Por Hugo Presman
1) Víctor corre con esas zapatillas que tanto le gustan porque llevan la V de su nombre, hecha en la parte que besa el suelo. Corre sacándole unos cuantos metros a sus compinches, Luis y Coqui. Siente que el corazón late con fuerzas por el esfuerzo de la corrida y por la adrenalina que recorre su cuerpo cada vez que comete un robo. Y porque a pesar que no es un novato en el delito, cierto estremecimiento que no es miedo, sino preocupación, le seca la boca. Sabe que la bonaerense se la tiene jurada. Va a entrar en los laberintos de la Villa San Francisco, en San Fernando. Ese conglomerado que atenta contra la arquitectura y la estética, que tiene al norte la 25 y al sur La Esperanza, que ahora son barrios. Antes de entrar ve que Luis lo sigue de cerca, pero a Coqui, el cansancio le ha rendido sus piernas.
Los tres tienen 17 años. Víctor hace cuatro años, que empezó con pequeños robos, luego perpetró algunos de envergadura que le darían prestigio, hasta este último que le habían aconsejado que no lo haga porque la mueblería o carpintería, no era muy precisa la información, tenía vigilancia privada. Sin embargo, todo había salido bien aunque el botín sólo servirá para que con la parte que le corresponde, pueda llevar a Belén al Tropitango, o tal vez, si le dan ganas a escuchar a Leo Matiolli que tanto le gusta. Ya está adentro de los pasillos y se siente más seguro. Una sonrisa le ilumina la cara, aunque sabe que la yuta lo viene siguiendo. Mañana Crónica dirá, piensa Víctor: «Otro asalto de pibes chorros, que se ocultaron en una villa».
Mira el cielo y percibe que la lluvia acompañará posiblemente su salida nocturna. Es el sábado 6 de febrero de 1999 y Víctor, con Luis pisándole los talones se meten en el rancho de Inés Vera. O en argot de los pibes chorros, van a colar rancho.
2) «Pibe chorro no se nace: se hace… La generación de jóvenes que hoy son conocidos como pibes chorros son casi todos niños de origen humilde, nacidos en la década del ochenta y llegados a la adolescencia a mediados de los noventa. Estos fueron años en los cuales las condiciones sociales de los sectores populares sufrieron cambios notorios. Hasta mediados de los setenta la pobreza en la Argentina había sido predominantemente de transición… Es decir, la mayoría de los pobres estaba en proceso de ascenso social y paulatinamente iban abandonando su condición de carentes. Pero a partir de mediados de los setenta y todos en los ochenta, esa tendencia se revierte, la pobreza se vuelve estructural y se dispara un proceso general de pauperización. En ese contexto, los humildes pierden posibilidades de ascenso social, con lo cual se estancan en su condición de carentes… Estas transformaciones estuvieron ligadas a modificaciones del mercado laboral.»
3) Dos móviles policiales entran por la callejuela donde los pasos de Víctor y Luis parecen que aún resuenan. El móvil 12179 en los que van el Sargento Héctor Eusebio Sosa alias «El Paraguayo» y los cabos Gabriel Arroyo y Juan Gómez. En el otro, el que lleva el número 12129 van Ricardo Rodríguez y Jorgelina Masón
4) «Para los hijos de marginados y desempleados -o de aquellos que acceden a empleos inestables y de baja remuneración- la calle, el grupo de pares o el tiempo libre sin ocupación específica se vuelven espacios de referencia. Imposibilitados ya de incorporar los valores tradicionales (porque han perdido sus sentidos y sus referencias) muchos jóvenes comienzan a generar nuevos sistemas de creencias, vida y cultura. Dado ese estado de cosas -ante la falta de proyectos a largo plazo- la violencia empieza a ser vista como una expresión del coraje y la destreza física. Y se vive en una especie de inmediatismo, entendido como la necesidad del disfrute repentino e ilimitado en tiempo y espacio.»
5) Inés Vera tiene esa solidaridad que teje las carencias para sobrevivir. Las armas que recibe las tira detrás de un ropero. El dinero lo esconde debajo del colchón. La única habitación es pequeña y es difícil esconderse si la cana finalmente entra en el rancho. Pero Víctor y Luis saben que sin la tenencia de armas, si finalmente los apresan, el tiempo entre la detención y la libertad, será insignificante.
Víctor sabe que ahí en la Villa, tiene una red implícita de protección. Muchos de sus botines fueron repartidos entre todos. Como aquella vez que desvió un camión de La Serenísima que permitió que las familias, con pibes, es decir la inmensa mayoría de San Francisco comieran yogur durante varios días. Y otra vez que robaron un camión con camisas Lacoste y las repartieron. El Frente no puede dejar de esbozar una sonrisa, mezcla de complicidad y picardía, mientras susurra: «Parecíamos todos chetos, loco»
6) «Durante los ochenta los jóvenes con bajos niveles de escolarización, posiblemente hijos de obreros manuales, comenzaron a experimentar la imposibilidad de repetir la trayectoria de sus padres. Vieron disminuidas sus opciones de encontrar un trabajo estable, con una remuneración básica que les permitiera cubrir sus necesidades y las de sus familias… Probablemente si encontraban trabajos eran en el sector informal, mal remunerados sin estabilidad ni beneficios sociales.
