El juez tiene problemas con la rutina. Se permite a sí mismo tenerlos, en realidad, porque qué otra cosa se podía esperar de este abogado de 72 años, perfil libertario y la gimnasia incorporada de darse los gustos en vida. Eugenio Raúl Zaffaroni camina como un dandy por el precioso jardín que conecta su casa con un quincho-biblioteca de dos pisos, construido en el fondo de su chalet colonial de Flores.
Este domingo de enero, soleado pero tolerable, Zaffaroni tiene puesta una remera de algodón negra, juvenil y con mensaje: «High emotions». Y desde esa perspectiva vital estampada a la altura del corazón, el fastidio del juez con la rutina es de orden macro y micropolítico a la vez: su convicción axiomática en contra de la «vitalicidad» en los cargos de los sistemas republicanos, más cierta sensación de aplastamiento personal, ya superados los 3.000 días en funciones como juez de la Corte Suprema. Podríamos decir que se trata de una sofisticada mezcla de Montesquieu y Albert Camus, si nos pusiéramos literarios, tal como literaria es la formación de Zaffaroni, aunque su abrumadora erudición nunca atenta contra la claridad del mensaje. O sea, no hace falta tener un Ph.D. para entenderlo.
Pero la dualidad que atraviesa su reflexión y lo empuja —no ahora mismo, quizás en 2013— a renunciar a la Corte y a retomar sus clases universitarias también es un cruce entre lo público y lo privado, entre la obra difundida y el comportamiento más íntimo. Un combo que ya fue utilizado en su contra, cuando en 2003 las organizaciones de la nueva derecha argentina le apuntaron a la frente —y al corazón—, e intentaron impedir su asunción como juez de la Corte. Y nuevamente, hace seis meses, cuando otra vez pretendieron voltearlo, pero en una situación muy distinta a la 2003: en julio se supo que cuatro de sus 15 departamentos —propiedades que Zaffaroni alquilaba vía un administrador— eran usados como prostíbulos. Y entonces, la cruzada en su defensa ya no fue tan cómoda para el amplio universo progresista, que siempre lo había considerado un intocable.
Pero hubo algo más: sus declaraciones políticas (a favor y en contra del Gobierno, pero en promedio orientadas a reconocer logros del kirchnerismo), su ideología liberal en temas morales (aborto y consumo de drogas en especial), su militancia contra la demagogia del speech de la «mano dura», y su solapado ánimo provocador terminaron por humanizar —o relativizar— al juez más paradigmático y prestigioso de la Corte renovada. Bien vistos, estos 3.000 días lo acercaron al vértigo del compromiso, y lo volvieron un par a pesar de su estatus de juez supremo. Vistos desde la vereda de la antipatía o el prejuicio, sirvieron para poner a Zaffaroni bajo sospecha.
¿Se arrepiente de algo en el caso de los departamentos a su nombre que funcionaban como prostíbulos?
Para nada. Una campaña amarillista puede hacerse con cualquier pretexto. Si mañana me olvido de pagar el ABL puede suceder lo mismo, y si no hago nada y me provocan cualquier incidente para hacerme reaccionar, también: van a decir que un juez de la Corte no se puede dar de golpes en la calle. Estoy acostumbrado.
¿A qué está acostumbrado?
En 2003 me sometieron a un escándalo carnavalesco, después me inventaron e-mails, cada tanto me mandan mensajes intimidatorios, y hace unos meses hicieron otro barullo parecido. Todo eso indica que ando por buen camino, que sigo molestando a algunos intereses.
¿Qué intereses toca?
No sé qué intereses afecto, tampoco me he tomado el tiempo de investigarlos, pero es indudable que hay cosas que no se hacen por mera antipatía o porque no les gusta mi cara.
Se lo suele tachar de juez cercano al Gobierno. ¿Es así?
