coartada de que nunca se movió de Buenos Aires.
Gómez, de 50 años, fue detenida el 27 de diciembre de 2010 en una casa del barrio San Vicente de Olavarría mientras cuidaba a su nieta.
En un operativo simultáneo, Baldini fue apresada en La Tablada. La mujer llevaba una pistola calibre 40 cargada y documentos con una identidad falsa.
Sobre Gómez y la versión que entregó a la policía (ver recuadro), el fallo del tribunal que la condenó explicó que “sus palabras, más que un desconocimiento, demostraron una perversa y fingida actuación, propia de alguien poseedora de una personalidad macabra”. <
La causa – El hijo cómplice
Kevin Baldini, hijo de Claudia, deberá afrontar un proceso judicial aparte debido a que era menor de edad al momento del hecho. El joven está imputado como coautor del crimen de Castro y fue detenido luego de estar varios meses prófugo.
Los datos
1 El 9 de febrero de 2010, Alberto Enrique Castro fue asesinado a palazos en la cabeza y asfixiado con un precinto en su casa de Olavarría. El hombre estaba durmiendo cuando su mujer, Mirta Celia Gómez, le abrió la puerta a los homicidas.
2 Una de las personas que atacó a Castro, quien estaba postrado por una infección en las piernas, fue Claudia Noemí Baldini. La justicia probó que la pareja de Castro había hablado varias veces con ella antes del crimen.
3 El 26 de junio, un tribunal de Olavarría condenó a Mirta Celia Gómez y a Claudia Noemí Baldini a la pena de prisión perpetua por el homicidio del ferroviario Alberto Castro.
La versión de la viuda
Mirta Gómez, la pareja de Castro, declaró que a eso de las 23:30 del día anterior al crimen sacó la basura a la vereda y volvió a entrar. Dijo que al cerrar la puerta escuchó que golpeaban.
Eran dos personas que preguntaron por Castro. No aclaró si eran compañeros de trabajo de su pareja, que en ese momento estaba en cama. Según ella, abrió la puerta sin precauciones sabiendo que era una hora poco habitual para una visita.
La mujer afirmó que la ataron con un cinturón con tachas y se desmayó. Al despertar se encontró que su marido había sido asesinado en la habitación.
Siempre según su versión, los hombres habrían escapado por los fondos, saltando la pared que comparten con una casa vecina que se quedó sin luz porque habrían sido cortados los cables durante la fuga.
Cuando los investigadores chequearon sus dichos se encontraron con testimonios de vecinos que no vieron a nadie entrando a la casa. Otro punto que generó dudas fue que Gómez aseguró que la maniataron con un cinturón que tendría tachas y que debería haber dejado marcas que los peritos no hallaron en sus brazos.