… En conclusión: los hijos de estos jóvenes directamente no conocieron en sus padres el modelo de estabilidad laboral, dignidad personal y progreso social que predominó en la generación de sus abuelos.»
7) Un extraño silencio es todo lo que se percibe desde la puerta cerrada en el rancho de Inés Vera. Un presentimiento empieza a provocarle desazón a Víctor. Se mete bajo la mesa tapado por el mantel de hule que llega hasta el piso. Su madre, Sabina Sotello había hecho lo imposible para que abandone este recorrido que le advertía terminaría en un reformatorio o en un cajón. Había abandonado un trabajo tranquilo para convertirse, luego de un curso, en vigiladora privada en un supermercado. Pensaba que ese ejemplo iba a torcer el rumbo y el destino de El Frente. Su hermano mayor, Pato, trabajaba también en un supermercado, con turnos de 12 horas, en un cargo de supervisor. Su hermana Graciana, casada, vivía en Pacheco.
El ruido de dos móviles rompe el silencio. Frenada brusca, puerta de los vehículos que se abren y se cierran apresuradamente, botas que golpean contra el piso.
El miedo estrangula la garganta de Víctor y Luis. La realidad no es como en las policiales de la tele, piensa Víctor. Ahí el protagonista nunca manifiesta temor. Ahí el muchachito nunca muere. Ahí, la muchachita, María su novia hasta hace pocos días, terminaría casándose con él. Tal vez lo que está pasando no sea real. Pero Luis que retrocede desde la puerta hasta la mesa, le demuestra que no es un sueño y que los golpes contra la puerta son el comienzo de la pesadilla.
8) ‘Fue durante el transcurrir de estos procesos, que crecieron la mayor parte de quienes son definidos hoy como pibes chorros. Es un marco en el que se quiebran las antiguas estructuras laborales y familiares que habían organizado la existencia de la mayor parte de la sociedad durante décadas, al mismo tiempo que ciertas formas de consumo básico también se tornan progresivamente inalcanzables… Sabemos por lo tanto, que quienes en la década de 1990 llegaron a convertirse en pibes chorros tienen como rasgo compartido, entre otras cosas, el haber sufrido desde su infancia desestructuración y privaciones… En noviembre de 1999, los jóvenes desocupados (de entre 15 y 24 años) duplicaban la tasa nacional de desempleo alcanzando el 27%. Las cifras indicaban también que el 40% de los jóvenes estaban bajo la línea de pobreza.’
En el 2004, 6 de cada 10 jóvenes eran pobres.
9) Mucho tiempo después, su madre Sabina Sotello, trataba de recordar porque a Víctor, le habían apodado El Frente. No había una definición precisa. Cree que lo empezaron a llamar así por la amplitud de la misma. Sus amigos sostienen que se ganó ese apodo «porque siempre iba al frente». Contra la cana y contra aquellos jóvenes de su generación o un poco mayores «que no respetaban los códigos». Esos que impiden robar donde se vive o cobrarle peaje al vecino. Esos que le había enseñado su «maestro» Mauro. El que conquistó y sedujo en la cárcel a Nadia. El que le contagió el sida a su gran amor. El que no ha vuelto a delinquir desde el 24 de diciembre de 1996, cuando quedó en libertad.
Todo eso iba creando un halo heroico de Víctor. Mientras la madre trabajaba, organizaba un comedor en la casa y traía a la gente para que comiera.
Cristián Alarcón, autor del libro «Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. Vida de pibes chorros» afirma: «El Frente podía donar lo que llevaba en el bolsillo por la causa más incorrecta o más loable para todos; no había distingos morales en sus dádivas, en sus salvaciones cotidianas de la carencia ajena, ni en sus regalos intencionados. El Frente daba lo que tenía con un desapego que aún hoy, tal como lo recuerdan los unos y los otros en la villa, parece haber sido la bondad amoral de un niño pródigo»
Su madre sostiene: «Tengo un hijo que es un héroe, ex combatiente de Malvinas. Otra hija por suerte bien casada. La única oveja negra fue él. No tenía necesidad, pero robaba para dar. ¿Querías un yogur, queso, te faltaba algo? Ahí estaba él. Yo nunca le acepté nada. Lo sacaba cagando. Y busqué ayuda. Fui a un lugar donde había tres psicólogos para 140 chicos. ¿A quién van a curar así?». Menos probabilidades tuvo, cuando permaneció preso en la cárcel de alta seguridad de Mercedes.
