Las resoluciones 1325, 1820, 1888, 1889 y 1960 observan que las mujeres continúan marginadas en las negociaciones de paz y que su potencial no se utiliza plenamente en la planificación de tareas humanitarias, las operaciones de mantenimiento y construcción de la paz, la gobernanza y la reconstrucción.
Reclaman que las mujeres participen en todos lo niveles de la toma de decisiones, que se proteja a mujeres y niñas de la violencia, que se promuevan sus derechos, así como sus responsabilidades y la implementación de leyes en este sentido. Y también que se incluya una perspectiva de género en las operaciones de paz.
El derecho internacional humanitario y las leyes sobre derechos humanos justifican estas demandas. Pero ¿cuál es la verdadera naturaleza de este potencial femenino?
Si la guerra sigue siendo un juego de hombres, ¿qué tienen en particular las mujeres que pueda aportar valor a las negociaciones de paz? Y ¿cuáles serían las implicaciones para el trabajo de la ONU si esto se articulara claramente y se considerara al tomar decisiones?
La respuesta puede radicar, por lo menos en parte, en los valores y la investigación sobre estos. Un estudio de 2005 tomó conclusiones relevantes de una evaluación transcultural realizada en unos 70 países sobre las diferencias de sexo en 10 valores básicos.
Los hombres calificaron valores como el poder, la estimulación, el hedonismo, el logro y la independencia como más importantes que otros como la benevolencia y el universalismo. Con las mujeres ocurrió lo contrario.
Aunque las diferencias son pequeñas y se afirma que el sexo es menos determinante que la edad o la cultura, ponen de relieve el rol crucial de las mujeres en muchos procesos, entre ellos los relacionados con la paz.
La paz parecería ser el resultado natural de las expresiones de benevolencia y universalismo. La benevolencia tiene que ver con preservar y potenciar el bienestar de aquellos con quienes se mantiene un contacto personal frecuente, y el universalismo se refiere a la comprensión, la valorización, la tolerancia y la protección del bienestar de todas las personas y de la naturaleza.
En contraste, los conflictos a menudo son un conducto para la reafirmación del poder, aunque sean en defensa de lo que se percibe como justicia o derechos humanos. El poder se relaciona esencialmente con el estatus social y el prestigio, y con el control o el dominio sobre la gente o los recursos. El uso de la fuerza para la distribución del poder es el subyacente juego de la guerra, y aparentemente también el principal dominio de los hombres, pues los conflictos armados son históricamente realizados por hombres.
Dadas estas diferencias, parece haber un anclaje más profundo del rol de las mujeres en la prevención o resolución de conflictos, legitimando su posición de mayor fortaleza.
Por supuesto, las conclusiones de la investigación no proponen que las mujeres monopolicen la benevolencia y el universalismo. Simplemente ocurre que ellas priorizan esos valores más que los hombres.
Pero el estudio sugiere un mejor cultivo y aplicación de la competencia de las mujeres en relación a la paz, dado que ellas prestan más atención a las habilidades asociadas. Esas competencias incluyen crear relaciones y alimentar un sentido de cooperación, así como promover el valor de la negociación, el acuerdo y la aceptación por sobre la confrontación.
Por lo tanto, los valores específicos del género también tienen significado en el desarrollo de cualidades y comportamientos que tienen relevancia directa para la creación, el mantenimiento y la recuperación de la paz.
De ahí que los valores y las habilidades de las mujeres sin dudas merezcan mucho más espacio y apoyo en la agenda internacional de la paz que las actividades tradicionales pautadas por los hombres.
El argumento no solo debe ser que las mujeres tienen el derecho humano a estar equitativamente representadas, sino más bien que lo que ellas llevan específicamente a la mesa de negociaciones, a la conferencia, al aula y al mundo tiene que estar integrado equitativamente a fin de lograr los objetivos de paz.
Es crucial no caer en la trampa de promocionar una serie de valores o un enfoque de género como superior al otro. No ganaremos nada de modo sustentable a menos que valoremos las características y fortalezas específicas, y la aplicación adecuada del enfoque a cada lado de la división de género.
La participación de todos los actores en la elaboración e implementación de estructuras sociales para la paz es la única opción real con viabilidad a largo plazo.
Por lo tanto, el enfoque debe ser articulado y debe incorporar las ventajas y los talentos respectivos de hombres y mujeres, haciendo que sirvan como base de un tejido más fuerte de metodologías para la paz que, en última instancia, trasciendan al género.
El mundo no se hace ningún favor a sí mismo al no reconocer e integrar los valores innatos y las competencias específicas de las mujeres. La ONU puede ser un modelo para valorar esta fuerza para la paz y superar este descuido.
Al hacerlo, se estará armando con una ciencia probada, además de con soldados, armas y otros equipos. Tales iniciativas deben garantizar de modo proactivo la participación de las mujeres en cada aspecto del trabajo para la paz, desde el análisis de las causas básicas de los conflictos en el ámbito comunitario al diseño y la implementación conjunta de estrategias, hasta escaños en las reuniones del Consejo de Seguridad y su propia Secretaría.
En un momento en que la ONU debe optimizar sus recursos, puede usar con más profundidad y creatividad los bienes que tiene a su disposición, valorando e incorporando fuentes ya existentes de conocimientos y habilidades basadas en el género.
En definitiva, la igualdad de género forjará configuraciones más fuertes, mejor equipadas y equilibradas para la paz en todo el mundo.
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