En “La palabra de los muertos” (editorial Ediar), el juez de la Corte Suprema de Justicia Eugenio Raul Zaffaroni plantea una oposición raigal -y de época- entre una criminología cautelar y una criminología mediática. La segunda, infiltrada por ideologías reduccionistas, xenófobas, de matriz lombrosiana e impacto inmediato, es lo contrario de la primera, que por cautelar no se define como preventiva (que seria una versión de la segunda más sofisticada en términos biotecnológicos). Zaffaroni, un especialista en la cuestión criminal, también habla en este reportaje exclusivo con Ñ Digital sobre la ley de seguridad antiterrorista que el gobierno nacional acaba de aprobar hace unos días, sugiriendo que la misma esta en las antípodas del dispositivo cautelar; según las interpretaciones que se le de (y quien haga esas interpretaciones), la normativa podría dar lugar a extorsiones y intrusiones en diversos derechos sociales, según destacaron también algunos organismos de derechos humanos. Acá la conversación.
-¿Por qué «la palabra de los muertos»? ¿Puede explayarse sobre esa cuestión que quizá remita al Marx del peso de los muertos que oprime la cabeza de los vivos?
-No, el planteo es mucho más simple: hay una criminología académica, de universidad, que respondió a diferentes ideologías y que muchas veces legitimó matanzas, como las neocolonialistas en África a fines del siglo XIX y comienzos del XX, o en general toda la criminología biologista reduccionista. Además se ocupó de todos los delitos, menos del genocidio. Hay otra criminología, que es la que cultivan los medios de comunicación, que crea una realidad en la que los únicos muertos que cuentan son las víctimas del delito común y casi exclusivamente el robo a mano armada. La primera se perdió en ideologías cómplices, la segunda muestra sólo algunas víctimas. ¿Hay una realidad? Sí, los muertos. Es necesario darle la palabra a los muertos para que nos digan que están muertos, y cuando hacemos esto nos damos cuenta que el mayor número de muertos en el mundo lo han causado los propios sistemas penales, que son los genocidios, que en el siglo XX han matado por lo menos a uno cada cincuenta habitantes del planeta, o sea, entre 80 y 100 millones de personas.
-En el libro, usted argumenta sobre una criminología cautelar que se opone a una criminología mediática. Dos cosas: ¿qué sería la criminología cautelar, y cómo la criminología (a secas) pudo degenerar en criminología mediática?
-La criminología mediática no es ninguna degeneración, sino algo que siempre ha existido, sólo que la tecnología ha cambiado, desde el púlpito y la plaza a los periódicos y de éstos a la radio y luego a la TV… En general, es una criminología vindicativa, que se mueve al compás de intereses -hoy empresariales y de corporaciones- y de búsqueda de clientela (“rating”). En la actualidad es funcional al montaje de estados-gendarme, que reduzcan su función a mantener a raya a los excluidos en modelos estatales raquíticos que dejan que a la sociedad la gobiernen las corporaciones bajo el nombre abstracto y misterioso de “mercado”. Esto es un fenómeno global, que se expande por el mundo desde la guerra al estado de bienestar en USA (al modelo “Roosevelt”) llevada a cabo por el modelo “Reagan-Bush”.
La criminología cautelar es la que propone estudiar en forma científica y seria la violencia, es decir, hacer hablar a los muertos, buscar la prevención que permita abatir los índices de muertos y, sobre todo, contener al poder punitivo para que no desemboque en una nueva masacre o genocidio, disfrazado o no bajo la palabra “inseguridad”.
-Usted habló varias veces de «linchamientos mediáticos». ¿Podría ampliar ese sintagma, si se quiere usando algún ejemplo de la actualidad?
-En general no hablo mucho de “linchamiento mediático” sino de creación de “chivos expiatorios”, que son sobre quienes se canaliza la venganza y terminan siendo exterminados en las masacres. Pueden ser los judíos en la época de los nazis, los armenios en el imperio otomano, los indios en América y, aunque no se llegue a tanto, hoy los árabes y extracomunitarios en Europa, los negros en USA, los adolescentes de barrios precarios en Latinoamérica. Son un grupo al que se muestra como fuente de todos los males y peligros y, a la larga, si nada detiene el proceso, terminan masacrados.
-No necesito recordarle a Michel Foucault y sus “hombres infames”. ¿Piensa usted que los hombres infames de la globalización están cuidados (o representados) por el dispositivo jurídico que hunde sus raíces en el derecho natural, o hay que pensar, como Pierre Legendre, en una nueva lógica, una lógica que incluya también a la idea de «sociedad del espectáculo»?
-Me parece que esto es más complejo, comenzando por la idea misma de derecho. No hay cuestiones lineales ni mecánicas, hay redes y funcionalidades que se acomodan. Así funciona el poder, o sea, lo que se le puede hacer al “otro”. No sé si hay “hombres infames”, hay “grupos de hombres infames”. De ellos se seleccionan algunos, para controlarlos a todos y para controlarnos cada vez más a todos. Por supuesto que hay un “gran espectáculo” mediático, en que interesa más lo que se proyecta que lo que se hace, sin perjuicio de que lo proyectado también cambia la realidad y provoca profecías que se autorrealizan. Al mostrar que el único peligro es el delito común, se genera miedo paranoico, dirigido sólo a esa fuente de peligro magnificada al extremo. Así se ocultan los otros peligros y se evitan los miedos “normales”, creando un miedo “patológico”. Nos cuidamos del ladrón y no nos damos cuenta de la violencia que crece en nuestra familia, en nuestro negocio, en nuestro medio ambiente deteriorado, en el tránsito, en la relación interpersonal, etcétera, y todo eso nos mata, pero sin preocuparnos.
-Cuando se habla de criminalización de la pobreza, que entre otras cosas sostiene la irrepresentabilidad política de muchos sectores, ¿cuál es su opinión? ¿Cree usted que esa economía político-afectiva está en crecimiento? Si fuera así, desde su perspectiva, ¿cómo podrían resolverse las cosas?
-Creo que hay dos posibilidades: o marchamos hacia la reconstrucción de un estado inclusivo, llámese “social”, “de bienestar” o como sea, o marchamos hacia un estado gendarme excluyente. En el primer caso, traspiés más o menos, se irá recuperando la representatividad política de los excluidos; en el segundo, irremisiblemente, marchamos hacia nuevas masacres y estados genocidas con efectos caóticos. Creo que Sudamérica está yendo por el primer camino, pero, por desgracia, me parece que el resto del mundo camina por el otro, con consecuencias imprevisibles.
-¿Y que decir entonces de la recién aprobada ley antiterrorista?
-Lo que dije en varios lugares: que es una barbaridad haberla aprobado; que esta pensada para transitar por la vía contraria de la inclusión; que es un arma de chantaje; que circula, incluso, contra la idea de integración regional; en fin… que es una clave para debilitar nuestros estados, nuestro derecho, que permitirá monitorear movimientos económicos y demográficos, y que atenta, desde ya, contra derechos sociales adquiridos. Si es un error del gobierno o no, no lo se. En todo caso, es mi opinión. Pero hay cantidad de especialistas y militantes por los derechos humanos que la comparten.-