No soy oficialista ni opositor, pero sigo siendo un ciudadano, y como tal manifiesto lo que pienso, porque no creo en los jueces «asépticos», sino en los jueces «ciudadanos». Estoy inhabilitado para militar políticamente, pero no para manifestar mis opiniones ciudadanas.
¿Ser un «juez ciudadano» le costó prestigio como jurista?
No, no lo creo, hoy todos sabemos que la «asepsia» ideológica es un absurdo y una forma de ocultamiento. No hay persona que no tenga una cierta visión del mundo, y es bueno que la haga explícita. Un jurista piensa, escribe y enseña desde su visión del mundo porque no puede hacerlo de otra manera. Si no, sería un anormal, alguien fuera de la sociedad. Claro que siempre habrá otras visiones, lo que es muy bueno, por cierto.
¿Qué políticas le gustan de este Gobierno?
Hay cosas que me gustan, como la asignación universal por hijo o el aumento del presupuesto en educación. Y en general valoro que algo parece que hemos mejorado en los últimos diez años, si no me equivoco y no tengo mala memoria.
¿Y qué cosas le disgustan?
Otras cosas me gustaría que funcionasen un poco mejor, como una política más clara respecto de los pueblos originarios, apurar la cuestión del Riachuelo, una política más decidida respecto a la vivienda…
¿Conceptualmente, qué modelo de gobierno prefiere?
Sea este gobierno o cualquier otro que venga en el futuro, soy ampliamente partidario del modelo de Estado social de derecho, o sea, de un modelo incluyente, de ampliación de la ciudadanía real, y siempre estaré en contra de quienes promueven un Estado al servicio de pocos y represivo, es decir, el Estado gendarme. También creo que institucionalmente funcionaríamos mejor con un sistema parlamentario de gobierno. ¿Está mal que lo diga?
¿En qué sería mejor el parlamentarismo?
Traería mayor estabilidad, control, representatividad, menos pero mejores partidos políticos, más seguridad jurídica, alianzas eficaces, superación de las crisis políticas por vía pacífica y razonable, y el final de la «re-re». Además, el mundo nos miraría con interés: facilitaría las políticas de Estado y contribuiría a acabar con el «penelopismo» que destruye lo que hizo el anterior. El gobernante tendría siempre mayoría parlamentaria, acabaríamos con las negociaciones encubiertas, tendríamos un control de constitucionalidad más fuerte, y desmoralizaría toda tentación de golpe de Estado.
Todos los Gobiernos, incluido el kirchnerismo, tienen «operadores» en la Justicia. ¿Dónde está el límite de lo inadecuado para ese rol?
Todo el que tiene un pleito en la Justicia quiere hacer el «alegato de oreja» y, por lo tanto, es natural que también lo quieran hacer los poderes ejecutivos. El límite inadecuado es la amenaza, porque pasaría a ser una extorsión.
¿Por qué hay tantos jueces que son considerados permeables a la voluntad del Gobierno?
No creo que haya tantos jueces permeables, porque los jueces saben que los políticos «pasan». En todo caso, con el mismo criterio puede decirse que hay jueces permeables en contra. Hoy no es mucho el espacio para extorsiones, y si alguien se pasa de la raya creo que sabríamos ponerlo en caja.
En los más 20 años en que trabajó como juez (en su mayoría, dedicados a la parte criminal), Zaffaroni revisó cientos de expedientes, que equivalen a cientos de vidas, y mandó a la cárcel a muchísimas personas. Pero siempre lo hizo pensando en cómo aliviarles la carga, porque el juez sabe —como todos en el ambiente judicial— que el sistema penal no cumple con su famosa promesa de rehabilitación moral. Y también sabe, este actual juez de la Corte, que al ladrón no le importan las penas posibles cuando sale a robar. Una filosofía que, mucho después, por aquellos días de 2003 en que asumió como ministro de la Corte, le valdría el título despectivo de juez «garantista».