10) – «El declive y la desagregación del mundo de los trabajadores urbanos coinciden con un fuerte avance de la industria cultural y de la influencia de los medios masivos de comunicación en un mercado cada vez más globalizado Esto cobra mayor relevancia si tenemos en cuenta que los jóvenes pertenecientes a los sectores populares, a diferencia de sus abuelos y en muchos casos de sus padres, han sido socializados en un medio urbano. Así, aun en aquellos jóvenes cuya situación es de mayor vulnerabilidad y desorganización social y, en el límite, de anomia, las demandas de consumo son las mismas que la de los jóvenes que provienen de otros sectores sociales, con mayores oportunidades a la vista.»
11) – Una mujer policía y dos hombres, con sus pistolas en las manos ingresan en el rancho. Héctor Sosa, «el paraguayo», patea la mesa con la punta de la bota, según Luis, y un indefenso Víctor grita: «¡No tiren! ¡Nos entregamos! En esa habitación de dos por cinco, se está cumpliendo el vaticinio de su madre. Víctor intenta tapar el primer disparo, cruzando su mano sobre la cara. Fue inútil, el balazo le destrozó el rostro, entrando por la frente. Paradoja macabra. Cuatros balazos adicionales, lo remataron. Luis, con un balazo que le rozó la cabeza, se hizo el muerto, mientras la mitad del cuerpo quedaba en el exterior de la casilla.
Al rato empezó a llover, y así siguió los tres días siguientes. El martes, después de tres días de demora entregaron el cuerpo y lo sepultaron en el sector más pobre del cementerio de San Fernando, con su ataúd cubierto con las banderas de Boca y Tigre. Dos micros y un camión con acoplado transportaron a la gente que acompaño sus restos, mientras disparos al aire le pusieron acompañamiento musical a su despedida.
12) La tumba de Víctor El Frente Vital está colmada de presentes y pedidos. Chicas de la villa que le piden que les arregle sus conflictos amorosos, o pibes chorros que le ruegan que los balazos de la yuta no los alcancen. Juan Manuel Mansilla, que tiene 15 años, dice que se curó de una dolencia cardíaca rezándole al Frente.
El 29 de julio, día del cumpleaños del Frente, la familia y los amigos organizan una enorme chocolateada para los pibes de la zona, acompañado de juegos variados.
Han pasado siete años de su muerte. Héctor Sosa, el policía que lo fusiló, estuvo excarcelado hasta el momento del juicio, fue juzgado y absuelto. Su abogado Alejandro Huici, también policía, hermano de otro policía que fuera implicado en la causa AMIA, argumentó en su alegato que los testigos mentían porque eran todos chorros, sosteniendo por lo tanto que no eran testigos sino cómplices. El Tribunal de San Isidro número 3 consideró en la sentencia no probada la materialidad del hecho.
El 18 de mayo del 2005, Sabina Sotello al frente de otras madres cuyos hijos fueron víctimas del gatillo fácil policial, efectuaron un escrache en la casa del sargento Héctor Eusebio Sosa, ubicada en Garín.
Algunas de las novias de Víctor, como María, Belén, Laura, han seguido sus vidas formando parejas. Luis Rojas, el compañero y cómplice de su última aventura delictiva, está preso por otros robos.
13) El sociólogo Artemio López, de la consultora Equis, cercana al gobierno publicó el 29 de enero del 2006, una impresionante radiografía sobre un presente dramático de la juventud argentina. Entre otros datos, pueden mencionarse los siguientes:
• El 27% de los adolescentes y jóvenes argentinos se encuentran hoy desocupados.
• Son 830.000 menores de 24 años que buscan trabajo, pero no lo consiguen.
• Entre los 18 y 20 años, la exclusión laboral es todavía más marcada: el desempleo ronda entre el 35 y el 40%
• 550.000 chicos entre 14 y 18 años desertaron de la escuela secundaria.
• Hay más de 300.000 de entre 14 y 24 años que no estudian ni trabajan.
• De los que tienen empleo, 7 de cada 10 están en negro.
• Son 1.200.000 trabajadores jóvenes en negro, con un salario promedio de $ 300,00
• 3.500.000 de jóvenes viven hoy en hogares pobres. De ellos, 1.300.000 son indigentes.
14) La cumbia villera es el género musical que refleja, en muchas de sus letras, la geografía, la vida impiadosa, la droga, el alcohol, la amputación de futuro, la imposibilidad de insertarse en la sociedad a través de un trabajo bien remunerado, que es una especie de marca en el orillo de los pibes chorros.
Una de ellas, a modo de ejemplo, y que bien podría haber sido disfrutada por «El Frente», es la del conjunto Meta Guacha, cuyos interpretes son los autores de Cumbia Chapa
«Suena la cumbia y los tambores
Todo el villerío está de fiesta
Traigan el vino, mucha cerveza que hoy el día es nuestro, y se festeja
Como no hay moneda, ni una changuita
y encima llueve me quedo en casa
Pongo una cumbia colombianita,
que la acompaña el ruido de las chapas
Si viene la negra estamos completos
Cerveza, vino, mortadela y queso
Si viene la negra estamos completos:
Ruidito a chapas, cigarrillo y sexo.»