Al por entonces enigmático presidente peronista Néstor Kirchner, en cambio, la postulación de Zaffaroni (avalada por el Congreso) le funcionó como una potente ofrenda de paz —quizás la más seductora de todo su mandato— para la clase media argentina. En especial, para la siempre influyente clase media urbana y profesional. A la fecha, el vínculo entre el kirchnerismo y las capas medias se mantiene cambiante, cargado de bemoles. Pero nadie olvidó aquel gesto fundante.
¿La «mano dura» es antipática pero eficaz para frenar los delitos?
Si por «mano dura» se entiende poder arbitrario de las policías autonomizadas, es lo más eficaz para generar en el corto plazo organizaciones mafiosas, favorecer el crimen organizado, sembrar pánico en la población y desestabilizar a cualquier Gobierno. Es decir, es el camino más corto para el caos, la corrupción y la inseguridad.
¿Y aumentar las penas tampoco sirve?
Nadie puede creer que sean eficaces penas que superan el tiempo de vida de las personas. Más bien son leyes «para la platea», por no decir, perdonando la expresión, «para la gilada».
Se acaba de aprobar una ley que reforma el Código Penal y asigna penas específicas a delitos de «terrorismo». ¿Qué es esa ley?
La llamada «ley antiterrorista» nos impone controles que sólo molestan y dificultan a los medianos empresarios y a la clase media. A los funcionarios nos coloca en posición de «sospechosos», de personas «políticamente expuestas» y de delincuentes en potencia.
Fue una ley muy reclamada por un organismo que se llama GAFI (Grupo de Acción Financiera Internacional). Le pido que explique, como para principiantes, qué es el GAFI.
Es un organismo cuyo objetivo real es controlar los movimientos financieros de los países en desarrollo y garantizar que el servicio ilícito de lavado se realice exclusivamente en el Hemisferio Norte o con su venia. No tiene las atribuciones que ejerce, sólo puede formular «recomendaciones», pero hace listas negras, califica a los países y estigmatiza a los que no responden a sus extorsiones.
¿Qué interés tiene el GAFI en que la Argentina sancione esa ley?
Su poder se ejerce sobre los pobres infelices del Sur, los «sudacas», pero no sobre los depósitos multimillonarios de los dictadores, en la medida en que sean simpáticos o funcionales al Norte. Todos los políticos y funcionarios del Hemisferio Sur somos delincuentes potenciales, menos sus amigos, por más que sean genocidas y corruptos. No detectaron a Pinochet sino cuando ya no les servía, tampoco a Kadafi ni a Mubarak.
¿Pero por qué tanta exigencia sobre la Argentina?
Más bien creo que la exigencia referida al terrorismo es más resultado de la necesidad de que sus escribas justifiquen sus sueldos que una exigencia seria.
¿No hay un interés genuino en desalentar que el terrorismo internacional se instale?
Es sólo un pretexto. La organización terrorista más temible no está centralizada, y eso la hace más peligrosa. Por ende, no requiere mucho financiamiento, porque se maneja por «células locas».
¿Tampoco les interesa controlar el posible lavado de dinero?
Tampoco, porque nuestro mercado es muy pequeño y cualquier operación de lavado grande llamaría la atención de inmediato.
La objeción más escuchada contra la ley antiterrorista fue que podía ser usada para controlar la protesta social o incluso a la oposición. ¿Eso es verosímil?
Los tipos penales siempre son peligrosos, son armas y, como tales, «las carga el diablo» y no sabemos cuándo ni contra quién se disparan. Pero no veo un peligro inminente. Si algo así se intentara, espero que los jueces hagamos lo que debemos hacer: cortar en seco cualquier uso disparatado.
¿Cómo debe actuar un país periférico como la Argentina frente a las exigencias y condiciones objetivas en que se organiza el poder mundial?
Con sentido pragmático. Por más que nos parezca injusto, son las condiciones en que debemos tomar decisiones, optando por lo que sea menos lesivo para nuestro desarrollo y el bienestar de nuestros habitantes. No podemos hacer locuras, pero tampoco ocultar la verdad: a veces es necesario hacer cosas desagradables para evitar otras peores, pero es necesario decirlo.
¿Qué piensa de la actual crisis global?
Tengo una visión muy pesimista sobre el futuro de la forma actual del capitalismo.
¿Qué forma de capitalismo estamos viviendo?
Es un desarrollo patológico, que deriva en una especulación financiera ilimitada, y alimentada en parte con dinero reciclado, proveniente del crimen organizado, de los servicios ilícitos y de la evasión fiscal. Se está produciendo una simbiosis de actividades lícitas e ilícitas muy peligrosa. Y todo lo que se hace en Europa y Estados Unidos no busca más que evitar el colapso de esa actividad especulativa. Por eso organismos como el GAFI toman medidas en defensa de esos intereses.
Es pesimista…
Sinceramente, creo que esto es un embudo que conduce a un desastre, incluso político, en el mundo central. Cuánto tiempo demorará es un misterio, pero no me parece que mucho.
¿Qué sistema alternativo propone? ¿un capitalismo con más énfasis en la producción?
No soy economista, pero creo en aquello de que «lo pequeño es bello». Necesariamente el mundo volverá al capitalismo productivo, pero no por decisión de los políticos, sino por la crisis del capitalismo financiero.
¿Quiénes deciden el rumbo de la historia? ¿los políticos?
En los países centrales los políticos no deciden mucho: cuando quieren hacer algo les mandan una mucama para hacerles un escándalo mafioso. A otros los borran y los intervienen los tecnócratas del capitalismo financiero. En los periféricos el poder político tiene más espacio porque no pone en riesgo el sistema mundial, y los «grandes» tienen problemas mucho más graves que atender.
¿De qué temas le gustaría que se hablara más en la calle o en los bares?
En la calle la gente habla de lo que tiene ganas, y es bueno que así sea.
¿Y en los medios?
Sería bueno que mostrasen más cosas positivas, actos de solidaridad, festejos. A veces tengo la sensación de que asisto a un catastrofismo mediático, y no me refiero sólo a los medios nacionales. Es como si la humanidad fuese una porquería en la que pasa poco positivo.
Es que la noticia por regla es lo excepcional.
Ya sé que el avión que aterrizó no es noticia. Pero muy pocos aviones se vienen abajo.
¿Qué frase, cuando la escucha, lo pone más nervioso o lo enloquece?
Nervioso me pone sólo la crueldad con el más débil. Me «revientan» las expresiones de indiferencia ante el dolor ajeno y todas las manifestaciones discriminatorias. Y si son encubiertas, mucho más, porque son alambicadas, elaboradas. Las más abiertas, al final, son producto de la ignorancia y del poco ejercicio del pensamiento. Pero las solapadas son más insidiosas, perversas y producto de la soberbia de la pobreza moral.
¿Va a seguir como juez de la Corte en 2012?
Tengo muchas ganas de irme, pero no quisiera desarmar la composición de la Corte, un tribunal en el que nos llevamos bastante bien, en el que me siento cómodo y nos respetamos enormemente, aunque somos los siete muy diferentes. Además, la última agresión que me hicieron me obliga de momento a quedarme. No les daré el gusto.
¿Sería una renuncia por motivos políticos o personales?
Es una cuestión personal y también de convicción. En lo republicano, siento que la vitalicidad es una condición un poco monárquica y que después de un período largo, como pueden ser diez años, es conveniente la renovación: que vengan otros.
¿Y en lo personal?
Después de un tiempo hay que cerrar el ciclo, cuando uno siente que ha dado lo que podía y que hay lugares desde los que puede seguir dando más, como la actividad académica, el semillero de los que vienen. Mucho tiempo en el mismo lugar siento que me aplasta.
Fuente: http://diagonales.infonews.com/nota-170964-Dice-Su-Senoria.html